40 a?os en b¨²squeda de equilibrio, y el mito de S¨ªsifo
"Reclamo un pacto social, un nuevo contrato social, en el que deben participar todos los agentes sociales"
Abordar¨¦ el tema con datos, hechos y personas, pero sin n¨²meros. Los debates se vienen centrando en las cifras, sin duda importantes, pero que muchas veces no dejan ver el bosque de las estrategias y valores que con tenaz ciclicidad impulsan o bloquean el desarrollo cient¨ªfico y tecnol¨®gico en Espa?a.
En los trabajos sobre Filosof¨ªa de la pol¨ªtica cient¨ªfica, he podido poner de relieve que la pol¨ªtica cient¨ªfica moderna nace en Europa en el primer tercio del siglo XX. En aquel tiempo, Espa?a estuvo cerca de la vanguardia (circunstancia que sin duda sorprender¨¢ a muchos conciudadanos) gracias a la apuesta que por la educaci¨®n y la investigaci¨®n hicieron respectivamente la Instituci¨®n Libre de Ense?anza y la Junta para la Ampliaci¨®n de Estudios e Investigaciones Cient¨ªficas (JAE), con personalidades cient¨ªficas y pol¨ªticas implicadas como Santiago Ram¨®n y Cajal, Jos¨¦ Castillejo, Juan Negr¨ªn, entre otros muchos. Ese periodo brillante, medio siglo aproximadamente, ha sido reconocido por historiadores de la ciencia como La¨ªn Entralgo, L¨®pez Pi?ero y S¨¢nchez Ron como la ¡°edad de plata¡± de la ciencia (y la tecnolog¨ªa) espa?olas.
Este periodo tuvo un brusco final con la Guerra Civil. Es cierto que, desde el lado de los vencedores, se trat¨® de restaurar la situaci¨®n con la creaci¨®n del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas (CSIC) sobre los restos de la JAE en noviembre de 1939, aunque con un profundo trastoque ideol¨®gico. La creaci¨®n y el desarrollo posterior del CSIC se debieron al esfuerzo personal de quien ser¨ªa su secretario general, Jos¨¦ Mar¨ªa Albareda, que fue becario de la JAE y conoci¨® la misi¨®n de dicha instituci¨®n.
Al CSIC se atribuy¨® en origen la ejecuci¨®n de la pol¨ªtica cient¨ªfica, pero pronto tropez¨® con las dificultades habituales que se suelen dar en Espa?a asociadas con luchas tribales. Este fracaso del CSIC condujo a los tecn¨®cratas a asumir un papel protagonista en la gesti¨®n de la ciencia: por ello se cre¨® la Comisi¨®n Asesora de Investigaci¨®n Cient¨ªfica y T¨¦cnica (CAICYT) en 1958 que qued¨® adscrita a la Presidencia de Gobierno, aunque su asiento f¨ªsico estuvo en las oficinas centrales del CSIC. Manuel Lora Tamayo, qu¨ªmico org¨¢nico de prestigio fue su primer presidente. Lora Tamayo ocup¨® posteriormente la cartera de Educaci¨®n Nacional desde cuya titularidad apost¨® por la pol¨ªtica cient¨ªfica y promovi¨® la primera evaluaci¨®n de la ciencia en Espa?a que realiz¨® la OCDE; asimismo cambi¨® el nombre de su cartera a la de Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia. El CSIC fue reconocido como principal ejecutor en el sector p¨²blico de la investigaci¨®n cient¨ªfica y t¨¦cnica en Espa?a.
La transici¨®n a la democracia trajo cambios importantes en el ¨¢mbito de la gesti¨®n de la ciencia. Primero, la cr¨ªtica situaci¨®n econ¨®mica que llev¨® a los Pactos de la Moncloa, determin¨® que este ¨¢mbito de la pol¨ªtica se aparcara: ¡°Ahora no toca¡±, fue la frase atribuida a Jordi Pujol. Sin embargo, y por suerte, con UCD se cre¨® el Ministerio de Universidades e Investigaci¨®n (1979-1981) bajo la direcci¨®n de Luis Gonz¨¢lez Seara. Este ministerio llev¨® a cabo una reforma en el organigrama de la gesti¨®n de la ciencia en Espa?a que incluy¨® la incorporaci¨®n de la CAICYT a dicho ministerio, reforma de calado que facilit¨® el proceso de modernizaci¨®n que sigui¨® a las elecciones de octubre de 1982.
El PSOE lleg¨® al gobierno con tal programa de modernizaci¨®n en el que afortunadamente estaba incluida la apuesta por transformar lo que prefiero denominar espacio cient¨ªfico-t¨¦cnico. En este entorno ha habido muchos logros a lo largo de los cuarenta a?os pero tambi¨¦n fracasos y decepciones.
