Doble cacer¨ªa
Son los tribunales, y no las masas airadas, los que deben impartir justicia
Hace unos d¨ªas, un legendario le¨®n del parque nacional de Hwange, en Zimbabue, fue enga?ado por unos cazadores para apartarlo de la zona protegida en la que viv¨ªa. Poco despu¨¦s una flecha disparada por el dentista estadounidense Walter Palmer lo dejaba malherido. Empezaba as¨ª la larga agon¨ªa de Cecil hasta que, casi dos d¨ªas despu¨¦s, fue rematado con un disparo. El debate sobre el respeto a la vida animal y un indignado clamor contra la frivolidad de unos cazadores que pagan abultadas cifras para acumular nuevos trofeos que acrediten su destreza en el arte de matar saltaron de inmediato a los medios y las redes sociales. La leg¨ªtima denuncia de un abuso intolerable ¡ªliquidar a un animal protegido¡ª y la exigencia de justicia fue derivando enseguida hacia una explosi¨®n viral (y material: las puertas de la cl¨ªnica del dentista se llenaron de amenazas) de furia vengativa.
Ni siquiera entre las asociaciones conservacionistas hay un acuerdo un¨¢nime sobre c¨®mo tratar la caza mayor. Mientras las m¨¢s radicales abogan por la prohibici¨®n total, otras ¡ªcon las que coincide este peri¨®dico¡ª defienden que una estricta regulaci¨®n de la misma y la posibilidad de obtener cuantiosas recaudaciones de su explotaci¨®n es lo que precisamente permite velar con mayores garant¨ªas por las distintas especies en zonas protegidas. Y que facilitan, al mismo tiempo, los recursos econ¨®micos para enfrentarse a las grandes mafias que operan fuera de la ley y que producen los mayores desafueros con esos animales que quedan desamparados si los pa¨ªses que deber¨ªan protegerlos no pueden hacerlo. La batalla es ardua y compleja ¡ªd¨ªas antes de la muerte de Cecil, 23 elefantes beb¨¦s fueron capturados en el mismo parque de Hwange y exportados a China¡ª, pues tiene que ver con materias como el marfil, que alientan mercados millonarios envenenados por la corrupci¨®n.
La defensa de la vida animal resulta as¨ª un objetivo indeclinable, y la imponente (y al mismo tiempo fr¨¢gil) figura de Cecil puede servir de acicate para revisar la legislaci¨®n de los pa¨ªses afectados y valorar si los medios para combatir un mal tan extendido son suficientes. Algunos pasos de las autoridades de Hwange ¡ªdos de los implicados est¨¢n ya bajo la jurisdicci¨®n de un tribunal¡ª apuntan en la buena direcci¨®n, mientras se estudia c¨®mo proceder legalmente contra el cazador estadounidense.
La larga sombra que est¨¢ velando la urgente intervenci¨®n de la justicia es la amenazadora actividad de una multitud airada. La muerte de Cecil ha llenado de argumentos a cuantos reclaman piedad por los animales. Sin embargo, el bombardeo de ignominias lanzadas contra Walter Palmer por una multitud ¡ªincluso cargada de raz¨®n¡ª tiene algo de linchamiento. Las nuevas tecnolog¨ªas, cuando facilitan estas explosiones, son peligrosas. Y as¨ª, junto a un lema amable como Todos somos Cecil, conviven severas descalificaciones de celebridades o insultos grotescos (¡°p¨²drete en el infierno¡±). Por graves que sean los delitos, ese no puede ser nunca el camino.
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