Vieja y nueva pol¨ªtica
?Est¨¢ sobrevalorado lo nuevo? Tenemos que ser cautos a la hora de enterrar lo que aparece solo como debilitado. Hay que averiguar qu¨¦ hay de oportunismo y qu¨¦ hay de oportunidad en todo lo que irrumpe en el presente
El deseo de transformaci¨®n de la pol¨ªtica est¨¢ en buena medida relacionado con la renovaci¨®n de nuestros dirigentes y, de alg¨²n modo, tambi¨¦n con su rejuvenecimiento. Ahora bien, ?significa esto que lo nuevo es necesariamente mejor que lo viejo, los j¨®venes m¨¢s renovadores que los adultos y m¨¢s de fiar quien no tiene experiencia pol¨ªtica que los de larga trayectoria?
Tengo la impresi¨®n de que lo nuevo est¨¢ sobrevalorado en la pol¨ªtica actual. Ser¨¢ que la duraci¨®n de la crisis incrementa nuestra desafecci¨®n hacia lo ya conocido y a preferir cualquier cosa con tal de que sea desconocida, o que la l¨®gica de la moda ¡ªque hace caducar a las cosas y nos incita a sobrevalorar lo nuevo¡ª se ha extendido invasoramente hacia todos los campos, el de la pol¨ªtica incluido, lo cierto es que tambi¨¦n la pol¨ªtica se ha convertido en un carrusel en el que el valor principal es la novedad y la peor condena consiste en ser percibido como antiguo. El calificativo de nuevo o viejo se ha convertido en el argumento pol¨ªtico fundamental. En unas ¨¦pocas se trataba del combate enf¨¢tico entre revolucionarios e integristas, luego suavizado con el que libraban progresistas y conservadores, despu¨¦s vino el suave desprecio que se procesaban los modernos y los cl¨¢sicos, ahora transformado, de manera gen¨¦rica y un tanto banal, entre lo viejo y lo nuevo.
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Este es el contexto en el que irrumpen las llamadas fuerzas emergentes, cuyo principal valor es su virginidad pol¨ªtica. Dec¨ªa el soci¨®logo Durkheim que cuando la gente se marea porque ve sangre no hay que pensar en qu¨¦ propiedades tendr¨¢ la sangre para producir esos efectos, sino qu¨¦ le pasa a la gente que se marea. Tampoco nosotros deber¨ªamos dirigir la mirada a lo que parece resultar tan seductor, sino a quienes se dejan seducir por algo cuyo valor es la carencia de pasado, su escasez de programa y sus discursos gen¨¦ricos. Algo nos est¨¢ pasando ¡ªy el mediocre comportamiento de los partidos tradicionales no es ajeno a ello¡ª para que haya tanta gente dispuesta a acudir a una cita a ciegas.
Quien tenga una m¨ªnima memoria hist¨®rica recordar¨¢ c¨®mo, especialmente en una sociedad tan vertiginosa como la nuestra, lo de hacerse el moderno termina pronto ¡ªcada vez m¨¢s pronto¡ª convirti¨¦ndose en algo antiguo y lo que parec¨ªa viejo resiste o reaparece. Pero tambi¨¦n hemos visto que los renovadores cometen viejos errores, a veces con mayor obstinaci¨®n porque se cre¨ªan a salvo de ellos. A cualquiera que recuerde la historia pol¨ªtica reciente y pase la lista de los renovadores, rupturistas, vanguardias y modernos de diverso pelaje no le costar¨¢ demasiado reconocer que, junto a valiosas aportaciones, han reeditado algunas viejas miserias. A todo lo que se presenta como nuevo y se hace valer como tal le asalta la amenaza de envejecer; no hay novedad que no pueda anquilosarse.
Los renovadores caen en viejos errores con mayor obstinaci¨®n porque se cre¨ªan a salvo de ellos
Pero es que adem¨¢s la l¨®gica de la moda tiene un funcionamiento muy particular. De entrada, es un ¨¢mbito que presenta constantemente cosas nuevas a cambio de acelerar la caducidad de otras. Se han acelerado los tiempos pol¨ªticos, es decir, lo que tarda un carisma en desvanecerse, una promesa en dejar de cumplirse, un gobierno en decepcionar. Si pasamos revista a las ofertas electorales de los ¨²ltimos a?os, nos llevaremos la sorpresa de que est¨¢n a punto de desaparecer quienes hace pocos a?os se presentaban como la vanguardia m¨¢s prometedora. Y es posible que los actuales emergentes no tarden mucho en desinflarse. El tiempo trata mal a quienes se presentan ¨²nicamente como nuevos y por eso es razonable mantener una paleta m¨¢s amplia de valores, ya que el elector no solamente aprecia la novedad, sino tambi¨¦n la experiencia o la fiabilidad. Hay gente que considera el anquilosamiento como el peor de los males, pero tambi¨¦n los hay que le tienen m¨¢s miedo a la incompetencia.
