La batalla por la dignidad de las limpiadoras de letrinas indias
En India a¨²n existen al menos 300.000 familias que sobreviven mediante la recogida manual de los excrementos humanos
Cada d¨ªa, durante 15 a?os, Meena recorri¨® las calles de Ramnagar, un arrabal en la periferia este de Nueva Delhi, cargando sobre la cabeza una cesta de mimbre rebosante de excrementos humanos. Trabajaba para diez familias de la zona y empezaba su ronda al amanecer. Le dejaban la puerta trasera abierta y se dirig¨ªa en silencio hacia la letrina de la casa, donde recog¨ªa las heces con la ayuda de una peque?a pala o, en ocasiones, con las manos desnudas. Luego pasaba a la siguiente casa. A ¨²ltima hora de la ma?ana vaciaba el contenido de la cesta en una alcantarilla abierta. A cambio, cada familia le pagaba 20 rupias al d¨ªa (algo m¨¢s de 25 c¨¦ntimos de euro), aunque no siempre: a veces pagaban con retraso; otras, directamente, no lo hac¨ªan. Pero todas le tiraban el dinero guardando las distancias. Cuando hoy echa la vista atr¨¢s y piensa en el pasado, desde la habitaci¨®n que comparte con su marido y una hija en Nan-nagri, otra zona de la capital india, Meena admite que, hasta su boda, nunca fue del todo consciente de que era una dalit, es decir, una intocable, una paria. Para ser exactos, era una valmiki, un grupo fuera de las castas que ocupa los pelda?os m¨¢s bajos en la intricada jerarqu¨ªa social hind¨². Lo eran sus padres, pero ella siempre se hab¨ªa ocupado de sus hermanos peque?os y nunca les hab¨ªa acompa?ado durante sus rondas matutinas. Despu¨¦s de ser madre busc¨® trabajo, pero descubri¨® que para una valmiki como ella la ¨²nica posibilidad era limpiar letrinas. Se acuerda muy bien de su primer d¨ªa. Recuerda que el hedor que proven¨ªa de su propia piel agred¨ªa su olfato, y que intent¨® reprimir los conatos de v¨®mito, en vano. Presa del mareo, el contenido de la cesta se le desparram¨® sobre todo el cuerpo. Los transe¨²ntes la bordeaban, mir¨¢ndola furtivamente, sin detenerse. Conteniendo la respiraci¨®n hasta casi ahogarse, logr¨® dar con una manguera en el patio de una casa. Sin embargo, apenas salieron las primeras gotas cuando apareci¨® la due?a, grit¨¢ndole. ¡°Aquella mujer pertenec¨ªa a la casta de los brahmanes, y esa era el agua con la que lavaban el templo¡±, recuerda Meena. ¡°Yo la estaba contaminando¡±.
Seg¨²n un informe de Human Rights Watch publicado en 2014, en India a¨²n existen al menos 300.000 familias como la suya. Mujeres y hombres que sobreviven mediante la recogida manual de los excrementos humanos, pr¨¢ctica conocida como?manual scavenging [recogida manual] a pesar de que una ley aprobada por el Parlamento indio en septiembre de 2013 la prohibi¨®, y de que una sentencia del Tribunal Supremo de marzo de 2014 exige a los diferentes estados indios hacer que se respete la ley y poner en marcha programas de ¡°rehabilitaci¨®n¡± para los recogedores manuales. Sin embargo, seg¨²n Bezwada Wilson, fundador y l¨ªder de Safai Karmachari Andolan (SKA), organizaci¨®n que lucha para erradicar la pr¨¢ctica de la recogida manual, las leyes no son suficientes. ¡°India se mueve siempre en dos direcciones opuestas: por un lado, el respeto a la Constituci¨®n; por otro, nuestra cultura, que gira alrededor de un sistema de castas que impregna la sociedad¡±. Bezwada, hijo de recogedores manuales, se embarc¨® en la lucha contra la discriminaci¨®n por casta despu¨¦s de leer La abolici¨®n de las castas, panfleto escrito por B. R. Ambedkar en 1936. Una foto del primer intelectual dalit indio destaca en la oficina de Bezwada, en Nueva Delhi, y en muchos hogares parias de todo el pa¨ªs. El tema de las castas fue el centro de una pol¨¦mica, crucial para el destino de India, entre Ambedkar, desconocido en el extranjero, y un Gandhi mucho m¨¢s famoso. Para el segundo, las castas eran el aglutinante de la sociedad india, mientras que para el primero cristalizaban las estructuras de poder, legitimando atropellos y abusos. A lo largo de las ¨²ltimas d¨¦cadas, diferentes personajes dalit han llegado a la pol¨ªtica india, pero la violencia con motivo de la casta sigue vigente y los datos, al menos los conocidos, son sobrecogedores: seg¨²n la Oficina Nacional de Estad¨ªstica sobre el Crimen, cada semana 13 intocables son asesinados, y al menos cuatro mujeres parias son violadas por miembros de castas superiores todos los d¨ªas. ¡°La violaci¨®n de una mujer dalit no siempre se percibe como un crimen¡±, explica Bezwada. ¡°Para algunos miembros de castas superiores, violar a una intocable es incluso una forma de purificarla¡±.
