Escenas veraniegas
A demasiada gente que a¨²n conserva el dinero, en esta Espa?a depauperada, no hay manera de ense?arle modales
El pasado agosto viaj¨¦ por Espa?a, un pa¨ªs en el que cada ciudad, cada aldea y hasta cada barrio montan festejos m¨¢s o menos brutos, m¨¢s o menos despilfarradores, todos con el denominador com¨²n de lo que aqu¨ª m¨¢s priva: el ruido, el estruendo, el estr¨¦pito, sea en forma de petardos y tracas o de la omnipresente m¨²sica atronadora. Bien, ya se sabe, es el mes de la Virgen de los Jolgorios. Pero a la vez se ven con frecuencia escenas como la siguiente. Un peque?o y agradable pueblo marino, asolado ¨Ccomo todos¨C por masas interesadas s¨®lo en comer a dos carrillos (los insoportables programas de cocina de las televisiones no hacen sino reflejar la realidad de numerosos compatriotas: gente que ha dejado de lado casi cualquier inquietud para dedicarse a engullir animalescamente).
Aquel no era sitio de manteles, si acaso de mantelitos de papel, el t¨ªpico lugar de tapas y raciones
La terraza de un local, en una plaza muy grata, est¨¢ de bote en bote, pero no hay muchas personas esperando de pie a que se quede libre alguna mesa. Carme y yo decidimos aguardar un poco, a ver si hay suerte. Delante s¨®lo tenemos a un grupo, eso s¨ª, de ocho o nueve, como son ahora todas las familias, que no se separan ni a tiros, la espa?ola pasi¨®n por el gregarismo. Por fin se liberan las suficientes mesas (cercanas, un milagro) para juntarlas y dar cabida a la patulea. Las camareras las est¨¢n preparando, y de vez en cuando se aproxima a ellas ¡°el padre¡±: un tipo de cuarenta y tantos a?os, con aspecto innoble: pantalones de esa longitud criminal que aniquila al m¨¢s apuesto, por encima o por debajo de las rodillas, y que por tanto lleva hoy todo el mundo; una camisola por fuera, a la vez holgada y prieta (quiero decir que no le conten¨ªa las grasas y sin embargo le realzaba los vergonzosos pechos que estaba desarrollando); un sombrerito rid¨ªculo; chanclas; una barriga infame que le impedir¨ªa verse los pies desde hace tiempo.
Este sujeto hab¨ªa decidido supervisar el trabajo de las camareras, les daba ¨®rdenes impertinentes y sobre todo les pon¨ªa pegas. No era hora ni lugar para poner ninguna, conseguir mesa para tantos era para darse con un canto en los dientes. Regresaba a la ¡°cola¡± y alardeaba de sus intervenciones ante su mujer y una cu?ada (supongo), con no mejor aspecto ni tampoco m¨¢s educadas. ¡°?Qu¨¦ les has dicho a esas t¨ªas, qu¨¦ pasa?¡±, le preguntaban ellas. ¡°Qu¨¦ co?o les voy a decir, que no nos gusta esa mesa, que queda fuera de los toldos; que la corran para all¨¢, no nos va a dar esta puta solanera¡±. Aquello era imposible, no hab¨ªa hueco para correr nada. ¡°Y ni siquiera nos ponen mantel¡±, agregaba, ¡°les he mandado ir por uno¡±.
Aquel no era sitio de manteles, si acaso de mantelitos de papel, el t¨ªpico lugar de tapas y raciones. ¡°?Qu¨¦ se creer¨¢n las t¨ªas?¡±, exclamaba una de las mujeres, como si estuvieran en el Ritz y les hubieran faltado al respeto, a ellos, que ten¨ªan dinero. Porque iban hechos unos pingos, como se dec¨ªa antes, faltando al respeto a cuantos tuvi¨¦ramos la mala pata de verlos, pero era indudable que les sobraba el dinero. Y a demasiada gente que a¨²n lo conserva, en esta Espa?a depauperada, no hay manera de ense?arle modales. Al contrario, cuanto m¨¢s empobrecidos a su alrededor, m¨¢s se crece y m¨¢s exige y m¨¢s molesta y desprecia. No hace falta a?adir que la familiola form¨® tal tap¨®n con sus demandas que dimos por imposible que nos llegara alguna vez el turno.
Cada paseo se me convert¨ªa en un sufrimiento por las decenas de cr¨ªos que triscaban por all¨ª sueltos como cabras
Otra escena contradictoria y curiosa. Como saben, hoy los ni?os nacionales son una especie de idolillos a los que todo se debe y por los que se desviven incontables padres est¨²pidos. Est¨¢n sobreprotegidos y no hay que llevarles la contraria, ni permitir que corran el menor peligro. Son muchos los casos de padres-v¨¢ndalos que le arman una bronca o pegan directamente al profesor que con raz¨®n ha suspendido o castigado a sus v¨¢stagos. Pues bien, visit¨¦ un lugar con muralla larga y enormemente elevada. El adarve es bastante ancho, pero en algunos tramos no hay antepecho por uno de los lados, y los huecos entre las almenas son lo bastante grandes para que por ellos quepa sin dificultad un ni?o de cinco a?os, no digamos de menos. El suelo es irregular, con escalones a ratos. Es f¨¢cil tropezar y salir disparado. Al comienzo del recorrido, un cartel advierte que ese adarve no cumple las medidas de seguridad, y que pasear por ¨¦l queda al criterio y a la responsabilidad de quienes se atrevan. Si yo tuviera ni?os no los llevar¨ªa all¨ª ni loco, pero con ellos soy muy aprensivo, y los sitios altos y sin parapeto me imponen respeto, si es que no v¨¦rtigo propio y ajeno.
Aquella muralla, sin embargo, era una romer¨ªa de criaturas correteantes de todas las edades, y de cochecitos y sillitas con beb¨¦s o casi, no siempre sujetos con cintur¨®n o correa. Algunos ca?ones jalonan el trayecto, luego los padres alentaban a los ni?os a encaramarse a ellos (y quedar por tanto por encima de las almenas) para hacerles las imb¨¦ciles fotos de turno. Miren que me gusta caminar por adarves, recorrer murallas. Pero cada paseo se me convert¨ªa en un sufrimiento por las decenas de cr¨ªos que triscaban por all¨ª sueltos como cabras, sobre todo en los tramos sin parapeto a un lado. A veces pienso que estos padres lo que no toleran es que a sus hijos les pase nada a manos de otros; pero cuando dependen de ellos, que se partan la crisma. Ya echar¨¢n la culpa a alguien, que eso es lo que m¨¢s importa.
elpaissemanal@elpais.es
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