Terrazas que quitan el hambre
Etiop¨ªa est¨¢ desarrollando en los ¨²ltimos a?os un sistema mod¨¦lico de rehabilitaci¨®n de la tierra que mejora el acceso a los alimentos de miles de ciudadanos
En Alage, un poblado del norte de Etiop¨ªa donde el abastecimiento de agua para el ganado es casi m¨¢s importante que el humano, saben bien que la tierra para ellos equivale a la vida. Las l¨ªneas de alta tensi¨®n que abastecen al pueblo vecino no llegan a esta aldea de 326 casas. Sin embargo, el suministro el¨¦ctrico o las canalizaciones no son prioridades para Tadelle Gebretsadik, un campesino de 44 a?os que sobrevivi¨® a las terribles hambrunas de los a?os ochenta, aquellas que dibujaron la imagen de ni?os fam¨¦licos en las mentes primermundistas al mencionar a su pa¨ªs; las que, junto a la guerra civil, dejaron en el camino a buena parte de su generaci¨®n. "Preferir¨ªamos tener un sistema de regad¨ªo para no depender de las lluvias", reflexiona.
La Etiop¨ªa de hoy crece deprisa y ¡ªseguramente a menor ritmo¡ª va arrinconando al hambre, aunque la sequ¨ªa de este a?o lo est¨¢ poniendo muy dif¨ªcil. La seguridad alimentaria ¡ªque ser¨ªa algo as¨ª como estar seguro de que al d¨ªa siguiente se comer¨¢¡ª es una realidad para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n, aunque un 6% (alrededor de 5,6 millones de personas) sigue en emergencia cr¨®nica y requiere ayuda para contar con un plato en la mesa cada d¨ªa. Cuando la ¨¦poca de lluvias es floja, como ha ocurrido con la que termin¨® el pasado septiembre, la cifra se multiplica por dos, seg¨²n explica Johannes Shoeneberger, responsable de agricultura en el pa¨ªs del Departamento de Cooperaci¨®n Internacional de Alemania (GIZ, por sus siglas en alem¨¢n).
Hasta hace un par de a?os, ni siquiera buenas lluvias libraban necesariamente de las penurias a los habitantes de Alage. Las monta?as que rodean a este asentamiento y a otros centenares similares de la regi¨®n de Tigray, anta?o plagadas de ¨¢rboles y vegetaci¨®n que reten¨ªan el agua, fueron arrasados hace d¨¦cadas por las necesidades de una poblaci¨®n creciente que necesitaba madera para su subsistencia. Tambi¨¦n el sotobosque qued¨® mermado por un ganado que campaba a sus anchas para buscar comida en cualquier rinc¨®n al que pudiera acceder. En los ¨²ltimos a?os, la degradaci¨®n de la tierra crec¨ªa a un ritmo de unas 30.000 hect¨¢reas anuales, seg¨²n datos del Ministerio de Agricultura.
As¨ª, en lugar de llegar suavemente a lo largo de los meses subsiguientes a los campos de cereales de las laderas, las lluvias provocaban torrentes espor¨¢dicos que m¨¢s que ayudar a las plantaciones a crecer, las arrasaba, arruinando a menudo las cosechas.
A principios de este siglo el Gobierno et¨ªope se decidi¨® a darle la vuelta a esta situaci¨®n. El plan Gesti¨®n Sostenible de la Tierra (SLM, por sus siglas en ingl¨¦s) pretend¨ªa involucrar a los lugare?os para rehabilitar sus propias monta?as, reducir la degradaci¨®n del campo y mejorar la productividad agr¨ªcola. Puso en marcha esta estrategia apoyada por sus socios de desarrollo, principalmente el Banco Mundial, el GIZ, la Uni¨®n Europea y Canad¨¢, que han invertido 60,1 millones de euros para regenerar las tierras de cultivo. Desde que comenz¨® el programa, en 2008, se han rehabilitado 180.000 hect¨¢reas (datos de 2014) de tierra degradada en tres regiones ¡ªincluida Tigray¡ª, la irrigaci¨®n ha llegado a 2.000 hect¨¢reas y el plan ha beneficiado a 262.000 hogares, alrededor de 1,5 millones de personas, apunta el GIZ.
