H¨¦roes del verano
El verano es ¨¦poca propicia a espect¨¢culos y festivales. Para el com¨²n de los mortales, los cines ofrecen aire acondicionado y pel¨ªculas de acci¨®n y efectos especiales, con superh¨¦roes fornidos y dubitativos y malvados igual de fornidos pero con las ideas claras y una marcada propensi¨®n a la carcajada siniestra. Para los m¨¢s finolis, t¨®rridos anfiteatros, plazas y corralas programan obras de Shakespeare a barullo. Algunos aprovechamos las dos ofertas con el mismo gusto. Al finalizar la temporada, bajo el sobrio influjo del oto?o, llego a conclusi¨®n de que entre las pel¨ªculas de baja estofa y las tragedias shakesperianas no hay m¨¢s diferencia que los di¨¢logos, aqu¨ª de gran densidad po¨¦tica y all¨¢ perfectamente vac¨ªos de significado.
La trama, por el contrario, es muy similar. Seguramente Shakespeare no ten¨ªa una s¨®lida cultura cl¨¢sica y no estaba familiarizado con la tragedia griega y eso le permiti¨® saltarse el canon. Nada m¨¢s creativo que la uni¨®n de la ignorancia y el talento. En la tragedia griega los protagonistas decid¨ªan poco o nada: los dioses lo hac¨ªan por ellos y a los humanos s¨®lo les quedaba cumplir dignamente su destino. Lo que les pasaba era horrible, pero el espectador no lo ve¨ªa. En la tragedia griega, un tercero cuenta lo sucedido y los dem¨¢s, a coro o de uno en uno, lo escuchan, lo lamentan, tratan de comprender su significado y, en cualquier caso, lo aceptan.
Llega Shakespeare e invierte las reglas del juego. No hay dioses ni el destino est¨¢ escrito; cada uno hace lo que le sale de las narices; el resultado es el mismo, pero m¨¢s divertido. Por ambici¨®n, por resentimiento, por envidia, por orgullo, siempre por error de c¨¢lculo, personas que podr¨ªan vivir la mar de bien se meten en l¨ªos y acaban organizando una escabechina de la que ellas mismas son v¨ªctimas. Al final, poca reflexi¨®n se puede hacer: se lo han buscado. Lo importante no es la ense?anza ni el aprendizaje de la vida o la visi¨®n del cosmos como un todo ordenado. Lo que pasa, pasa, y no hay m¨¢s que hablar.
En consecuencia, todo ha de ocurrir a la vista del espectador, en especial la violencia. La esencia de las obras de Shakespeare es puro terrorismo: apu?alamientos, envenenamientos, estrangulamientos, mutilaciones, torturas y suicidios. Todo por motivos generalmente banales, cuando no incomprensibles. Cuando no hay destino, hay sinsentido. Los seres humanos son h¨¦roes motivados por un enga?o o una pulsi¨®n infantil. Se enfrentan a fantasmas que s¨®lo existen en su cabeza pero que, a fuerza de invocarlos, acaban formando parte de la realidad. Los superh¨¦roes del cine de verano no son le¨ªdos y no saben qui¨¦n era Shakespeare, si bien a veces lo citan por exigencias del guion. Pero aunque lo supieran, se enfadar¨ªan si les dijeran que ellos est¨¢n siguiendo el patr¨®n que Shakespeare les marc¨® hace quinientos a?os. Se creen m¨¢s antiguos o m¨¢s modernos o las dos cosas. A nadie le gusta que le daten, como si fuera un pecio.
Hay diferencias, claro, pero s¨®lo de detalle o de ¨¦poca: los personajes de Shakespeare son reyes o nobles por la gracia de Dios y eso les permite actuar a su antojo. Los superh¨¦roes modernos no est¨¢n por encima de las leyes humanas, pero s¨ª de las leyes de la f¨ªsica: un privilegio raro, a veces cong¨¦nito y a veces adquirido por accidente, que les permite volar, levantar un autob¨²s con una mano, desplazar objetos con el pensamiento. A unos y otros les pierde la superioridad.
Los personajes de Shakespeare acaban mal y los superh¨¦roes acaban bien, pero hacen el rid¨ªculo de la peor manera, sobre todo a la hora de exponer sus motivaciones y de elegir el vestuario. Nada de eso importa. No acudimos a ellos para extraer lecciones, ni ellos pretenden d¨¢rnoslas. Sobre todo los superh¨¦roes, que a duras penas se enteran de lo que est¨¢n haciendo, y menos del por qu¨¦.Son refrescos de verano y con las primeras brisas del oto?o vuelven a su tranquilo lugar de residencia: una biblioteca polvorienta o los confusos estantes del videoclub.
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