El dolorido sentir
No habr¨¢ sutura en Catalu?a sin que las dos partes asuman la posibilidad de sacrificar algo
Hace varios lustros ante la pregunta de un periodista sobre si en su fuero interno era independentista, un relevante universitario catal¨¢n, exrector de la Universidad de Barcelona y expresidente de la Conferencia de Rectores Europeos, respond¨ªa: ¡°?Qu¨¦ catal¨¢n no lo es?¡±, a?adiendo de inmediato que, de hecho, esa no era la variable importante en relaci¨®n a su posicionamiento ante las disyuntivas pol¨ªticas sobre las que era interrogado. Su independentismo no se vinculaba a intenciones sino a sentimientos, los cuales podr¨ªan ser neutralizados, pero nunca abolidos por el entramado pol¨ªtico e institucional, entonces respetado.
El problema, sin duda, era que una parte de los ciudadanos de Catalu?a percib¨ªa ese sentimiento de catalanidad exclusiva como potencial amenaza frente a su propio sentimiento, complementario o sim¨¦trico, de ser espa?oles. Disparidad en el sentir que en su actual agudizaci¨®n febril se da a veces en el seno de un mismo individuo. Un conocido jurista y hombre de letras barcelon¨¦s (co-redactor del duro editorial conjunto de la prensa catalana contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut) se lamentaba, en el momento ¨¢lgido de la crisis financiera, de lo que parec¨ªa inminente intervenci¨®n de la Troika en su patria, Espa?a. Y en una tribuna reciente del mismo articulista, el polo espa?ol de su doble filiaci¨®n reclamaba alguna salida digna, argumentando que nunca fue partidario de hacer un trecho de camino con quien no quiere ir a su lado. Desgraciadamente, tal bifurcaci¨®n del camino no ser¨ªa inocua, pues una cosa es separarse del otro y otra muy diferente es repudiar un polo de s¨ª mismo.
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Respondiendo a parecida disposici¨®n de esp¨ªritu, el escritor Javier Cercas reclamaba aqu¨ª mismo alg¨²n tipo de salida racional, en ausencia de lo cual, se?alaba ¡°Espa?a no vale la pena¡±. Sin embargo, el problema es saber si podemos prescindir de tal pena, o sea, si una parte de la poblaci¨®n de Catalu?a puede con indiferencia dejar de ser espa?ola, es decir, abandonar un sentimiento de identidad que en absoluto ha elegido, de la misma manera que la mayor¨ªa de partidarios de la secesi¨®n tampoco han elegido el sentimiento de identidad catalana unilateral: ¡°No me podr¨¢n quitar el dolorido sentir¡ si ya del todo primero no me quitan el sentido¡±.
Estamos en todo caso ante una polaridad de sentimientos que condena a la frustraci¨®n tanto a los que en Catalu?a siguen sinti¨¦ndose espa?oles, como a los que repudian el v¨ªnculo con Espa?a, pero que ven la independencia convertida en promesa eternamente diferida. Y la quiebra no se sutura evit¨¢ndola sino sonde¨¢ndola y reconociendo sus causas. Ante la evocada convicci¨®n de que todo catal¨¢n es independentista surge inevitablemente la pregunta: ?en raz¨®n de qu¨¦? La respuesta expl¨ªcita esgrimir¨¢ un argumento de agravio, superpuesto de forma m¨¢s o menos velada a un argumento de jerarqu¨ªa.
El sentimiento de agravio tiene muchas connotaciones, unas m¨¢s leg¨ªtimas que otras. Indiscutible en el plano ling¨¹¨ªstico en los a?os en los que se intentaba desplazar la lengua catalana a los arcenes, dif¨ªcil es esgrimirlo hoy en d¨ªa. En cuanto al agravio econ¨®mico, dejando aparte las cuestiones t¨¦cnicas, todo depende en parte del peso que se le quiera dar a la variable ¡°balanzas fiscales entre comunidades¡± frente a variables como la exigencia de igualdad de oportunidades educativas, o reducci¨®n de la disparidad salarial.
El sentimiento de jerarqu¨ªa se remonta a la emergencia de Catalu?a como sociedad industrial, pero se agudiz¨® con la tragedia social de los a?os sesenta, cuando centenares de miles de hijos de la Espa?a rural fueron obligados a exiliarse a la desarrollada. En la fabril Catalu?a, pese a los esfuerzos del viejo PSUC, en ciertos c¨ªrculos, los inmigrantes fueron connotados con un estigma de complicidad en la marginaci¨®n de la cultura catalana, a lo cual se a?ad¨ªa un estigma de indigencia. Aqu¨ª est¨¢ el embri¨®n de los estereotipos sobre una Espa?a salvaje en sus costumbres, ociosa en su idiosincrasia, an¨¢loga en sus inclinaciones a ese mezzogiorno intr¨ªnsecamente ladro a ojos de la Liga Norte.
¡°No me podr¨¢n quitar el dolorido sentir...¡±, quiz¨¢s por desgracia, si tal anclaje concierne a ciertas filiaciones. Pues aunque el sentimiento de la propia identidad no implica de entrada el repudio de la identidad del otro, s¨ª encierra en su seno este cultivo potencialmente letal. Por eso no habr¨¢ sutura en Catalu?a sin apuesta, es decir, sin que una y otra parte se expongan realmente, asumiendo la posibilidad de sacrificar algo profundo.
V¨ªctor G¨®mez Pin es catedr¨¢tico em¨¦rito de Filosof¨ªa en la Universitat Aut¨°noma de Barcelona.
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