Entre los activos cabe citar: La adopci¨®n de las pol¨ªticas para y por la ciencia en la agenda pol¨ªtica con la aprobaci¨®n y puesta en marcha de la Ley de la Ciencia de 1986; la adaptaci¨®n de la gesti¨®n de la investigaci¨®n cient¨ªfica seg¨²n el modelo norteamericano basado en la estrategia de ¡°La ciencia como frontera sin l¨ªmites¡± (Vannevar Bush, Roosevelt y Truman) y las pr¨¢cticas de la National Science Foundation, adaptaci¨®n que puso en marcha la evaluaci¨®n de proyectos y actividades cient¨ªficas por expertos y se complet¨® con la aplicaci¨®n de principios de planificaci¨®n estrat¨¦gica (Planes Nacionales y programas tem¨¢ticos de I+D); la decidida apuesta de las universidades, en especial de su personal m¨¢s cualificado, al reto del desarrollo cient¨ªfico y tecnol¨®gico espa?ol; la internacionalizaci¨®n de la producci¨®n de los conocimientos de las instituciones cient¨ªficas y t¨¦cnicas espa?olas; la creaci¨®n de grandes infraestructuras (por ejemplo, en el Instituto de Astrof¨ªsica de Canarias y en el CIEMAT), iniciativa que se vio acompa?ada por la mejora de las instalaciones y equipos de muchos laboratorios y grupos de investigaci¨®n espa?oles; la creaci¨®n del Instituto de Salud Carlos III como base para el desarrollo exponencial de la investigaci¨®n biom¨¦dica, proceso en el que sobresale la brillante incorporaci¨®n de los hospitales a esta tarea; la progresiva participaci¨®n con ¨¦xito en proyectos europeos¡
Logros ef¨ªmeros fueron: El incremento pautado de los presupuestos para la financiaci¨®n de la I+D y la innovaci¨®n (apenas dos legislaturas, despu¨¦s se ha recurrido a actuar por impulsos y a aplicar trucos de ingenier¨ªa financiera). Tambi¨¦n fue de corta duraci¨®n la disposici¨®n de la Intervenci¨®n General del Estado y de las burocracias controladoras a aceptar que el control en investigaci¨®n fuera de rendici¨®n de cuentas y no previo.
En todo caso, el dato m¨¢s importante ha sido el redescubrimiento de la existencia de un capital humano de gran calidad y enorme potencial.
El fracaso m¨¢s significativo se cifra en no haber conseguido la institucionalizaci¨®n de la investigaci¨®n cient¨ªfica y t¨¦cnica en el seno de la Administraci¨®n espa?ola ni en nuestra sociedad. La ausencia de este reconocimiento y de un estatuto especial supone que este ¨¢mbito est¨¦ sujeto al albur de los cambios de gobierno y de fluctuaciones econ¨®micas y pol¨ªticas. En suma, todo este contexto dirige a que la funci¨®n que sigue el desarrollo la ciencia y la tecnolog¨ªa en Espa?a sea sinusoidal y no alcance la sigmoidea. Tampoco ha logrado este objetivo la ley aprobada en junio de 2011 (Ley 14/2011) sobre Ciencia, tecnolog¨ªa e innovaci¨®n.
Ante esta situaci¨®n que evoca el mito de S¨ªsifo, los cient¨ªficos invocan siempre la necesidad de un Pacto de Estado. Mi experiencia de 50 a?os dedicado a la pr¨¢ctica y el an¨¢lisis de la actividad investigadora me indica que eso es imposible en nuestro pa¨ªs y los hechos lo prueban tozudamente. La ¨²nica remota posibilidad, que no me satisface, de esta soluci¨®n propuesta ser¨ªa la de colocar estas actividades bajo el amparo del Jefe del Estado.
La soluci¨®n que propugno es democr¨¢tica y ajustada al ejercicio de la gobernanza, es decir, legitimada social y ¨¦ticamente. Reclamo un pacto social, un nuevo contrato social, en el que deben participar todos los agentes sociales. Con estas premisas, quiz¨¢s deban liderar los cient¨ªficos la vertebraci¨®n de los agentes: empresarios, representantes sindicales y pol¨ªticos interesados que quieran sumarse al proceso, que idealmente podr¨ªa ser objeto de discusi¨®n y decisi¨®n en el Parlamento.
Emilio Mu?oz, doctor en Farmacia vinculado al CSIC, fue uno de los responsables del nuevo sistema cient¨ªfico espa?ol tras la llegada de la democracia, como director general de Pol¨ªtica Cient¨ªfica (1982-1986) y como presidente del CSIC (1988-1991).
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