Los dalit, sobre todo en el norte de India, se asocian con actividades que tienen relaci¨®n con la materia org¨¢nica, residual: cortan el pelo, manipulan los cad¨¢veres, curten las pieles o limpian letrinas. La recogida manual de los excrementos humanos es la clave que ilumina la producci¨®n cotidiana de la intocabilidad, a trav¨¦s del contacto con los l¨ªquidos p¨²tridos que chorrean por el pelo, impregnan la ropa y se deslizan por la piel. As¨ª las cosas, el problema de los recogedores manuales se funde con otros dos: el de los intocables y el de la higiene. Seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, aproximadamente la mitad de la poblaci¨®n india sigue defecando al aire libre. En las zonas rurales y en los poblados de chabolas urbanos, donde no hay alcantarillados ni fosas s¨¦pticas, las familias usan letrinas en seco o las conocidas como wada, zonas comunitarias que requieren una limpieza manual. Cuando fue elegido primer ministro en el 2014, Narendra Modi anunci¨® una campa?a nacional para modernizar la situaci¨®n sanitaria india. Desde entonces, las administraciones locales han puesto a disposici¨®n fondos para la compra de art¨ªculos sanitarios. Sin embargo, son muchas las familias pobres que cobran las ayudas pero no cambian sus costumbres higi¨¦nicas, y siguen encomend¨¢ndose a los valmiki. Seg¨²n el antrop¨®logo Assa Doron, no es solo una cuesti¨®n de letrinas: la dicotom¨ªa entre puro e impuro se encuentra en los cimientos del hinduismo. La actividad de los recogedores manuales parece dif¨ªcil de erradicar porque crea, a trav¨¦s de la degradaci¨®n y la humillaci¨®n de los valmiki, la base material de la r¨ªgida pir¨¢mide social hinduista. Pero la religi¨®n no es m¨¢s que una de las lentes con las que observar el fen¨®meno.
