Bergoglio, en el espejo de Wojtyla
La revoluci¨®n ambulante de Francisco se tom¨® vacaciones en su escala cubana
Seg¨²n muchos, Reagan derrot¨® al comunismo y termin¨® con la Guerra Fr¨ªa, afirmaci¨®n siempre acompa?ada por aquella imagen de 1987 en la puerta de Brandeburgo, cuando urgi¨® a Gorbachov a derribar el muro. ¡°Mr. Gorbachev, tear down this wall¡±, le exigi¨® imperativamente.
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La escena es un ¨ªcono de aquellos tiempos, pero la inferencia causal es exagerada. Casi una d¨¦cada antes¡ªy antes que Reagan fuera presidente¡ªel cardenal polaco Karol Wojtyla, convertido en Juan Pablo II en 1978, ya hab¨ªa comenzado esa tarea. El nuevo Pont¨ªfice viaj¨® a Polonia en junio de 1979, justamente, produciendo el igualmente ic¨®nico gesto de besar su tierra natal. No fue meramente fotogr¨¢fico. Le sigui¨® la fundaci¨®n de Solidaridad y la huelga en los astilleros de Gdansk que acorral¨® al r¨¦gimen, oblig¨¢ndolo a negociar y conceder derechos. Fue el comienzo de la gran transformaci¨®n de los noventa: el fin del comunismo en Europa.
El papado de Wojtyla es espejo para el papado de Bergoglio. La pregunta obligada es si, en este tard¨ªo final de la Guerra Fr¨ªa caribe?a, Francisco tendr¨¢ un impacto comparable en su regi¨®n de referencia, as¨ª como Juan Pablo II lo tuvo en la reconfiguraci¨®n europea. Obama y Ra¨²l Castro respondieron afirmativamente el pasado 17 de diciembre, al agradecer al un¨ªsono los buenos oficios del Papa en el descongelamiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. No obstante, las similitudes tal vez sean solo en una primera lectura. Para Wojtyla la misi¨®n evangelizadora fue gemela de la tarea pol¨ªtica. Su visi¨®n era que el rescate del Cristianismo en aquella media Europa, es decir, liberarlo de la opresi¨®n del materialismo ateo, requer¨ªa expandir la democracia y el capitalismo hacia el Este. No habr¨ªa reconciliaci¨®n mientras la sociedad siguiera bajo el Estado-partido.
La lectura que hace Francisco del socialismo de Estado en este hemisferio ¡ªde sus escombros ¨¦ticos, pol¨ªticos y econ¨®micos, esto es¡ªparece ser diferente. En su paso por Cuba, y en marcado contraste con Juan Pablo II, evit¨® por todos los medios vincular la tarea pastoral con la pol¨ªtica. Para alguien que ha mezclado religi¨®n y pol¨ªtica toda su vida, fue llamativo. No solo no recibi¨® a ning¨²n disidente. Tambi¨¦n evit¨® hacer menci¨®n, ni siquiera de manera general, abstracta u oblicua, a lo que ¨¦l sabe bien y repite en toda otra ocasi¨®n: que no hay reparaci¨®n espiritual posible en una sociedad cuyo ordenamiento legal est¨¢ deliberadamente dise?ado para excluir y oprimir a los d¨¦biles, en este caso los que piensan diferente. De hecho, eso mismo dijo en las Naciones Unidas pocos d¨ªas m¨¢s tarde, con todas las letras.
El Papa sabe bien que el capitalismo autoritario es muy parecido en todas partes, se llame Videla o Castro el d¨¦spota que manda.
La revoluci¨®n ambulante de Francisco, entonces, esa marea que arrasa en R¨ªo, Manila, Estambul o Nueva York, se tom¨® vacaciones en su escala cubana. Si no quer¨ªa confrontar con la dinast¨ªa en el poder, lo cual ser¨ªa comprensible, agradecerles por la liberaci¨®n de 3.522 presos en ocasi¨®n de su visita habr¨ªa sido suficiente, aunque persistan dudas acerca de cu¨¢ntos de ellos son presos de conciencia. Todo en pos de la tan declamada reconciliaci¨®n, pero tampoco lo hizo. Y si es que se conforma con ayudar a introducir el mercado, dejando al Partido Comunista a cargo del Estado como hasta ahora, Francisco sabe bien que el capitalismo autoritario es muy parecido en todas partes, se llame Videla o Castro el d¨¦spota que manda.
Para alguien que ha manufacturado su persona p¨²blica alrededor de los excluidos y las desigualdades, haber ignorado a aquellos que sufren en Cuba los priva adem¨¢s de lo m¨¢s importante: el reconocimiento de su lucha por derechos. Y si esa dimensi¨®n moral es soslayada por el propio Papa, el sentimiento de orfandad se hace intolerable. As¨ª los Castro se la llevan de arriba una vez m¨¢s y, para mayor perplejidad, frente al mism¨ªsimo Papa.
N¨®tese el contraste con su agenda en Estados Unidos, desafiante y eminentemente pol¨ªtica, sino electoral, con un temario por dem¨¢s espinoso pero salom¨®nicamente equilibrado entre Dem¨®cratas y Republicanos. Ni que hablar del gesto pol¨ªtico de llegar a la Casa Blanca en un cinquecento: un Papa latinoamericano, de escasos recursos. Para alegr¨ªa del progresismo, defendi¨® la inmigraci¨®n y critic¨® la pena de muerte. Para regocijo de los conservadores, descalific¨® el matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto. Mencion¨® la palabra ¡°libertad¡± en reiteradas oportunidades, t¨¦rmino que no pronunci¨® frente a Ra¨²l Castro, ni tampoco la palabra ¡°democracia¡±.
Dijo tambi¨¦n en Washington que la Iglesia, el pueblo santo de Dios, transita sin miedo ¡°los caminos polvorientos de la historia¡±¡ªuna bella construcci¨®n literaria¡ªmarcados tantas veces por conflictos, injusticias y violencia, y que ella no le teme al error ni al encierro. A decir verdad, en Cuba el Papa se qued¨® encerrado, fue timorato frente a los Castro, y evit¨® ensuciarse con el polvo de la injusticia y la violencia de un r¨¦gimen desp¨®tico y adem¨¢s din¨¢stico.
¡°Hagan l¨ªo¡±, Bergoglio acostumbra decir a los j¨®venes. Esta vez olvid¨® seguir su propio consejo. Al menos por ahora, en el espejo de Wojtyla su figura no se ve con total nitidez.
H¨¦ctor E. Schamis es profesor en la Universidad de Georgetown
Twitter @hectorschamis
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