Aza?a: entre los fracasos y el desquite
Lider¨® un partido que no era una maquinaria electoral, sino un instrumento al servicio de un proyecto de pa¨ªs
En el 75? aniversario de la muerte de Manuel Aza?a, acaso sea pertinente hablar de sus fracasos, que, andando el tiempo, pueden volverse desquites. En cuanto a los primeros, toca referirse no s¨®lo a los que en realidad cosech¨®, sino tambi¨¦n a los que le atribuyeron con mayor o menor justicia. El m¨¢s dram¨¢tico de todos consiste en que, trat¨¢ndose de una figura p¨²blica que se marc¨® el imperativo de explicar sus planteamientos, as¨ª como las convicciones que le llevaron a liderar un proyecto de pa¨ªs, el ep¨ªtome de la Segunda Rep¨²blica contin¨²a siendo un desconocido, tal y como titul¨® Rivas Cherif el libro que dedica a su cu?ado, libro por cierto imprescindible para entender qui¨¦n fue y qu¨¦ fue el autor de La Velada en Benicarl¨®.
Como en su momento apunt¨® Marichal, el estadista republicano era consciente de la dificultad de hacerse comprender, hasta el extremo de que ¨¦l mismo se lo pregunt¨® en su libro Mi rebeli¨®n en Barcelona. Todo un drama cuando hablamos de alguien que tuvo la claridad como lema y que su oratoria y elocuencia brillaron a gran altura. A este desconocimiento, coadyuvaron el ruido y la furia de los tiempos que le toc¨® vivir, as¨ª como el olvido que se impuso sobre su figura, por mucho que m¨¢s tarde, casi siempre de forma indebida, desde el oportunismo m¨¢s rampl¨®n, hubo quienes quisieron apropi¨¢rselo ya en tiempos de democracia.
Fue quien m¨¢s en serio apost¨® por un proyecto de pa¨ªs que dejase atr¨¢s anacronismos injustificables
Prosigamos con sus fracasos. Por ejemplo, que fue un escritor sin lectores. En ello, colabor¨® mucho Unamuno. Lo parad¨®jico es que durante la dictadura de Primo de Rivera el atene¨ªsta y el rector compartieron una beligerancia inequ¨ªvoca frente a aquel Directorio que nos retrotrajo al siglo XIX. Sin embargo, desde la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica, sus desencuentros fueron continuos. No obstante, gentes de la talla de Antonio Espina y Pedro Salinas elogiaron la novela El Jard¨ªn de los Frailes. Ortega, al polemizar con Aza?a en torno al Estatuto de Catalu?a, no dej¨® de reconocerle su conocimiento de nuestra historia, as¨ª como su capacidad intelectual. La prosa de Aza?a est¨¢ m¨¢s en las cumbres de su ¨¦poca que en la zona media. Distinta cosa es que su obra literaria haya sido discontinua y que estuviese marcada por la dispersi¨®n. En muchos de sus discursos se encuentran excelentes ensayos. Aza?a no fue el ¨²nico pol¨ªtico de su ¨¦poca que escribi¨® memorias, pero sus Diarios tienen como a?adido una calidad literaria en el g¨¦nero que las hace entroncar con la obra de Amiel. No fracas¨® como escritor en lo que se refiere a la excelencia de sus obras, as¨ª como al reconocimiento de la cr¨ªtica, si bien es cierto que nunca fue le¨ªdo masivamente. Fue considerado un pol¨ªtico, y no un escritor, cuando la realidad es que ambas facetas en su caso son inseparables.
A Aza?a se le reprocha tambi¨¦n haber sido el principal causante del fracaso de la Segunda Rep¨²blica, algo que constituye todo un insulto al rigor hist¨®rico, pues, sin negar lo obvio, esto es, que cometi¨® errores graves, resulta insoslayable que el pa¨ªs entero colabor¨® en aquel fracaso, desde quienes le declararon desde un principio la guerra al Estado que se proclam¨® el 14 de abril de 1931, hasta sus m¨¢s entusiastas partidarios que incurrieron en excesos imperdonables, sin olvidarnos tampoco de un contexto internacional marcado por los extremismos y el extrav¨ªo.
Es desolador que la Espa?a de hoy en su mayor¨ªa desconozca el significado de la figura de Aza?a
No puede resultar sorprendente que el m¨¢s rancio reaccionarismo espa?ol siga odiando al personaje que apost¨® m¨¢s en serio por un proyecto de pa¨ªs que dejase atr¨¢s anacronismos injustificables. Pero es desolador que la Espa?a de hoy en su mayor¨ªa desconozca el significado de la figura de Aza?a, ya que ello podr¨ªa servir de gu¨ªa en un momento en el que las encrucijadas no son pocas. Y aqu¨ª entrar¨ªamos en lo que ser¨ªan sus desquites.
S¨®lo apuntar¨¦ dos. El primero rompe uno de los t¨®picos m¨¢s comunes cuando se dice que el poder corrompe. Pues bien, Aza?a muere en un modesto hotel costeado por la embajada de M¨¦xico en la localidad francesa de Montauban. Y abandon¨® la vida al modo machadiano, ligero de equipaje. Su caso demuestra que el poder no corrompe, sino que m¨¢s bien desenmascara.
En cuanto al segundo de estos desquites, Aza?a lider¨® un partido que no era una maquinaria electoral, sino un instrumento al servicio de un proyecto de pa¨ªs. Era su liderazgo el que hac¨ªa que lo apoyasen otras formaciones pol¨ªticas con m¨¢s diputados que la suya. Estaba antes el proyecto que el partido, al contrario de lo que sucede hoy.
Y, como an¨¦cdota, no est¨¢ de m¨¢s recordar que su partido financiaba en gran parte las campa?as electorales cobrando entrada por asistir a los m¨ªtines. Pregunt¨¦monos si hoy tal cosa ser¨ªa posible.
Luis Arias Arg¨¹elles-Meres es autor de los libros Aza?a o el sue?o de la raz¨®n (Nerea; Madrid, 1990) y Buscando un Ortega desde dentro (Septem ediciones; Oviedo, 2005).
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