La fotograf¨ªa es la met¨¢fora del malestar
La crueldad de la imagen no es tan solo lo que dice la imagen misma, sino todo lo que la impulsa
Esta fotograf¨ªa es ya una met¨¢fora del malestar del mundo. Europa es ahora el espejo oscuro de las guerras que ocurren y que afluyen a sus costas y a sus estaciones como el aterrado lamento de una humanidad que huye.
La crueldad de esa imagen no es tan solo lo que dice la imagen misma, sino todo lo que la impulsa. Antes de que ese terrible fragmento de la guerra pasara a formar parte de la memoria herida de este tiempo, la sociedad asist¨ªa indignada o impert¨¦rrita, seg¨²n las geograf¨ªas y las sensibilidades, a la escalada de una mezquindad incomprensible. Los pa¨ªses contaban con los dedos su capacidad de admisi¨®n de refugiados, y las estaciones y las costas se llenaban de seres sufrientes como los espa?oles que hu¨ªan del horror de la Guerra Civil.
Esa guerra que vivimos los espa?oles gener¨® im¨¢genes reales, que dieron la vuelta al mundo; y gener¨® tambi¨¦n una met¨¢fora que vali¨® como el resumen de todas las dem¨¢s, y que gener¨® una solidaridad enorme con los sufrientes. Fue el Guernica, el cuadro en el que Picasso glos¨® los horrores de la guerra. Ahora, como un Guernica que vale m¨¢s que millones de palabras, se ha producido esa fotograf¨ªa del ni?o muerto en la orilla de una playa turca. No es una ilustraci¨®n, no debe serlo: es real. Y tampoco es una instant¨¢nea, una foto tomada al vuelo en el fragor de una batalla, como la inolvidable escena de Vietnam. El ni?o est¨¢ ah¨ª, lleva rato, el retrato tiene una secuencia, y cada una de esas im¨¢genes ha sido tomada desde el horror de la c¨¢mara. Pero la c¨¢mara no est¨¢ acuciada por el drama que transcurre: el ni?o yace, yace el mundo entero en esa figura pat¨¦tica que nos acusa. El horror est¨¢ ah¨ª, dram¨¢ticamente quieto. Ya es, cada secuencia de esa imagen central y verdadera, la muerte, una met¨¢fora que cada uno debe tomar seg¨²n su sensibilidad; en el caso de los periodistas, cada uno aplica su modo de ver, su sensibilidad tambi¨¦n rabiosamente humana. Porque lo que ha sucedido le ha sucedido a un ser humano. Le ha sucedido esto a un ni?o. As¨ª que la foto de este ni?o no es una ilustraci¨®n, no debe serlo.
El tratamiento que esa imagen ha obtenido en peri¨®dicos de todo el mundo ha diferido. Algunos, como ha ocurrido en Espa?a, han preferido utilizarla con todos sus detalles: el ni?o en la arena, azotado por la miserable secuencia de la guerra. Con todos los detalles de la muerte.
No se culpe a nadie, como dec¨ªa Cort¨¢zar. Explico lo que sent¨ª ante la secuencia de las fotos y la raz¨®n por la que la elecci¨®n de la imagen que dio este diario me result¨® adecuada. Ah¨ª est¨¢n el ni?o y la desolaci¨®n del hombre que lo fue a salvar. Con la nitidez de una imagen que no necesita m¨¢s grito, ah¨ª est¨¢, sin vuelo en el verso, como escrib¨ªa Jos¨¦ Hierro, tan certero en la descripci¨®n del sentimiento de la p¨¦rdida. Esa quietud, la escena conmovedora del ni?o y quien lo sostiene, adquiere en ese abrazo el tremendo poder metaf¨®rico que Picasso le dio al hiriente escenario del asesinato que se produjo en Gernika. La rabia que se siente ante la muerte es una met¨¢fora que transcurre en silencio, como el dolor que sigue
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