Los dalit, sobre todo en el norte de India, se asocian con actividades que tienen relaci¨®n con la materia org¨¢nica, residual: cortan el pelo, manipulan los cad¨¢veres, curten las pieles o limpian letrinas
En Durga Kund, un arrabal de Varanasi, coraz¨®n de la espiritualidad hinduista, se encuentra el barrio de los recogedores manuales, que todos conocen como Safai Basti. La aglomeraci¨®n de casas bajas surge a poca distancia del templo principal, famoso por el enlucido color rojo fuego que se recorta contra el cielo de Uttar Pradesh, y que se distingue claramente de las viviendas que lo rodean cual isla en medio del mar. En lo alto de pr¨¢cticamente la mitad de los cientos de chabolas se erige una cruz. Muchos valmiki que viven en este poblado admiten que, con su conversi¨®n al cristianismo, confiaban en deshacerse de las obligaciones de su casta. Es el caso de Saroch, que hoy tiene 40 a?os, hu¨¦rfana desde los 14. Cuenta que intent¨® rebelarse, neg¨¢ndose a seguir las huellas de sus padres, pero en la comunidad empez¨® a correr el rumor de que practicaba la magia negra. As¨ª pues, se acerc¨® a una iglesia evang¨¦lica, imaginando que al abrazar una nueva fe cambiar¨ªa su vida. Sin embargo, sigui¨® siendo una valmiki entre sus nuevos hermanos cristianos, incapaz de zafarse de su identidad de casta y encontrar un trabajo distinto. Adem¨¢s, al convertirse perdi¨® tambi¨¦n el derecho de acceder al sistema de cuotas previsto en la administraci¨®n p¨²blica para los dalit. A pesar de ser cristiana, Saroch retom¨® la cesta de mimbre de sus padres. As¨ª las cosas, el sistema de castas que refleja el presente y el futuro de los valmiki va m¨¢s all¨¢ del hinduismo, y ata?e tambi¨¦n a los cristianos, a los musulmanes y, en menor medida, a los budistas; para m¨¢s inri, se ha visto reforzado con la apertura del pa¨ªs al mercado libre. Como explica Ramesh Nathan, secretario general del movimiento nacional dalit por la justicia, la oleada de privatizaciones de la d¨¦cada de 1990 cre¨® un sistema de licitaciones que premia a los empresarios capaces de reducir los costes al m¨ªnimo. Un caso ejemplar fue el de la red ferroviaria india, un gigante de 65.000 kil¨®metros por el que 14.300 trenes transportan a 25 millones de pasajeros cada d¨ªa. Los desag¨¹es abiertos la convirtieron en la letrina al aire libre m¨¢s grande del mundo. Para limpiar las v¨ªas, las empresas privadas emplean la mano de obra m¨¢s barata del mercado: los hombres valmiki. La servidumbre de la casta se a¨²na as¨ª con la l¨®gica neoliberal.
Para las mujeres valmiki, que trabajan sobre todo en la limpieza de las letrinas en hogares privados, la SKA lanz¨® varios programas de apoyo econ¨®mico. En Ghaziabad, un pueblo al norte de Delhi, 30 mujeres cosen bolsos que luego se venden en el circuito de comercio justo y solidario. Su edad var¨ªa, pero comparten experiencias similares. Hay quien ha practicado la recogida manual desde la adolescencia, y quien empez¨® despu¨¦s de casarse, siguiendo la tradici¨®n de la familia de su marido. Hace poco tiempo que abandonaron esa actividad, pero muchas siguen sufriendo la humillaci¨®n de los restos de comida lanzados en un sobre, el agua negada, o ver su propia identidad reducida a la cesta que transportan en la cabeza. En las manifestaciones organizadas para llamar la atenci¨®n del Gobierno sobre el drama de las mujeres valmiki, esas cestas alimentaron las hogueras, pero hay quien no excluye la posibilidad de volver a su anterior oficio: incluso quienes se declaran felices de su nuevo trabajo no logran librarse del miedo de ser prisioneras de un destino ya marcado. Encontramos ese mismo fatalismo en Leela, que vive a pocos pasos de Meena, en Ramnagar. ¡°?Por qu¨¦ no he podido encontrar otro trabajo? A lo mejor porque no era mi destino¡±. Sigue limpiando letrinas en la zona, a veces con la ayuda de su hija y su hijo, mientras su marido trabaja para una empresa que se encarga del mantenimiento de las alcantarillas. En el pasado acompa?aba a Meena, pero desde hace un a?o esta ha tomado otro camino: gracias a la ayuda de la SKA ha obtenido un bicitaxi el¨¦ctrico para el transporte de pasajeros. Leela nota que la vida de Meena ha cambiado: parece m¨¢s segura de s¨ª misma y, aunque sigue sufriendo discriminaciones, ya no tiene miedo. Despu¨¦s de haber quemado su cesta de valmiki, afirma Meena, el tr¨¢fico de Nueva Delhi no la asusta lo m¨¢s m¨ªnimo.
Esta investigaci¨®n es parte de el proyecto Toilets for All, realizado por Gianluca Iazzolino y Eloisa D¡¯Orsi en el marco del programa Innovation in Developement Reporting Grant Programme del European Journalism Centre .
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