El desd¨¦n de los que ya saben qu¨¦ vas a decir
El indecoroso ¨¢nimo de no escuchar est¨¢ empobreciendo la conversaci¨®n espa?ola hasta l¨ªmites indecibles
Es corriente ver en las tertulias pol¨ªticas televisadas que los realizadores buscan caras de los que escuchan. Lo hacen porque en esas muecas hay una mina: no hay nada mejor que una cara atribulada, enfadada o burlona, as¨ª que la c¨¢mara se fija en tales rostros como si en los gestos estuviera el im¨¢n de las audiencias. La cara es el espejo del alma, y es posible que ah¨ª al menos la espectacularidad televisiva encuentre el alma que no est¨¢ en las palabras.
Es interesante fijarse en esas caras, pues suelen ser tan expresivas como las de los que en ese preciso momento est¨¢n hablando. El tertuliano ha ido fabricando poco a poco un rostro peculiar, que es tan solo de tertuliano, como si ese disfraz se adquiriera en las tiendas o en las farmacias. Se trata de irle diciendo al que habla (o al telespectador) lo que piensa decirle despu¨¦s, y lo hace a¨²n antes de que emita una sola palabra.
Esos gestos de desd¨¦n por lo que est¨¢ diciendo el otro ocurren tambi¨¦n en el Parlamento, donde parece que los pol¨ªticos han de hacer expl¨ªcitos sus desacuerdos con las caras aun antes de que lleguen a emitir sonido alguno. Por supuesto, pasa tambi¨¦n con la prensa, y pasa en las conversaciones cotidianas. Los que consideran que la libertad de expresi¨®n, como aquellos disfraces de las caras de los tertulianos, se venden en farmacias o en quioscos, saben lo que dice un art¨ªculo o una informaci¨®n aun antes de leerlos: ya saben que va a haber desacuerdo.
Este indecoroso ¨¢nimo de no escuchar est¨¢ empobreciendo la conversaci¨®n espa?ola hasta l¨ªmites indecibles. Es costumbre, ahora acentuada por el predominio grit¨®n de las redes sociales y sus correspondientes contagios period¨ªsticos, responder con los implacables 140 caracteres a aquel o a aquellos cuyas opiniones no est¨¢n en consonancia con las nuestras, adivinando incluso lo que a¨²n no se ha dicho. El otro d¨ªa public¨® aqu¨ª Llu¨ªs Bassets una excelente glosa sobre un libro que explica por qu¨¦ en estos tiempos parece que resurge la posibilidad de un Hitler. Como se suele decir, la Red se incendi¨®: sin siquiera haber le¨ªdo los argumentos que extra¨ªa Bassets del libro glosado, le saltaron a su yugular y a la del peri¨®dico (este peri¨®dico) como si el buen Llu¨ªs se hubiera hecho profeta del nazismo que deploraba desde la cruz a la fecha.
Pasa lo mismo con respecto a pol¨ªticos nuevos que han venido con la noble intenci¨®n de darle brillo a la libertad de expresi¨®n, pero que arremeten contra el uso ajeno de esa herramienta civil en cuanto observan muecas que los desaprueban. Si todos nos escuch¨¢ramos, si todos ley¨¦ramos para saber si estamos o no en desacuerdo, si oy¨¦ramos en silencio (y con las caras en silencio) es probable que este guirigay que hay montado baje los decibelios de un ruido que no va a ninguna parte.
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