Libros rotos
¡®Ulises¡¯ y ¡®En busca del tiempo perdido¡¯
Me despert¨¦ a las ocho, preparado para mi odisea diaria. Al levantarme, no pude evitar que a la vieja cama le chirriasen las arandelas de lat¨®n. Esta era la gran herencia que leg¨® a Molly su padre. Ella adoraba esa cama. Maldita mujer. Despu¨¦s de muchas ma?anas, los Bloom hemos aprendido a percibir ese ruido irritante casi como un silencio. Espi¨¦ el cielo de Dubl¨ªn por la ventana. Ser¨ªa una jornada de calor. Larga. Minuciosa. Picada en trozos. Casi a tientas, desempolv¨¦ el traje negro para acudir al entierro de Paddy Dignam. Molly se qued¨® en la cama mientras yo bajaba a disponer el desayuno.
Puse agua a calentar, para el t¨¦, y prepar¨¦ cuatro tostadas con la hogaza del d¨ªa anterior. Estaba dura. Tambi¨¦n de eso tenemos costumbre. Entretanto el agua no herv¨ªa, sal¨ª a comprar alguna v¨ªscera a la tienda de Dlugacz. Me cal¨¦ el sombrero. En el escaparate de la charcuter¨ªa hab¨ªa salchichas y morcillas, pero dentro descubr¨ª un peque?o h¨ªgado de cerdo. Goteaba sangre. Una maravilla. Y era el ¨²ltimo. El desayuno perfecto. Respir¨¦ cuando la criada de mi vecina pidi¨® unas salchichas. Qu¨¦ caderas. Impresionantes. Podr¨ªa estar un d¨ªa entero mir¨¢ndolas.
De vuelta a casa recog¨ª el correo. Hab¨ªa una carta de Milly para m¨ª, que tambi¨¦n enviaba una postal a su madre. Entre ambas encontr¨¦ un sobre sin remite, dirigido a Molly. Seguro que se trata de Boylan. Perro asqueroso. S¨¦ que se ve con mi mujer. Lo s¨¦ de un modo remoto, irreflexivo, y no necesito saber m¨¢s. La tetera herv¨ªa. Puse el h¨ªgado en la sart¨¦n. Rojito. Fresco. En la bandeja coloqu¨¦ las tostadas, la mantequilla y el az¨²car, junto con una taza, la leche y la tetera. Molly a¨²n se quej¨® de cu¨¢nto hab¨ªa tardado. Maldita mujer. Se incorpor¨®. Buenas tetas. Me dijo no s¨¦ qu¨¦ de un libro. ¡°Leopold, no entiendo una palabra; la he subrayado¡±. Busc¨® la p¨¢gina y me la tendi¨®. ¡°Metempsicosis¡±.
Busqu¨¦ mi monta?a de revistas viejas. Me agradaba leer en el retrete del jard¨ªn. Demonios. Maldita mujer. ?Qu¨¦ habr¨¢ hecho con ellas?
Empez¨® a oler a quemado. El h¨ªgado. Sal¨ª corriendo. Sudor bajo el traje negro. Llegu¨¦ a tiempo de evitar otro entierro. Rasp¨¦ el h¨ªgado y le di los restos chamuscados a la gata. Cuando acab¨¦, me sent¨ª lleno, al punto que tuve que bajar un agujero al cintur¨®n. Mis tripas se relajaron autom¨¢ticamente. Zozobraban, como si estuviesen en alta mar, a merced de las corrientes. De hecho, sent¨ª de un modo ¨ªntimo que deb¨ªa ir al ba?o.
Busqu¨¦ mi monta?a de revistas viejas. Me agradaba leer en el retrete del jard¨ªn. Caprichos. Las revistas no estaban en su sitio. Demonios. Maldita mujer. ?Qu¨¦ habr¨¢ hecho con ellas? Hurgu¨¦ en cajones y armarios. Nada. Me acord¨¦ de la caja de libros viejos que el padre de Molly nos hab¨ªa enviado desde Gibraltar. La otra mitad de la herencia. Algunos ni ten¨ªan tapas y a muchos incluso les faltaban hojas. Mejor. Las lecturas ideales para el retrete. Destellos. Eleg¨ª uno al azar, el m¨¢s deteriorado, sin cubierta, y sal¨ª de casa. Cruc¨¦ el jard¨ªn. Empuj¨¦ la puerta con el pie. Entr¨¦ en el retrete. Pestilencia. Espi¨¦ el vecindario entre las rendijas. Nadie. No manches el traje, Leopold. Me acomod¨¦ el libro en las rodillas. Estaba tan destartalado que ni siquiera aparec¨ªa el t¨ªtulo o el nombre del autor. Faltaban las veinte primeras p¨¢ginas. Abr¨ª por alguna parte del principio y le¨ª¡ Mi ¨²nico consuelo, mientras sub¨ªa a acostarme, era que, cuando estuviese en la cama, mam¨¢ vendr¨ªa a darme un beso¡ Qu¨¦ cretino. Pero aquellas buenas noches duraban tan poco, mam¨¢ volv¨ªa a bajar tan aprisa que el momento en que la o¨ªa subir y despu¨¦s sent¨ªa por el pasillo de doble puerta el ligero roce de su vestido de jard¨ªn de muselina azul¡ Muselina azul. Anda que. Avanc¨¦ cuarenta p¨¢ginas. Y abrumado por aquel d¨ªa sombr¨ªo y la perspectiva de un triste ma?ana, no tard¨¦ en llevarme maquinalmente a los labios una cucharada de t¨¦, en la que hab¨ªa dejado ablandarse un trozo de magdalena, pero en el preciso momento en que me toc¨® el paladar el sorbo mezclado con migas de bizcocho me estremec¨ª, atento al extraordinario fen¨®meno que estaba experimentando¡ Basta de cursiler¨ªas. Prefer¨ªa no saber qui¨¦n era el autor de aquellas idioteces. Menudo chiflado. Arranqu¨¦ la p¨¢gina y me limpi¨¦ con ella. Luego me sub¨ª los pantalones y sal¨ª al jard¨ªn.
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