Tribulaciones del joven @Werther
La nueva ¡°masa sentimental¡± ha hecho de la seducci¨®n una forma de desconocer ¡ªy desconocerse¡ª. Bajo la m¨¢scara de ¡°m¨¢s oportunidades¡±, la er¨®tica digital sortea cualquier confesi¨®n pasional
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Le¨ªa hace poco una entrevista en la que ?lvaro Delgado-Gal comenta cierta idea expuesta en su libro Buscando el cero;a saber: que eso que conocemos como amor rom¨¢ntico, en el que la persona no act¨²a guiada por la raz¨®n, fue durante mucho tiempo una suerte de privilegio social. Tambi¨¦n en los sentimientos se act¨²a muchas veces siguiendo las normas de la elecci¨®n racional, esas que permiten paliar la escasez de recursos y garantizar la subsistencia propia o de las cr¨ªas. Desde este punto de vista, el amor, en su acepci¨®n rom¨¢ntica, ser¨ªa una especie de enfermedad o un lujo.
Me llam¨® la atenci¨®n esta manera ultrarrealista de abordar una irrefutable evidencia hist¨®rica: que en Occidente, al menos, el asunto del amor fue durante mucho tiempo cosa de clases bien situadas, cortesanos, estratos privilegiados o cercanos al privilegio. ¡°Una de las consecuencias de la democracia y la extensi¨®n del bienestar¡±, recuerda Delgado-Gal, ¡°que de facto crecen en paralelo, es el hecho de que mucha gente pueda plantearse oportunidades que habr¨ªan sido inimaginables para una o dos generaciones anteriores¡±. Me preguntaba yo qu¨¦ hab¨ªa pasado ¨²ltimamente con esa igualdad de oportunidades sentimentales en el mundo democratizado, y lament¨¦ entonces que ese libro del fil¨®sofo, dedicado a la ¡°revoluci¨®n moderna en la literatura y el arte¡±, no extendiera su an¨¢lisis a evidencias m¨¢s recientes, posmodernas, si se quiere. Porque creo que las nuevas l¨®gicas de nuestra era digital significan tambi¨¦n el fin de cierta cultura amorosa.
Miremos alrededor. El primer resultado de la proliferaci¨®n de los sitios de intercambio sentimental es, por supuesto, un incremento de la oferta. Si antes la gente decid¨ªa casarse luego de conciliar la pasi¨®n con la pereza ¡ªo con la duda: ?encontrar¨¦ a alguien que re¨²na mis requerimientos b¨¢sicos?¡ª, ahora el compromiso se piensa con m¨¢s calma, sabiendo que siempre podr¨¢n encontrarse nuevas opciones en el casi inagotable semillero del mundo virtual.
Materia de reportajes de todo tipo ¡ªdesde las llamadas revistas del coraz¨®n hasta el periodismo m¨¢s sesudo¡ª, este ¡°nuevo orden amoroso¡± se define por la oferta multiplicada a la carta: vale todo menos el riesgo; aquel factor sorpresa que antes parec¨ªa inseparable de lo rom¨¢ntico se ha convertido en una mercanc¨ªa devaluada. Se busca una armon¨ªa elemental, a-dram¨¢tica, donde se intercambian estereotipos y el deseo se reconduce hacia una imagen prevista, lugar cercano o smooth connection: la moda Tinder, as¨ª bautizada por la aplicaci¨®n que encarna ese modo de socialidad er¨®tica, es un buen ejemplo de la ¡°positividad¡± y el corto plazo que el fil¨®sofo Byung-Chul Han considera cualidades inherentes a lo digital. Este medio, al que define como ¡°pobre en mirada¡±, nos aleja cada vez m¨¢s del otro, mientras el touchscreen, esa obsesiva necesidad de palpar una pantalla, elimina aquella distancia que constituye al otro en su alteridad. ¡°Se puede palpar la imagen¡±, dice Han, ¡°tocarla directamente, porque ha perdido ya la mirada, la faz¡±.
En el mundo virtual, el ¡°orden amoroso¡± se define por la oferta multiplicada a la carta
Lejos de la minor¨ªa bohemia asociada al malditismo moderno, aquella ¡°gente especial¡± que decid¨ªa cumplir con el ¡°atr¨¦vete a ser quien eres¡±, la nueva ¡°masa sentimental¡± ha hecho de la seducci¨®n una forma de desconocer ¡ªy desconocerse¡ª. Una declaraci¨®n de amor eterno es hoy, sin duda, mucho m¨¢s transgresora que el sexo itinerante, plebeyo, democratizado. Bajo la m¨¢scara de ¡°m¨¢s oportunidades¡±, la nueva er¨®tica digital sortea cualquier confesi¨®n pasional, cualquier cosa que implique una elecci¨®n (necesariamente imperfecta e incompleta) por encima de la suma de relaciones virtuales, esa utop¨ªa de los amores posibles o perfecci¨®n imaginaria vestida de oportunidad inagotable.
