Alemania en color
El pa¨ªs al que llegu¨¦ en los ochenta es muy distinto del que hoy celebra 25 a?os de unificaci¨®n. A la sociedad germana le ha costado largo tiempo ser m¨¢s c¨¢lida, abierta e integradora, pero lo ha conseguido en buena medida
Semanas atr¨¢s, mir¨¦ uno de esos programas de television tan queridos por los ciudadanos alemanes. Pertenecen a un g¨¦nero denominado entretenimiento familiar. En este que yo digo, cuatro famosos del mundo del cine y la televisi¨®n, mediante preguntas que s¨®lo deben responderse con un s¨ª o un no, se afanan por adivinar la historia que se esconde tras las personas invitadas a dicho efecto al programa. Se trata en todos los casos de historias curiosas, sorprendentes, extra?as. Les pusieron delante a una mujer de sonrisa t¨ªmida y melena rubia, y al fin le acertaron el motivo por el que se hallaba all¨ª, sentada en la silla del invitado de turno. La mujer fue el ¨²ltimo beb¨¦ nacido en la RDA, apenas tres segundos antes que entrase en vigor el tratado de reunificaci¨®n.
En medio de las bromas y las risas habituales del programa, el presentador intercal¨® una reflexi¨®n perspicaz, no exenta de melancol¨ªa, sobre el tiempo transcurrido desde aquella ristra de acontecimientos que condujo al nacimiento de la Alemania actual. Hace ya unos cuantos a?os que la reunificaci¨®n alemana, como la mujer del concurso, alcanz¨® la edad adulta. Hoy constituye un hecho hist¨®rico que los j¨®venes alemanes conocen porque se lo han contado en casa o porque lo han tenido que estudiar en el colegio.
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El pa¨ªs al que yo llegu¨¦ en los a?os ochenta y el que lleva el mismo nombre en esta segunda d¨¦cada del siglo XXI presentan diferencias notables. Creo, sin la menor sombra de duda, que este de ahora es mejor, m¨¢s abierto y hospitalario. Aquel de entonces era todav¨ªa un lugar abrumado por el peso de la Historia, expuesto por dem¨¢s a los vientos inh¨®spitos de la Guerra Fr¨ªa; un lugar en el que terminaban de manera abrupta los trenes de Occidente.
Habitar un sitio que no es de paso condiciona el car¨¢cter de los nativos. Los hace de suyo cerrados y suspicaces. No conciben que un desconocido se acerque a ellos sin un motivo. A cada instante, los forasteros deb¨ªamos demostrar que abrig¨¢bamos buenas intenciones, que ven¨ªamos a contribuir, a respetar las leyes, a guardar las normas elementales de la higiene. Cuando, al poco de llegar, me preguntaron si en Espa?a tambi¨¦n se celebra la Navidad, comprend¨ª que mi periodo de adaptaci¨®n iba a durar m¨¢s de lo previsto.
Claro que el ciudadano extranjero sigue si¨¦ndolo ahora y que en algunos lugares, particularmente en ciertas poblaciones de la antigua RDA, el hombre de rasgos morenos har¨ªa bien en cambiar de acera si ve venir hacia ¨¦l a un grupo de rapados con cazadoras y botas. Pero en lo que ata?e a la vida diaria, en la consulta del m¨¦dico, en el supermercado, en las gradas del estadio de f¨²tbol, yo percibo que el aire ha perdido aquella textura de otros tiempos, como de membrana r¨ªgida en torno a uno, y que se ha reducido sensiblemente el n¨²mero de miradas hostiles.
Hace tiempo que cayeron en descr¨¦dito los? f¨¦rreos principios de la moral prusiana
A Alemania le ha costado largo tiempo admitir que es un pa¨ªs de acogida de inmigrantes. Les guste o no a sus pol¨ªticos conservadores, lo ha sido desde los a?os cincuenta del siglo pasado, con las populosas oleadas de Gastarbeiter o trabajadores hu¨¦spedes; lo sigui¨® siendo con la emigraci¨®n de procedencia rusa tras la ca¨ªda del Tel¨®n de Acero y de ciudadanos de la antigua Yugoslavia durante la guerra de los Balcanes, y no digamos estos d¨ªas con el alud multitudinario de refugiados de Siria, Irak y Afganist¨¢n.
