Historias para los torcedores de puros
El gran entretenimiento colectivo era El conde de Montecristo (una obra tan famosa que hay una l¨ªnea de puros llamada Montecristo)
Seg¨²n la preceptiva de sus escribidores, el episodio de telenovela ideal est¨¢ hecho de recapitulaciones, arbitrarios aplazamientos, digresiones, buenos o malos augurios, malvados designios secretos (proferidos invariablemente en voz alta y en big close-uppor la villana), y apenas el atisbo de alg¨²n inminente acontecimiento, algo que imprima solo una pizca de tracci¨®n al relato. Al cabo, la idea es que la serie se prolongue, as¨ª sea a la rastra, durante al menos 120 episodios.
Fiel a ese precepto, no ahondar¨¦ todav¨ªa en la noci¨®n de que el g¨¦nero que Televisa de M¨¦xico ha logrado imponer como can¨®nico en el resto del continente es la vulgata y el espejo de todos los t¨®picos del populismo latinoamericano. Tratar¨¦ primero de justificar por qu¨¦ reputo la escritura de culebrones como un ¡°oficio del siglo XIX¡±.
No es solo por hacer un gui?o al imprescindible t¨ªtulo de Guillermo Cabrera Infante, Un oficio del siglo XX, aunque mucho de eso haya. Con esto de ¡°oficio del siglo XIX¡± procuro llamar la atenci¨®n hacia una instituci¨®n que superlativamente singulariza la cultura cubana y que, como tantas otras cosas, nos han llegado de esa isla.
Cosas como el mambo, las mitolog¨ªas guevaristas que sembraron el continente de guerrillas tr¨¢gicamente fracasadas en los a?os sesenta, la poes¨ªa de Eliseo Diego, los puros habanos o el modo caribe de jugar al b¨¦isbol: hablo del ¡°lector de tabaquer¨ªa¡±. La instituci¨®n ha sido candidata del Gobierno cubano a la categor¨ªa de Patrimonio Intangible de la Humanidad, patrocinada por la Unesco.
Se atribuye a un l¨ªder obrero asturiano, Saturnino Mart¨ªnez, que en Cuba se hizo torcedor de tabaco, el haber llevado por vez primera la lectura a la f¨¢brica El?F¨ªgaro, hacia 1865. El cat¨¢logo de lecturas alternaba obras del realismo social del siglo XIX europeo con naturalismo costumbrista criollo. Muy pronto, la pr¨¢ctica cundi¨® entre tabaqueros de manera ¡°viral¡±.
El episodio de telenovela ideal est¨¢ hecho de digresiones, buenos o malos augurios, malvados designios secretos
Guillermo Cabrera Infante, gran fumador de puros habanos, escribi¨® con admiraci¨®n que esos ¡°lectores profesionales [QUE]le¨ªan, en Cuba, a los torcedores de los puros de acuerdo con lo que ellos les ped¨ªan. Y el gran entretenimiento colectivo era El conde de Montecristo (una obra tan famosa que hay una l¨ªnea de puros llamada Montecristo). Curiosamente, el equivalente femenino de los torcedores, las mujeres, que hac¨ªan otras labores como despalillar la hoja de tabaco, separar y clasificar, tambi¨¦n pidieron que les leyeran a ellas, por supuesto novelas rom¨¢nticas¡±.
Hubo momentos en los que lectores y autores de tabaquer¨ªa se fund¨ªan en una misma persona, figuraci¨®n proletaria y cubana del aeda que, con su relato, mitiga la pesada tarea de la tribu.
Jos¨¦ Mart¨ª, El Ap¨®stol, aclamado un d¨ªa por los tabaqueros de una f¨¢brica de puros en Tampa, Florida, declar¨® la mesa del lector de tabaco ¡°tribuna avanzada de la libertad¡±. Y, al igual que el b¨¦isbol, considerado en aquellos a?os por las autoridades coloniales espa?olas como disolvente pasatiempo proyanqui, demasiado favorecido por los independentistas, la lectura de tabaquer¨ªa tambi¨¦n fue declarada ¡°contaminante¡± de indeseables ideas agitadoras del clima social y vetada en varias ocasiones por el capit¨¢n general espa?ol.
Al comenzar el siglo XX, la demanda de autores que abordaran temas locales atrajo a la radio comercial a escritores consagrados tanto por la mesa del lector de tabaco como por la literatura ¡°de tapa dura¡±. Figuras como F¨¦lix Pita Rodr¨ªguez y el inefable F¨¦lix B. Caignet. Due?o de una hermosa voz, Caignet fue no s¨®lo lector de tabaquer¨ªa ¨¦l mismo, sino tambi¨¦n locutor de sus propios radiodramas, como El derecho de nacer, quiz¨¢ la m¨¢s exitosa en la Am¨¦rica de habla espa?ola, mil veces versionada por la televisi¨®n.
La radionovela, ¡°reactivo precursor¡± del culebr¨®n televisado, advino, pues, entre los tard¨ªos a?os veinte y la segunda posguerra. Son los mismos a?os del surgimiento de los grandes partidos de masas de izquierda en muchas de nuestras naciones, desde M¨¦xico al Cono Sur, no todos ellos necesariamente marxistas sino, m¨¢s bien, animados por un batiburrillo ideol¨®gico en el que prevalec¨ªa un nacionalismo caudillista y justiciero.
La radionovela, desprendimiento de la mesa de lector de tabaco y precursora del masivo teleculebr¨®n, acompa?¨® en su ascenso a la primera oleada de nuestros populismos.
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