La l¨®gica de la moda envejece las cosas que eran nuevas y repone lo envejecido. Por eso se habla de que vuelven los setenta o los ochenta y por eso puede uno conservar aquellas prendas que ya no se llevan pero que no tardar¨¢n mucho en regresar. De ah¨ª que quienes aparecen como viejos en el mercado electoral, si no pierden la calma y aciertan a renovarse, podr¨ªan tener una segunda oportunidad. ?Qui¨¦n nos iba a decir hace unos pocos a?os que Raphael protagonizar¨ªa una pel¨ªcula a estas alturas? ?Acaso es m¨¢s dif¨ªcil imaginar un futuro en el que la vieja socialdemocracia vuelva a tener un protagonismo?
La operaci¨®n de ordenar el mundo trasladando unas cosas al caj¨®n de lo viejo y exhibiendo a otras en el escaparate de lo nuevo lleva consigo el peligro de que el curso posterior de la historia le quite a uno la raz¨®n. Esto no deber¨ªa retraernos de aventurar alguna hip¨®tesis acerca de c¨®mo van a evolucionar las cosas. Pero nos obliga a ser cautos antes de enterrar definitivamente lo que parece debilitado o anunciar la llegada de algo que podr¨ªa terminar pasando de largo o convirti¨¦ndose en un episodio pasajero. ?Qui¨¦n sabe, trat¨¢ndose de fen¨®menos sociales y pol¨ªticos, si estamos en un funeral o en un bautizo, es decir, ante un ciclo, una tendencia, una reposici¨®n o un giro de la historia? Del mismo modo que no hubo una decisi¨®n en virtud de la cual nuestros antepasados acordaron en un momento determinado abandonar la edad de piedra y adentrarse en la de hierro, como tampoco estaban en condiciones de reconocer ese cambio de ¨¦poca, la tarea de enterradores y comadronas de la historia no corresponde nunca a los contempor¨¢neos sino a los historiadores futuros. En el mundo de la pol¨ªtica todo es, como dec¨ªa Raymond Aron de las ideolog¨ªas, ¡°anticipaciones que esperan el juicio del tiempo¡±. Ser¨¢n otros los que, en el futuro, tendr¨¢n una mejor perspectiva para establecer qu¨¦ fue lo nuevo y lo viejo en una ¨¦poca hist¨®rica anterior.
La l¨®gica de la moda acelera la caducidad de lo reciente. El tiempo castiga a la vanguardia
Hemos de determinar qu¨¦ es lo nuevo y lo viejo ¡ªen relaci¨®n con los sujetos que hacen la pol¨ªtica¡ª en la era de las redes, con sociedades activas, responsabilidades globales y problemas m¨¢s complejos. ?C¨®mo repartimos nuevamente el juego entre la gente, los expertos, los partidos, el pueblo y los movimientos sociales? La intensidad de nuestros debates pol¨ªticos obedece, en ¨²ltima instancia, a que vivimos en un momento en el que se est¨¢ procediendo a una redistribuci¨®n de la autoridad pol¨ªtica, entre los niveles de gobierno, con pretensiones de competencia diferentes, representaciones contestadas e identificaciones dif¨ªciles de ordenar. No es extra?o que esta redistribuci¨®n produzca una especial perplejidad y desorientaci¨®n, ni que se realice en medio de intensas discusiones.
Hagamos nuestros juicios y apuestas, pero sabiendo que el futuro puede darnos la raz¨®n o desmentirnos rotundamente. Entonces veremos cu¨¢nto hay de nuevo en lo viejo y de antiguo en lo moderno, qu¨¦ hay de oportunismo y de oportunidad en lo que irrumpe en el presente, c¨®mo resiste lo establecido y hasta qu¨¦ punto es capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Acaba de publicar el libro La pol¨ªtica en tiempos de indignaci¨®n (Galaxia-Gutenberg).
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