Tan completa o tan incompleta
Los profundos estereotipos de g¨¦nero siguen pesando, se sigue creyendo que la mujer que no es madre no es del todo mujer
Hace nueve a?os publiqu¨¦ un art¨ªculo en este mismo suplemento titulado Ni coja ni madre en el que criticaba la mirada conmiserativa que ca¨ªa sobre m¨ª cada vez que la gente se enteraba de que no tengo hijos. Como si carecer de descendencia fuera una mutilaci¨®n existencial. Ahora advierto que, con mi optimismo cong¨¦nito, esperaba que la cosa fuera mejorando con el tiempo. A fin de cuentas, es verdad que ha mejorado el nivel de sexismo en las ¨²ltimas d¨¦cadas y que este pa¨ªs es menos machista que el de mi juventud. Pero la obligatoriedad social de la maternidad parece seguir siendo inexpugnable. Es m¨¢s, yo dir¨ªa que el mandato se ha recrudecido y es a¨²n peor, porque ahora casi todas las chicas vuelven a tener hijos.
En torno a la Transici¨®n, en cambio, hubo una generaci¨®n de mujeres que, consciente o inconscientemente, dejamos la maternidad a un lado. Para muchas de nosotras no fue nunca una opci¨®n: creo que ni siquiera escogimos no ser madres, es que no lo ten¨ªamos como prioridad y los a?os se nos fueron pasando. Hablo de la ¨¦poca en la que tanto Espa?a como Italia est¨¢bamos a la cabeza de los pa¨ªses con menor natalidad del mundo. Y seguro que no fue casual que lider¨¢ramos la lista dos sociedades que hab¨ªamos sido especialmente machistas hasta hac¨ªa muy poco, y que hab¨ªamos evolucionado en este aspecto muy deprisa. Mi teor¨ªa es que hubo una generaci¨®n de madres atrapadas en el estereotipo de una educaci¨®n tradicional que vieron c¨®mo el mundo cambiaba ante sus ojos, aunque demasiado tarde para que ellas lo pudieran aprovechar. Creo que la falta de inter¨¦s reproductor que tantas mujeres de mi edad hemos mostrado fue el resultado del poderoso susurro de esas madres: no te encadenes, no tengas hijos, haz todo lo que yo no pude hacer.
Las chicas nacidas en la democracia, en cambio, no tienen que soportar ese mandato materno sobre sus hombros y, en consecuencia, volver a tener hijos es lo habitual. Me parece muy bien, porque son mucho m¨¢s libres para escoger, pero lo que no me parece bien es que regrese intacta y berroque?a la idea de la maternidad como culminaci¨®n de la mujer y que las no madres seamos vistas cada vez m¨¢s como una anomal¨ªa. Cuando lo que es claramente an¨®malo es que a los hombres nunca o casi nunca se les pregunte si tienen hijos, mientras que a las mujeres se nos interrogue una y otra vez sobre lo mismo.
?Y qu¨¦ efectos tan devastadores produce la pregunta en la concurrencia! Pongamos que hay un grupo de personas que se conocen poco gorjeando con liviandad sobre temas peque?os, y de pronto alguien te dice alegremente: ¡°?Tienes hijos?¡±. La respuesta a eso es un simple no, pero claro, yo ya soy mayor, tengo una edad irreversible, es un no lapidario que borra de un brochazo todos mis potenciales v¨¢stagos e incluso, a estas alturas, mis potenciales nietos. O sea, una multitud potencial que se desvanece. As¨ª que ese monos¨ªlabo cae como una bomba de neutrones y la gente se congela en torno a ti como esperando que sigas explic¨¢ndote. Que les digas, ¡°no pude tener hijos¡±, o bien, ¡°padezco una enfermedad gen¨¦tica que no quise transmitir¡±, o incluso algo definitivo como ¡°soy un transexual¡± o ¡°soy virgen¡±¡ No s¨¦, todo el mundo parece aguardar una justificaci¨®n razonable de tan aberrante realidad.
No estoy exagerando lo m¨¢s m¨ªnimo. Me ha vuelto a suceder hace nada en Francia, en un entorno intelectual, joven y progresista. Llega la pregunta y t¨² contestas no, qu¨¦ respuesta m¨¢s simple y m¨¢s sencilla. Pero siempre, absolutamente siempre, la conversaci¨®n se detiene durante unos microsegundos incomod¨ªsimos y, por m¨¢s que intento aferrarme tozudamente al monos¨ªlabo y a la ligereza y no a?adir ni una palabra m¨¢s, a menudo todos terminamos soltando tres o cuatro lugares comunes sobre la maternidad. Lo que m¨¢s me desconsuela, pobrecitas, son esas mujeres que se sienten obligadas a decir: ¡°Ah, claro, por supuesto, no importa, da igual tener hijos o no¡±, una obviedad tan evidente que su sola formulaci¨®n resulta chirriante, como si quisieran aliviar la pena tremenda de tu triste situaci¨®n; o como si te vieran como un monstruo, pongamos como un c¨ªclope, y dijeran, ah, pero no te preocupes, no pasa nada, tener un ¨²nico ojo en mitad de la frente es guay y adem¨¢s solo necesitas una lentilla. Tanto apresuramiento en celebrarte te convence justamente de lo contrario, de que s¨ª pasa mucho, de que los profundos estereotipos de g¨¦nero siguen pesando como bolas de plomo en nuestro cerebro y de que, muy al fondo, se sigue creyendo que la mujer que no es madre no es del todo mujer. Y a estas alturas de la vida yo ya no s¨¦ c¨®mo explicar que, aunque tener hijos debe de ser una experiencia formidable, yo me siento tan completa o tan incompleta como cualquier persona.
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