Matrix
La creaci¨®n de partidos de izquierda empieza a convertirse en una industria de tal calado que Rajoy la presentar¨¢ como s¨ªmbolo de la recuperaci¨®n
La izquierda siempre ha tenido un problema: los partidos de izquierda. Un problema como el del comunismo con los comunistas. Del mismo modo que el del Real Madrid es, en buena medida, los madridistas.
No hay ideolog¨ªa con m¨¢s alegr¨ªa can¨ªbal que la izquierda, ni pol¨ªticos que hayan errado tanto la punter¨ªa: cuando tienen al adversario a tiro, se giran y devoran a sus compa?eros con reflejo pavloviano. Hay intelectuales que diagnosticaron su impotencia con nostalgia. La de Sempr¨²n hace treinta a?os, cuando dec¨ªa que la izquierda no paraba de traicionarle porque de la derecha no esperaba nada; la de Pascal Bruckner (Mi hijo, Impedimenta, 2015) diciendo que a pesar de la estupidez y el buenismo nunca ha dejado el progresismo: ¡°Las ¨²nicas estupideces que me indignan son las de la izquierda, las dem¨¢s me dejan indiferente¡±.
Los dos disfrutar¨ªan en la Espa?a de hoy, un espect¨¢culo parecido al de un turista pase¨¢ndose por campos de energ¨ªa en los que se incuban los humanos fuera de Matrix. Si el obst¨¢culo de la izquierda son los partidos se ha resuelto crear todos los posibles en reuniones en las que se entonan c¨¢nticos en lenguas muertas. La izquierda puede ganar sin partidos y hasta sin programa: Carmena no sab¨ªa que exist¨ªa uno, no digamos que llevaba candidatos detr¨¢s, e hizo muy bien todo.
Como no se aprende de las lecciones, incluso de las m¨¢s recientes, para las generales se han fundado un mont¨®n de partidos para hacer p¨²blicas sus diferencias con un objetivo sagrado: juntarse. Con una expectaci¨®n tan grande que se observa el proceso como si en los programas de cada uno se prometiese la reunificaci¨®n ideol¨®gica antes que el gobierno. Ese ombliguismo es contagioso; un tic tan tierno que no solo no despierta el temor del PP sino que levanta su instinto paternal: quer¨¢moslos, si tarde o temprano se devorar¨¢n entre egos, lindes, herencias y liebres.
S¨ª, la creaci¨®n de partidos de izquierda empieza a convertirse en una industria de tal calado que Rajoy la presentar¨¢ como s¨ªmbolo de la recuperaci¨®n, con los coches, la alimentaci¨®n y los contratos de trescientos euros. El presidente podr¨ªa aplicar a sus adversarios el mismo discurso que con el paro; la izquierda crece como los puestos de trabajo: el mismo nivel de precariedad. Los partidos de izquierda deber¨ªan reaccionar, o sea disolverse en uno, pero est¨¢n sometidos a equilibrios suicidas. De tal manera que empieza a haber problemas para encontrar nombres; cuando parec¨ªan haberse agotado todos los ant¨®nimos, Baltasar Garz¨®n encontr¨® uno desconcertante para lo suyo: La Izquierda.
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