El ¨²ltimo caso del doctor Sacks
'Ansia¡¯ es un texto p¨®stumo del neur¨®logo fallecido el domingo pasado. En ¨¦l incide en las conexiones entre el cerebro y lo que nos hace humanos
En 2006 vino a verme Walter B., hombre extrovertido y simp¨¢tico de 49 a?os. Cuando era adolescente, tras lesionarse la cabeza, hab¨ªa sufrido brotes epil¨¦pticos, que, al principio, eran ataques de d¨¦j¨¤ vu que pod¨ªan producirse varias docenas de veces en un d¨ªa. En ocasiones o¨ªa m¨²sica que no pod¨ªa o¨ªr nadie m¨¢s. No ten¨ªa ni idea de lo que le estaba ocurriendo y, por miedo al rid¨ªculo o algo peor, guard¨® en secreto sus extra?as experiencias.
Por fin, consult¨® a un m¨¦dico que le dio un diagn¨®stico de epilepsia del l¨®bulo temporal y le recet¨® una sucesi¨®n de f¨¢rmacos. Pero sus ataques se hicieron m¨¢s frecuentes. Tras diez a?os de probar distintos medicamentos, Walter consult¨® con otro neur¨®logo, un experto en el tratamiento de la epilepsia intratable, que sugiri¨® un enfoque m¨¢s radical: cirug¨ªa para extraer el centro de las convulsiones en su l¨®bulo temporal derecho. La operaci¨®n ayud¨® un poco, pero unos a?os m¨¢s tarde, necesit¨® una segunda intervenci¨®n, m¨¢s extensa. Esta segunda cirug¨ªa, unida a la medicaci¨®n, control¨® mejor sus convulsiones, pero casi de inmediato empez¨® a tener efectos secundarios.
Walter, que antes com¨ªa con moderaci¨®n, empez¨® a sentir un apetito desaforado. ¡°Empez¨® a ganar peso¡±, me dijo despu¨¦s su esposa. ¡°Se levantaba a mitad de noche y se com¨ªa todo un paquete de galletas, o un queso entero con un paquete de galletas saladas¡±. ¡°Com¨ªa todo lo que ve¨ªa¡±, dijo Walter. Adem¨¢s se volvi¨® muy irritable: ¡°Me pasaba horas despotricando contra cosas absurdas en casa. Una vez, cuando volv¨ªa en coche desde el trabajo, un conductor se me ech¨® encima en una incorporaci¨®n, as¨ª que aceler¨¦ y no le dej¨¦ pasar. Le hice una peineta, empec¨¦ a gritarle y arroj¨¦ una taza de metal contra su coche. ?l llam¨® desde el m¨®vil a la polic¨ªa, que me par¨® y me puso una multa¡±.La atenci¨®n de Walter era total o inexistente. ¡°Me distra¨ªa con tanta facilidad¡±, me dijo, ¡°que no pod¨ªa empezar ni terminar nada¡±. Pero al mismo tiempo sol¨ªa quedarse ¡°atascado¡± en varias actividades: por ejemplo, ocho o nueve horas tocando el piano.
Todav¨ªa m¨¢s inquietante fue que desarroll¨® un apetito sexual insaciable. ¡°Quer¨ªa hacer el amor todo el tiempo¡±, dijo su mujer. Pas¨® de ser un marido cari?oso y comprensivo a ser rutinario. No recordaba lo que era tener intimidad. Tras la operaci¨®n ten¨ªa ganas de practicar el sexo constantemente, por lo menos cinco o seis veces al d¨ªa. Y nada de preliminares. No quer¨ªa m¨¢s que terminar de una vez.
Solo hab¨ªa unos breves momentos en los que se sent¨ªa saciado, y, a los pocos segundos del orgasmo, quer¨ªa volver a empezar, una y otra vez. Cuando su mujer le dijo que estaba agotada, Walter busc¨® otras salidas. Hasta entonces siempre hab¨ªa sido un marido devoto y entregado, pero ahora su deseo sexual, su ansia, le hicieron olvidarse de la relaci¨®n mon¨®gama y heterosexual que hab¨ªa disfrutado con su mujer.
La juez le conden¨® a 26 meses de prisi¨®n por no haber informado antes a los m¨¦dicos
Para ¨¦l era moralmente inconcebible forzar sexualmente a nadie y pens¨® que la pornograf¨ªa en Internet era la soluci¨®n menos da?ina; pod¨ªa ayudarle a liberar la tensi¨®n y darle satisfacci¨®n, aunque fuera solo a trav¨¦s de fantas¨ªas. Pasaba horas masturb¨¢ndose en el ordenador mientras su mujer dorm¨ªa.
Despu¨¦s de que empezara a ver pornograf¨ªa de adultos, varias webs le invitaron a comprar y descargarse pornograf¨ªa infantil, y as¨ª lo hizo. Tambi¨¦n le entr¨® curiosidad por otras formas de est¨ªmulo sexual; con hombres, con animales, con obsesiones sexuales. Alarmado y escandalizado por estas nuevas necesidades, tan alejadas de su naturaleza sexual anterior, Walter empez¨® a mantener una terrible lucha para controlarse a s¨ª mismo. Sigui¨® yendo al trabajo y teniendo vida social. En esos momentos pod¨ªa mantener acallados sus impulsos, pero de noche, a solas, ced¨ªa a sus deseos. Invadido por una profunda verg¨¹enza, no cont¨® a nadie su situaci¨®n y mantuvo una doble vida durante m¨¢s de nueve a?os.
