El primer recuerdo de Pepa
Era en el tiempo de la Transici¨®n convulsa. Fue la Conchi que grit¨®: ¡°?Ni?as, en vez de llorar, cantad!¡±. Cantaban y cantaban mientras los furgones iban dando tumbos en la oscuridad por trayectos absurdos, con el ¨²nico rumbo del miedo
El andar puede ser muy curativo. Mucho m¨¢s, todav¨ªa, si tu cuerpo y el lugar sobre el que caminas se sienten c¨®mplices y comparten una historia de redenci¨®n.
Josefa, cuando se hundi¨® en la depresi¨®n, solo encontraba alivio al caminar por la tierra del Humoso. Ella hab¨ªa sido una de las que levantaron aquella tierra y ahora la tierra la levantaba a ella.
A los 12 a?os, Josefa tuvo que dejar la escuela. Era la mayor de cuatro hermanos y se fue con el padre, a trabajar en el campo. El cuerpo arqueado, las manos siempre a ras de tierra, escardando las hierbas o recolectando aceituna. Al mirar de soslayo, a contraluz, la figura del se?orito de la finca a caballo, ¡°controlando todo¡±.
Su padre era un compa?ero de trabajo. Hab¨ªa compartido con ¨¦l largas jornadas bajo el sol. As¨ª que cuando a ¨¦l le golpe¨® un mal irremediable, y le peg¨® duro, a Josefa tambi¨¦n se le abism¨® la mirada y hasta el aparato respiratorio se olvidaba de respirar.
Ped¨ªa entonces a su marido que la llevase al Humoso. Y all¨ª la tierra le devolv¨ªa el deseo de ver y respirar.
?Qu¨¦ hab¨ªa sucedido en el Humoso?
Es una de esas historias que la Historia no cuenta. La Historia, m¨¢s o menos oficial, anda a lo suyo, obsesionada con el estatismo. La extraordinaria gente corriente no existe o tiene el papel subalterno de una multitud de extras.
Desde inicios de los ochenta, durante 12 a?os, d¨ªa tras d¨ªa, un grupo de mujeres de Marinaleda acudieron al Humoso con la consigna b¨ªblica de que la tierra debe ser para quien la trabaja. El Humoso era un simple pedazo desatendido en el gran latifundio del Infantado. Gran parte de Marinaleda se moviliz¨® con un l¨ªder, el alcalde S¨¢nchez Gordillo, que el periodismo fosilizado se apresur¨® a tildar de alocado extremista. Lo que era una locura secular era la pobreza y el desorden de la injusticia establecida.
Durante 12 a?os, d¨ªa tras d¨ªa, un grupo de mujeres de Marinaleda acudieron al Humoso con la consigna b¨ªblica de que la tierra debe ser para quien la trabaja
El primer recuerdo de una ni?a, Pepa la del Gordo, puede equivaler a un tratado hist¨®rico: ¡°El primero son las l¨¢grimas de mi padre. Se le cayeron al salir de la tienda en la que negaron el pan para sus hijos. No, no pod¨ªan esperar a la noche para que lo pagara¡±. Ese recuerdo infantil es un cross a la mand¨ªbula de aquel imperio de la verg¨¹enza. En un proverbio de Stanislaw J. Lec se dice que es posible tapar los ojos ante la realidad, pero no ante los recuerdos. Y Pepa ni tap¨® los recuerdos ni cerr¨® los ojos. Las l¨¢grimas del padre le daban fuerzas cada d¨ªa.
El n¨²cleo incansable e indomable de aquella lucha fueron las mujeres. Como Las Ochenta de Marinaleda que, acampadas en Sevilla, soportaron ser detenidas y conducidas cada noche de forma intimidante en furgones hacinados. Era en el tiempo de la Transici¨®n convulsa, cuando las zanahorias eran de palo. Pero ellas vencieron el temor con canciones. Fue la Conchi que grit¨®: ¡°?Ni?as, en vez de llorar, cantad!¡±. Cantaban y cantaban mientras los furgones iban dando tumbos en la oscuridad por trayectos absurdos, con el ¨²nico rumbo del miedo.
Y fueron una mayor¨ªa de mujeres las que ocuparon el cerro de Bocatinaja y fueron expulsadas a punta de pistola. Carmela era una de ellas. Estaba embarazada, y ca¨ªda en el suelo not¨® el fr¨ªo de un arma en el vientre. Alcanz¨® a decir: ¡°Si disparas, vas a cometer dos cr¨ªmenes¡±. Y volvieron para ocupar el pantano de Cordobilla, lo que permiti¨® el riego.
Doce a?os luchando por un trozo de tierra. Y ese pedazo de tierra dio lugar a una cooperativa de agricultura ecol¨®gica y a una f¨¢brica de envasado de esos productos en la que trabajan 400 personas. El ¨²ltimo gran recuerdo de Pepa es el de un baile en el que taconea libre la memoria del llanto. Fue cuando les entregaron las llaves del cortijo del Humoso. Y all¨ª Pepa y Anita la Pulga bailaron sobre una mesa.
Llego a todos estos testimonios gracias a Lo dieron todo, un libro de Susana Falc¨®n, Tita. Es el resultado de una paciente escucha para contar la vida de las indomables marinale?as.
De Marinaleda se habl¨® mucho cuando era fuente informativa de sucesos. Con Lo dieron todo podemos ¡°escuchar¡± lo que ocurri¨® en ese lugar y en el interior de las gentes. Y comprender que lo m¨¢s parecido a la felicidad es el proceso de rescate de la esperanza. ¡°Luch¨¢bamos sin saber el final¡, pero sab¨ªamos que hab¨ªa que luchar¡±, cuenta Rosario la Cuarterona. Han pasado a?os, ha conseguido logros tan importantes como tener casa propia y un trabajo. En Marinaleda todo el mundo tiene hogar y empleo. Pero, aun as¨ª, lo que estas mujeres viven con a?oranza era el propio acto de compartir el deseo: ¡°Antes est¨¢bamos todo el tiempo juntas, dorm¨ªamos juntas en las luchas, com¨ªamos juntas, ¨ªbamos andando juntas¡¡±.
Es esa memoria, que est¨¢ en la tierra del Humoso, la que les devuelve las ganas de vivir cuando algo se rompe.
elpaissemanal@elpais.es
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