La Alemania monocolor que yo conoc¨ª no existe, salvo tal vez en rincones del Este, los m¨¢s renuentes a aceptar la presencia de fisonom¨ªas que no concuerdan con las se?as raciales del hombre n¨®rdico. Es loable el constante ejercicio pedag¨®gico en los colegios y en los medios de comunicaci¨®n por fomentar la convivencia con el que es distinto. Y si alg¨²n reproche se le hace al extranjero desde instancias oficiales es que se organice en sociedades paralelas, regidas por normas incompatibles con el Estado de Derecho.
Se ha popularizado como algo positivo y deseable, desde el Mundial de F¨²tbol del 2006, el concepto de buntes Deutschland o Alemania multicolor. Una Alemania desenfadada, jovial, derrochadora, que a fuerza de invadir con ba?ador y sandalias las playas del Mediterr¨¢neo se ha latinizado. Los f¨¦rreos principios de la moral prusiana han ca¨ªdo en descr¨¦dito. Hoy es moneda corriente en Alemania el que los trenes lleguen con retraso, sus pilotos hagan huelga en d¨ªas de ajetreo vacacional, sus pol¨ªticos sean incapaces de gestionar la construcci¨®n del aeropuerto de Berl¨ªn, a¨²n en obras tras largos a?os. Los programas de humor no dan abasto. Y ahora resulta que la gran insignia de la marca Alemania, la Volkswagen, se ha estado dedicando en gran escala a pr¨¢cticas picarescas.
Los colegios y los medios de comunicaci¨®n fomentan la convivencia con el que es distinto
El director de un colegio de ense?anza b¨¢sica donde estuve empleado me cont¨® en cierta ocasi¨®n, ponderando el caso como si de un logro social se tratase, que a?os atr¨¢s estaba muy mal visto que una persona consumiera alimentos en la v¨ªa p¨²blica y que hasta la multiplicaci¨®n de las helader¨ªas y restaurantes italianos no exist¨ªan las terrazas con sillas y veladores en las calles y plazas de Alemania. A¨²n se hablaba a mi llegada al pa¨ªs de la puntualidad alemana como de un valor nacional, virtud esta que hoy d¨ªa se practica con relajaci¨®n creciente. Se estila entre los j¨®venes el saludo con roce de mejillas. A m¨ª no me cabe duda de que el contacto f¨ªsico como gesto de afecto y cortes¨ªa es en Alemania una costumbre de importaci¨®n. Finalmente se ha socializado. Los mayores siguen estrech¨¢ndose la mano a la vieja usanza.
El 3 de octubre de cada a?o se celebra el D¨ªa de la Unidad Alemana. Es fiesta; pero fiesta, fiesta: globos, conciertos, cerveza. Aquellos desfiles con retumbo intimidador de botas, antorchas macabras y exhibici¨®n de armamento quedaron definitivamente arrumbados en los vaciaderos de la Historia. Este a?o, el centro de la celebraci¨®n estar¨¢ en Fr¨¢ncfort, cuya iglesia de San Pablo constituye un emblema fundacional de la democracia alemana. Angela Merkel madrear¨¢ un rato al personal con unas palabras de elogio de la unidad entre los diferentes, vestida con invariable traje de chaqueta y juntando las yemas de una mano con las yemas de la otra. Y hablar¨¢, por supuesto, el presidente de la Rep¨²blica, Joachim Gauck, en su inconfundible y un tanto estirado estilo de predicador. Todo ello mientras va acariciando las narices de los circunstantes un olorcillo rico de salchicha asada que les va llegando desde un puesto de la calle y los inducir¨¢ a mirar de vez en cuando, con disimulo, el reloj.
Fernando Aramburu es escritor.
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