La tierra prometida
Los inmigrantes no llegan a Europa para destruirla sino porque ans¨ªan su modelo de sociedad
En Europa, el debate sobre la cuesti¨®n de los inmigrantes est¨¢ tomando un cariz surrealista. Se empez¨® construyendo ese caj¨®n de sastre conceptual, ese engendro jur¨ªdico, ¡°los¡± inmigrantes, que no quiere decir nada y borra la diferencia, no obstante esencial, central en nuestro Derecho, entre inmigraci¨®n econ¨®mica e inmigraci¨®n pol¨ªtica, entre refugiados empujados por la pobreza y desplazados por la guerra, entre la famosa ¡°miseria del mundo¡± a la que ni la mejor voluntad puede dar cabida completamente y los supervivientes de la opresi¨®n, del terror, de las masacres, respecto a los cuales tenemos un deber de hospitalidad incondicional que se llama ¡°derecho de asilo¡±.
Cuando se acepta esta diferencia, es para dar rienda suelta a esa otra enga?ifa, a esa otra mala acci¨®n, que hace creer a unas opiniones p¨²blicas desconcertadas que esas mujeres, esos ni?os, esos hombres que pagan miles de euros para tener la oportunidad de embarcar en uno de los cascarones improvisados que atracan en Lampedusa o en la isla de Kos, pertenecen a la primera categor¨ªa cuando en realidad pertenecen en un 80% a la segunda, la que generan, en Siria, Eritrea o Afganist¨¢n, el despotismo, el terror, la guerra, el extremismo religioso y la yihad anticristiana, y que, seg¨²n la ley, hay que examinar caso por caso, y no en tropel.
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Cuando hay consenso, cuando las cifras est¨¢n ah¨ª y no hay m¨¢s remedio que admitir que, en la mayor¨ªa de los casos, nos encontramos ante gente que huye de la peor de las barbaries y de una muerte segura, hay quien lanza, como ha hecho el jefe de la diplomacia rusa, esa tercera nube de tinta que pretende que las guerras de las que huyen esos refugiados son las que se libran en los pa¨ªses ¨¢rabes bombardeados (sic), cuando en realidad se trata ¡ªuna vez m¨¢s, ah¨ª est¨¢n las cifras¡ª de una inmigraci¨®n llegada mayoritariamente de un pa¨ªs ¨¢rabe, Siria, en el que, precisamente, Europa y el mundo en general no han querido librar la guerra que exig¨ªa el deber de injerencia que contempla el derecho internacional cuando un d¨¦spota loco decide vaciar su pa¨ªs tras haber matado a 240.000 conciudadanos.
Se sigue alimentando, con todo lujo de im¨¢genes y encuadres televisivos, el mito de una Europa fortaleza asaltada por oleadas de nuevos b¨¢rbaros, cuando, si consideramos el caso sirio, no es a Europa adonde se dirigen prioritariamente los refugiados, sino a Turqu¨ªa y al L¨ªbano.
El resultado es una Europa atrapada en sus contradicciones, acosada por sus soberanistas y sus xen¨®fobos
Respecto a esa minor¨ªa que, a pesar de todo, escoge Alemania, Francia, Escandinavia, Reino Unido o Hungr¨ªa, nadie parece percatarse de que no se trata de una poblaci¨®n de enemigos llegados para destruirnos o para vivir a nuestras expensas, sino de candidatos a la libertad enamorados de nuestra tierra prometida, de su modelo de sociedad, de sus valores, que claman ¡°Europa, Europa¡± como aquellos millones de europeos que anta?o llegaban a la isla de Ellis clamando ¡°Am¨¦rica, Am¨¦rica¡±.
El resultado es un Mediterr¨¢neo abandonado a los traficantes de personas, que, como siempre, son los grandes beneficiarios. Un Mare Nostrum convertido en el gigantesco cementerio marino, en el osario que cierto poeta evoc¨® hace ya mucho tiempo ¡ª2.350 ahogados solo durante el comienzo de 2015¡ª.
Son, cuando escapan del infierno, esos individuos sin nombre y casi sin rostro ¡ªla sociedad del espect¨¢culo, generalmente tan diligente para fabricar celebridades de un d¨ªa, incansablemente reciclada de una cadena informativa a otra para dar una encarnaci¨®n a cualquier crisis porcina, huelga de camioneros o protesta de taxistas, no ha sido capaz, en este caso, de interesarse por uno solo de esos destinos¡ª. Son esas mujeres y esos hombres cuyo recorrido coincide m¨¢s o menos con el de cierta princesa Europa llegada de Tiro hace algunos milenios y a la que, esta vez, nuestra Europa opone sus muros. Es la creaci¨®n de esa poblaci¨®n sin derechos sobre la que Hannah Arendt se?alaba que, tarde o temprano, termina inevitablemente viendo la comisi¨®n de un delito y la ca¨ªda en la criminalidad pura y dura como parad¨®jica pero ¨²nica v¨ªa para ingresar en el mundo del derecho y los derechohabientes.
El resultado es una Europa atrapada en sus contradicciones, acosada por sus soberanistas y sus xen¨®fobos, minada por la duda de s¨ª misma, y de la que lo menos que se puede decir es que ha dado la espalda a sus propios valores, pues simplemente ha olvidado qui¨¦n es.
?Por qui¨¦n doblan las campanas? Tambi¨¦n por Europa, que agoniza ante nuestros ojos.
Bernad-Henri L¨¦vy es fil¨®sofo. Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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