El equipaje de la desconocida
Era la misma maleta, nueva, roja, brillante, con el mismo identificador de pl¨¢stico con el que se factur¨® en M¨¦xico DF
No s¨®lo era parecida. No s¨®lo estaba fabricada en el mismo material, no s¨®lo era del mismo color, de la misma marca. Era la misma maleta, nueva, roja, brillante, sin una sola marca, ning¨²n ara?azo, con el mismo identificador de pl¨¢stico que le hab¨ªan obligado a incorporar al asa al facturarla en M¨¦xico DF y que ni siquiera se hab¨ªa molestado en rellenar. La hab¨ªa comprado dos horas antes, en una tienda del mismo aeropuerto, para transportar los regalos que no cab¨ªan en la suya. Una maleta peque?a nunca viene mal, pens¨®, y sin embargo no se le ocurri¨® llevarla consigo en la cabina, porque ten¨ªa que facturar la grande de todas formas. Antes de hacerlo, decidi¨® proteger las dos envolvi¨¦ndolas en el mismo pl¨¢stico transparente, y despu¨¦s pens¨® que no merec¨ªa la pena estropear el embalaje para cambiar la combinaci¨®n del cerrojo. En efecto, como si quisieran darle la raz¨®n, las dos salieron juntas por la cinta.
A la decepci¨®n de su madre, de su mujer, de sus hijos, se sum¨® un profundo desconcierto
No s¨®lo era una maleta parecida. Era su maleta, ten¨ªa que serlo, y por eso la abri¨® con facilidad. Sin embargo, no encontr¨® en su interior tres rebozos, ni dos ocarinas de barro en forma de pajaritos, muy bien embaladas en papel de burbujas, ni vestidos bordados, ni belenes en miniatura, ni un pavo real de hojalata. Esa maleta, que no era la suya aunque ten¨ªa en el cerrojo los mismos tres ceros con los que hab¨ªa salido de la f¨¢brica, conten¨ªa la ropa, los enseres de una mujer desconocida, porque carec¨ªa de cualquier identificaci¨®n.
A la decepci¨®n de su madre, de su mujer, de sus hijos, se sum¨® un profundo desconcierto. A pesar de que la marca de ambas maletas se correspond¨ªa con una gran compa?¨ªa internacional que vend¨ªa sus productos en todo el mundo, la coincidencia le resultaba tan incomprensible que al principio ni siquiera se le ocurri¨® qu¨¦ hacer. Tras pasar un largo rato sentado a su lado, comprendi¨® que su due?a estar¨ªa sentada en otra cama, echando de menos sus cosas, as¨ª que no pod¨ªa ser muy dif¨ªcil.
Eso mismo le dijo una telefonista de la compa?¨ªa a¨¦rea, y que no se preocupara, porque las confusiones de este tipo sol¨ªan resolverse con mucha rapidez. A continuaci¨®n le sugiri¨® que llamara en un par de d¨ªas, y eso hizo no una, sino muchas veces, siempre en vano porque la propietaria de la maleta que hab¨ªa cerrado con mucho cuidado sin tocar nada de su contenido nunca llam¨® a ninguna parte para reclamarla. La telefonista no lo entend¨ªa. ?l tampoco, pero fueron pasando los d¨ªas y no pas¨® nada.
Dos semanas m¨¢s tarde, su mujer le dijo que estaba harta de verla y la guard¨® en un armario. Seis meses despu¨¦s, ¨¦l regres¨® al DF y volvi¨® a comprar todos los regalos que su familia hab¨ªa perdido. Esa acci¨®n puso un punto final s¨®lo aparente al episodio de la maleta equivocada. Su madre, su mujer, sus hijos dejaron de hablar del tema. ?l tambi¨¦n, pero no dej¨® de pensar en el equipaje de la desconocida.
Aquella investigaci¨®n dur¨® varios meses y no lleg¨® a interrumpirse cuando su mujer le abandon¨®
Hasta que una tarde, al volver del trabajo, se encontr¨® solo en casa y no advirti¨® la frecuencia con la que ¨²ltimamente se repet¨ªa aquella situaci¨®n, sino una oportunidad ideal para revisar el contenido de la maleta olvidada en un armario. Hab¨ªan pasado casi quince meses desde que la recogi¨® de la cinta, tiempo suficiente como para considerarse su leg¨ªtimo propietario, y por eso la baj¨® del altillo, la abri¨® sobre la cama, la vaci¨® con cuidado. As¨ª averigu¨® muchas cosas sobre una mujer que, a juzgar por el tama?o de sus tangas, deb¨ªa de ser bastante joven. Que no era gorda ni delgada, porque usaba la talla M. Que seguramente era atractiva, porque en su neceser hab¨ªa cremas caras y cosm¨¦ticos de calidad. Que era espa?ola, porque todas sus posesiones hab¨ªan sido fabricadas en Espa?a o en esos pa¨ªses remotos, Banglad¨¦s, China o Malasia, donde producen las compa?¨ªas espa?olas de moda. Que probablemente era ejecutiva de una gran empresa, porque, junto con ropa informal, viajaba con dos trajes de chaqueta y unos zapatos negros de medio tac¨®n. Que no ocupaba un puesto demasiado elevado en el organigrama, porque las marcas de los trajes no eran excesivamente caras. Y que le gustaba leer, porque llevaba consigo dos libros le¨ªdos, uno intacto.
Aquella investigaci¨®n dur¨® varios meses y no lleg¨® a interrumpirse cuando su mujer le abandon¨®. Despu¨¦s muri¨® su madre, sus hijos fueron a la universidad, obtuvieron becas Erasmus, acabaron la carrera, uno se fue a Australia, el otro a vivir con su novia, y la maleta de la desconocida sigui¨® estando all¨ª.
Ya han pasado doce a?os, pero hoy ha vuelto a abrirla, a repasar su contenido, a imaginar a su due?a. Lo hace casi todas las semanas.
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