Sobre hombres, leones y otros seres
Entre las personas que viven en ciudades, donde nos alimentamos de plantas y animales dom¨¦sticos, matar a un le¨®n es un acto in¨²til y malvado
La hoguera mundial desatada en las redes sociales y en las calles por la caza, cruel e ilegal, del le¨®n Cecil en Zimbawe contin¨²a, no amaina, y acaba de ser reavivada por la aparici¨®n en Facebook de unas fotos colgadas por la estadounidense Sabrina Corgatelli, tras su safari armado en Sud¨¢frica. En ellas, se luce feliz con una jirafa, con un impala, con un b¨²falo. Todos muertos.
Como Walter James Palmer, el verdugo de Cecil, Corgatelli parece encontrar una fascinaci¨®n suprema en mostrar sus haza?as, su supuesto dominio sobre lo salvaje. Sus sonrisas son como un sopapo a la sensibilidad por los animales, al sentido com¨²n. Pero, quiz¨¢s, en el env¨¦s de esas miradas que indignan, hay bastante m¨¢s que la mera crueldad atada a un gatillo o a una flecha.
A los humanos se nos suele olvidar con una facilidad impresionante que somos animales, mam¨ªferos, y que nuestro c¨®digo gen¨¦tico no difiere mucho de una buena parte de los seres vivos, el le¨®n incluido. A trav¨¦s de la Historia, hemos tenido una relaci¨®n m¨¢s o menos cercana, o turbada, con el resto de las especies que habitan los distintos ecosistemas de la Tierra.
En su magn¨ªfico libro Cuerpo y Esp¨ªritu, el fil¨®sofo norteamericano Morris Berman dedica un cap¨ªtulo entero a explorar ese complej¨ªsimo v¨ªnculo, apoyado en rastreos anteriores hechos por el ec¨®logo Paul Shepard y la antrop¨®loga Mary Douglas, entre otros. Leer esas p¨¢ginas en estos d¨ªas resulta inspirador para entender por qu¨¦ asistimos al escandaloso espect¨¢culo de estos d¨ªas.
Una de las ideas-fuerza de estos exploradores intelectuales es que algo, profundo y casi inasible, se rompe en la conciencia humana con la llegada del Neol¨ªtico, es decir con la irrupci¨®n de la agricultura en la sociedad humana. Desde entonces ya no andamos, al menos masivamente, cazando a otros seres o recolectando los frutos del generoso entorno natural.
Berman ve este momento como ¡°una v¨ªa hacia el interior de nuestra historia som¨¢tica oculta¡±, que configura una ruta para comprender la relaci¨®n con nuestro propio cuerpo y las dimensiones de nuestra convivencia con otras especies. Para un hombre del Paleol¨ªtico, se?ala, cazar era una necesidad, un acto de supervivencia; para el hombre sedentario, agricultor, ya no es as¨ª.
Es detestable que haya gente que pide actuar con la misma crueldad contra los cazadores, que se olvida de los derechos humanos de estos
Ciertamente, sobreviven pueblos ¡ªen la Amazon¨ªa, el ?frica y otros lugares¡ª, donde la b¨²squeda de presas sigue siendo una actividad indispensable. Pero en el predominante mundo urbano actual ¡ªel de Palmer, Corgatelli y otros devotos de la caza deportiva¡ª, el de las ciudades donde nos alimentamos de plantas y animales dom¨¦sticos, matar a un le¨®n es un acto in¨²til y malvado.
Afianza impulsos e ideas de superioridad sobre otros seres, que han sido alimentadas por algunas religiones o por la cultura tecnol¨®gica. A la vez, nos distancia de nosotros mismos, de nuestra propia humanidad porque, finalmente, somos tambi¨¦n animales indefensos, al igual que un gran felino rodeado por varias armas y echado de una zona de protecci¨®n, como Cecil.
La enorme indignaci¨®n que ha desatado este hecho ¡ªy que aparecer¨¢, de seguro, cada vez que se repitan episodios similares¡ª tal vez tenga que ver con esa enajenaci¨®n tan err¨¢ticamente humana. Jes¨²s Moster¨ªn, un fil¨®sofo de origen vasco, sugiere en su libro titulado El triunfo de la compasi¨®n que esta actitud tan instalada puede llevarnos a una conducta muy perversa.
Cuando despreciamos a los animales, dice, somos como esos grupos que act¨²an ¡°sin escr¨²pulo moral alguno respecto de los dem¨¢s¡±. En otras palabras, como los mafiosos, como los racistas. Como los exclusivistas que creen que pueden dominar la Tierra. Probablemente es el momento en que olvidamos que no somos los ¨²nicos que experimentamos el sufrimiento y la tortura.
En el siglo XVII, Descartes consider¨® el cuerpo de otras especies como simples piezas de un reloj, pero la aparici¨®n de los zool¨®gicos p¨²blicos, en el siglo XVIII (los privados los tuvieron desde siglos los arist¨®cratas), marc¨® uno de los quiebres m¨¢s dram¨¢ticos en nuestro v¨ªnculo con otras especies. A partir de all¨ª, los leones y otros animales son m¨¢s lejanos y temibles.
Nuestros animales dom¨¦sticos, por supuesto, ya exist¨ªan mucho antes, pero en otra l¨®gica, metidos en nuestras ciudades, en nuestras casas. La figura de la mascota, sin embargo, se convirti¨® m¨¢s recientemente en un suced¨¢neo; de all¨ª a los animales de peluche (como los leones que le han dejado en la puerta de la cl¨ªnica de Palmer) no hay mucho que andar.
Cuando despreciamos a los animales somos como los mafiosos o como los racistas. Olvidamos que no somos los ¨²nicos que experimentamos el sufrimiento
Tampoco es casual que los dibujos animados est¨¦n poblados de animales (no quiero imaginarme qu¨¦ est¨¢ sintiendo el Rey Le¨®n en estos momentos). Para Berman, todas esas formas culturales son intentos, insuficientes claro, de cerrar el abismo que hemos creado con las otras especies. No podemos vivir sin ellas; las buscamos desesperadamente hasta en los cuentos de hadas.
?Qu¨¦ han hecho Palmer y Corgatelli ? Pues ensanchar esa brecha, expandir una costumbre antes exclusiva de los emperadores a otros estratos; ahora puede hacerlo un dentista, una contadora (como Corgatelli). Los hijos de Donald Trump, reyezuelos de este tiempo y tambi¨¦n devotos de la caza por gusto, difunden a su vez la sensaci¨®n de que al rico a¨²n todo le est¨¢ permitido.
Pasa, sin embargo, que los movimientos ambientalistas y animalistas se han convertido en un poder mundial, y han encontrado en las redes sociales un aliado de lucha. Es detestable que haya gente que pide actuar con la misma crueldad contra los cazadores, que se olvida de los derechos humanos de estos; pero acaso son los s¨ªntomas de estar atravesando un momento de transici¨®n.
Despu¨¦s de enajenar nuestra profunda familiaridad con otros animales, vamos arribando a un momento en el cual quiz¨¢s somos m¨¢s conscientes de c¨®mo la hemos perturbado y de sus funestas consecuencias, para los ecosistemas y para la propia vida humana. Matar animales porque s¨ª, porque nos place, es algo que nos deshace como seres presuntamente inteligentes.
Dado que nuestra conciencia moral anda agitada, es probable, como se ha visto, que haya quienes priorizan esta lucha en desmedro de la protecci¨®n de nuestra propia especie. Sin embargo, es posible albergar en nuestro coraz¨®n atormentado tanto la compasi¨®n por los humanos segregados, hambrientos, como por los animales victimados sin miramiento alguno.
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