Para acabar con el horror
Hiroshima recuerda la hecatombe nuclear que se produjo hace setenta a?os con un ¨²nico mensaje: ¡°?Nunca m¨¢s!¡±
Una anciana le enciende un farolillo a una ni?a que participa en alguno de los actos que recuerdan aquel ya lejano 6 de agosto de 1945 cuando a la poblaci¨®n de Hiroshima le cay¨® desde las alturas una bomba at¨®mica que se llevar¨ªa por delante a unas 166.000 personas, casi todas civiles, y que dejar¨ªa adem¨¢s cientos de miles de heridos, muchos de ellos por mutaciones gen¨¦ticas que produjo la imponente radiaci¨®n de aquel siniestro artefacto.
La anciana le enciende el farolillo a la ni?a como quien tiene la obligaci¨®n de mantener viva una min¨²scula luz en la m¨¢s extrema de las oscuridades, que fue al fin y al cabo la que se le vino encima al mundo cuando uno de aquellos prodigios de la t¨¦cnica confirm¨® que, con un simple zarpazo, la energ¨ªa nuclear podr¨ªa acabar con la humanidad entera. Detr¨¢s se ve la C¨²pula de la Bomba At¨®mica situada en el Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima. Muy cerca de all¨ª, a unos 150 metros, se situ¨® el epicentro de la explosi¨®n, y el edificio se ha conservado tal como qued¨®: hecho una ruina.
A la bomba la bautizaron los estadounidenses con el nombre de Little Boy, un cari?oso apelativo para manejar con distancia un invento que llevaba en su interior la semilla de una abrumadora devastaci¨®n.
Muchos de los que participaron en la misi¨®n, de hecho, consiguieron no quedar contaminados por lo que acababan de hacer, obedeciendo ¨®rdenes y prestando leal servicio a su patria. Salvo uno de ellos, el capit¨¢n Claude Eatherly, que pilotaba uno de los aviones que le abr¨ªan paso al B-29 Enola Gay, en cuyo interior viajaba Little Boy. Se neg¨® a ser considerado un h¨¦roe. Pas¨® por una enorme depresi¨®n y fue internado en un psiqui¨¢trico. Y no dej¨® nunca de pedir perd¨®n a las v¨ªctimas, convirti¨¦ndose en la figura que termin¨® llevando encima el peso de una culpa colectiva.
Al fil¨®sofo G¨¹nther Anders, Eatherly le escribi¨® en una de las cartas de la correspondencia que cruzaron a prop¨®sito de aquel ignominioso suceso que toda su filosof¨ªa se basaba en tres palabras: amor, confianza y fraternidad. ¡°Por s¨ª mismas, estas tres palabras tendr¨¢n la fuerza suficiente para acabar con el miedo de todos los pueblos de este mundo, y son lo ¨²nico que pondr¨¢ fin a la amenaza b¨¦lica¡±. Ojal¨¢ sea cierto.
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