Walter fue procesado por descargar pornograf¨ªa infantil. El fiscal juzg¨® una excusa su enfermedad neuronal
Entonces sucedi¨® algo inevitable: unos agentes federales aparecieron en su casa a detenerle por posesi¨®n de pornograf¨ªa infantil. Fue aterrador, pero al mismo tiempo, un alivio, porque ya no ten¨ªa que esconderse ni disimular; para ¨¦l fue ¡°salir de las sombras¡±. Su secreto qued¨® al descubierto, a la vista de su esposa y sus hijos, y de sus m¨¦dicos, que de inmediato le recetaron una combinaci¨®n de f¨¢rmacos que disminuyeron ¨Cpr¨¢cticamente eliminaron¨C sus impulsos sexuales, hasta el punto de que pas¨® de una libido insaciable a una libido casi inexistente. Seg¨²n su mujer, r¨¢pidamente ¡°volvi¨® a ser cari?oso y comprensivo¡±. Fue, dijo, como si ¡°hubieran desconectado un interruptor que estaba estropeado¡±, en el que no hab¨ªa una posici¨®n intermedia entre ¡°apagado¡± y ¡°encendido¡±.
En el periodo entre su detenci¨®n y su juicio vi varias veces a Walter, y me dijo que sent¨ªa miedo, sobre todo de las reacciones de sus amigos, sus colegas, sus vecinos. Sin embargo, nunca pens¨® que un tribunal pudiera considerar que hab¨ªa cometido un delito, teniendo en cuenta su condici¨®n neurol¨®gica.
Walter se equivocaba. Quince meses despu¨¦s de su arresto, su caso lleg¨® ante el juez y le procesaron por descargarse pornograf¨ªa infantil. El fiscal insisti¨® en que su supuesta enfermedad neurol¨®gica no ten¨ªa relevancia, que era una excusa. Walter, afirm¨®, hab¨ªa sido siempre un pervertido, una amenaza para la poblaci¨®n, y deb¨ªa cumplir la pena m¨¢xima prevista, veinte a?os de prisi¨®n.
El neur¨®logo que hab¨ªa sugerido la operaci¨®n del l¨®bulo temporal y hab¨ªa tratado a Walter durante casi veinte a?os testific¨® como experto, y yo envi¨¦ a la juez una carta en la que explicaba los efectos de la intervenci¨®n en el cerebro. Ambos dijimos que la enfermedad de Walter era poco frecuente pero conocida, el s¨ªndrome de Kl¨¹ver-Bucy, que se manifiesta como un ansia insaciable de comer y mantener relaciones sexuales, en ocasiones acompa?ada de irritabilidad y distracci¨®n, todo por motivos puramente fisiol¨®gicos.
Las reacciones extremas que mostraba Walter eran t¨ªpicas de da?os en el sistema central de control; pueden ocurrir, por ejemplo, en pacientes de p¨¢rkinson tratados con levodopa. Los sistemas normales de control tienen un t¨¦rmino medio y reaccionan de forma modulada, pero los de Walter estaban siempre en posici¨®n de ¡°adelante¡±; no ten¨ªa sensaci¨®n de haber consumado, solo el deseo de m¨¢s cada vez. Cuando sus doctores se dieron cuenta del problema, la medicaci¨®n control¨® esas ansias, pero a costa de una especie de castraci¨®n qu¨ªmica.
En el juicio, su neur¨®logo subray¨® que Walter ya no sent¨ªa los impulsos sexuales, y que en realidad nunca hab¨ªa tocado a nadie que no fuera su esposa. En mi carta al tribunal, escrib¨ª:
¡°El se?or B. es un hombre de gran inteligencia, gran sensibilidad y verdadera delicadeza moral, que en un periodo dado actu¨® en contra de su naturaleza bajo los est¨ªmulos de un impulso fisiol¨®gico irresistible... Es totalmente mon¨®gamo... No hay nada en sus antecedentes ni su mentalidad actual que haga pensar que es un ped¨®filo. No constituye un riesgo para los menores ni para ninguna otra persona¡±.
Al final, la juez se mostr¨® de acuerdo en que no se pod¨ªa considerar a Walter responsable de tener el s¨ªndrome de Kl¨¹ver-Bucy. Pero s¨ª era culpable, dijo, de no haber informado m¨¢s pronto del problema a sus m¨¦dicos y de mantener durante a?os un comportamiento que, al sostener una industria criminal, era da?ino para otras personas. ¡°Su delito tiene v¨ªctimas¡±, subray¨®.
Le conden¨® a 26 meses de prisi¨®n, seguidos de 25 meses de arresto domiciliario y otros cinco a?os sujeto a supervisi¨®n. Walter acept¨® la sentencia con notable ecuanimidad. Consigui¨® sobrevivir a la vida en la c¨¢rcel con relativamente pocas repercusiones y emple¨® bien su tiempo: cre¨® un grupo musical con otros presos, ley¨® todo lo que pudo y escribi¨® largas cartas (a m¨ª me escrib¨ªa con frecuencia sobre libros de neurociencia).
Sus convulsiones y su s¨ªndrome de Kl¨¹ver-Bucy siguieron bajo control gracias a los f¨¢rmacos, y su mujer le apoy¨® durante sus a?os de prisi¨®n y de arresto domiciliario. Ahora que est¨¢ en libertad, han reanudado en gran parte sus vidas anteriores.
Cuando le vi hace poco, era evidente que estaba disfrutando de la vida, aliviado de no tener m¨¢s secretos que ocultar. Irradiaba una paz que nunca hab¨ªa observado en ¨¦l.
¡°Me encuentro verdaderamente bien¡±, dijo.
? Oliver Sacks, 2015.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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