Seg¨²n la teor¨ªa de la elecci¨®n racional, en un mundo premoderno el amor no pod¨ªa ser otra cosa que una enfermedad. Desde el pr¨ªncipe Genji hasta las hero¨ªnas de Downton Abbey, la pasi¨®n es desgaste, dispendio, reto y riesgo. Los avatares de este fatum rom¨¢ntico est¨¢n bien ilustrados en la m¨¢s c¨¦lebre de las novelas de amor moderno, Las tribulaciones del joven Werther, de Goethe. Enamorado sin remedio de Carlota, el protagonista no ve otra salida al tri¨¢ngulo asfixiante de su pasi¨®n que el suicidio, y su ejemplo se extender¨¢ enseguida por toda la cultura europea.
Stendhal, Tolst¨®i, Proust, Flaubert, Balzac, James... llevan a la novela el drama de la elecci¨®n racional, la batalla entre el amor rom¨¢ntico, casi siempre frustrado, y los imperativos pr¨¢cticos. Pero cualquiera que lea las nuevas sagas amorosas posmodernas, a Tao Lin, por ejemplo, o a Bret Easton Ellis, convendr¨¢ en que estamos ya muy lejos de aquel proceso imaginario que defin¨ªa lo er¨®tico: la tensi¨®n entre objetividad y deseo. Otras, m¨¢s inmediatas y simplonas, son ya las l¨®gicas de la passio, y me temo que una literatura sentimentalmente empobrecida y laxa es apenas otra v¨ªctima colateral de la era hipster.
Para un nuevo y democratizado @Werther, que se asomara hoy a la disyuntiva de su antepasado y enviara largu¨ªsimos e-mails a su mejor amigo cont¨¢ndole sus cuitas, el suicidio ser¨ªa una opci¨®n a competir con Match, Ashley Madison, OKCupid o Luxy, el ¡°Tinder sin gente pobre¡±. Y lo mismo sucede de la otra parte. Por otro lado, ?a qu¨¦ joven se le ocurrir¨ªa suicidarse por amor sin anunciarlo antes en Facebook o en Instagram? En este mundo, como en tantas otras cosas de nuestra vida actual, impera el ruido. Todo deseo ha sido normalizado y repartido en compartimentos cada vez m¨¢s accesibles, pero tambi¨¦n m¨¢s fr¨ªvolos. La pornograf¨ªa ha devenido el modelo de lo sexual. Todos quieren amar pero nadie quiere complicarse: las relaciones de los m¨¢s j¨®venes tienen la consistencia ef¨ªmera del link; es menos relaci¨®n. Tenemos cada vez m¨¢s tiempo libre para amar, pero nos cuesta hacerlo en profundidad, sin las pr¨®tesis de redes sociales.
?A qu¨¦ joven se le ocurrir¨ªa suicidarse por amor sin anunciarlo antes en Facebook o Instagram?
Hay un c¨¦lebre poema de Catulo, el Carmen LI, en el que despu¨¦s de describir la pasi¨®n amorosa en los mismos t¨¦rminos de su famosa predecesora, Safo, el poeta hace un gui?o ir¨®nico y se alecciona a s¨ª mismo: ¡°No te conviene, Catulo, este ocio,?/ con el ocio te exaltas y consumes,?/ el mismo ocio que arruinara a tantos?/ reyes y ciudades felices¡±. Los ex¨¦getas explican la contraposici¨®n latina entre otium (el tiempo estrictamente personal, dedicado a las emociones y al cuidado de s¨ª) y negotium, los empe?os civiles cotidianos, las cosas de la ciudad. De la misma manera que el negotium ¡ªo el determinismo econ¨®mico de la elecci¨®n racional¡ª no debe regir el mundo del amor y los sentimientos, para Catulo el otium en estado puro favorece otro tipo de malestar, una tentaci¨®n narcisista y autodestructiva irreconciliable con la felicidad.
Han pasado los siglos, por supuesto. Ni los poetas latinos ni los novelistas modernos habr¨ªan podido imaginar la m¨¢s brutal de las perversiones sentimentales: qu¨¦ pasa con el amor, y qu¨¦ perdemos, cuando este se convierte en reh¨¦n digital del ¡°negocio del ocio¡±.
Ernesto Hern¨¢ndez Busto es ensayista (premio Casa de Am¨¦rica 2004). Sus libros m¨¢s recientes: La ruta natural (Vaso Roto) y Diario de Kioto (Cuadrivio).
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