Aunque se avanza en seguridad alimentaria, un 6% de la poblaci¨®n sigue en emergencia cr¨®nica, cifra que se llega a doblar con sequ¨ªas como la que azota el pa¨ªs
Esta experiencia puede servir como modelo a otras zonas similares, incluso a pa¨ªses con condiciones parecidas a las de las partes monta?osas de Etiop¨ªa. Como la repoblaci¨®n forestal es un objetivo caro y casi inalcanzable, la soluci¨®n consiste, resumidamente, en terracear las laderas para que los escalones vayan conteniendo el agua que cae del cielo y la suministren a las partes bajas de forma paulatina y suave, en lugar de torrencialmente, como estaba ocurriendo hasta ahora. Tambi¨¦n pasa por agrupar al ganado en zonas parceladas para que no paste sin control acabando con la vegetaci¨®n.
Esto ¨²ltimo no fue f¨¢cil. Los campesinos de la zona, que ten¨ªan en los animales a una de sus principales fuentes de ingresos, ve¨ªan con muy malos ojos la idea de confinarlos. Frente a la abstracta proyecci¨®n de rehabilitar las tierras para mejores productividades futuras, ve¨ªan amenazada su forma de subsistencia presente. Conscientes del problema, lo primero que hicieron los responsables del SLM fue escoger a una persona en cada poblado para que sirviese como asesora local. Las llevaron a otras experiencias similares y les ense?aron todo lo que hab¨ªa que saber sobre la rehabilitaci¨®n de los terrenos y sus beneficios, de forma que despu¨¦s transmitiesen a su propia gente los conocimientos recibidos. Adanech Kiros, facilitadora comunitaria de 25 a?os, fue la encargada de llevar estos aprendizajes a Alage, el pueblo sin agua corriente ni electricidad que ans¨ªa un sistema de regad¨ªo. ¡°Tuvimos que dedicar mucho tiempo a hablar con los vecinos. Nos reun¨ªamos, hac¨ªamos foros¡ Cuando convencimos de que la rehabilitaci¨®n y el confinamiento del ganado eran lo mejor para el futuro del pueblo, nos comenzamos a organizar para llevar a cabo la tarea¡±, explica.
Las rehabilitaciones de tierra se hacen en comunidad. El Gobierno et¨ªope, un r¨¦gimen de tinte comunista que deja poco margen a la libertad de expresi¨®n, se ¡°legitima por su apuesta por el desarrollo¡±, en palabras de Francisco Carreras, responsable de cooperaci¨®n de la Uni¨®n Europea en el pa¨ªs. A los agricultores de la zona les impone como tasa el trabajo gratuito de 20 o 30 d¨ªas anuales en las tierras, de forma que las aportaciones extranjeras van a parar principalmente a asistencia t¨¦cnica, como la que proporcionan los socios de desarrollo del Gobierno, y en materiales, pero no en mano de obra, que proviene de la propia comunidad. ¡°Es tambi¨¦n una forma de implicarles, de hacerles part¨ªcipes de su propia mejora. Esto no se trata de gente que viene de fuera a hacer una infraestructura, es un cambio de la mano del pueblo que tiene que ser constante en el tiempo¡±, asegura Shoeneberger.
El Gobierno presenta orgulloso sus resultados y muchos de los cooperantes y asesores extranjeros que trabajan con ¨¦l explican que el desarrollo y la estabilidad que Etiop¨ªa presta en una zona turbulenta, son prioritarios frente a este gobierno censor, que con frecuencia arresta a quienes publican opiniones contrarias al r¨¦gimen. ¡°?Crees que esta gente, que acaba de contar con regad¨ªo para sus tierras y ya no dependen de las lluvias est¨¢ muy preocupada por la libertad de expresi¨®n?¡±, se pregunta un trabajador internacional frente a una plantaci¨®n de mangos y papayas que, adem¨¢s de la subsistencia, permite la venta y el ahorro de quienes han comenzado a cultivarlos.
El crecimiento de la poblaci¨®n y la deforestaci¨®n dejaron las monta?as arrasadas, lo que perjudica a las cosechas
Lo que antes era una zanja bald¨ªa por donde corr¨ªa el agua que llegaba en torrente desde las monta?as, hoy se parece m¨¢s a una especie de bosque tropical. El agua sigue llegando, pero de forma ordenada gracias a un sistema de regad¨ªo que la distribuye gratuitamente a los campos de Raya Acebo, un poblado cercano a Alage. Atsbeha Abadi, de 45 a?os, cultiva estas tierras f¨¦rtiles desde hace siete a?os. Al principio, cuenta, fue todo trabajo sin retorno, pero tras las primeras temporadas su labor comenz¨® a dar frutos y ahora consigue incluso ahorrar un dinero, algo impensable para ¨¦l hace poco. Era uno de los muchos sin tierra de la regi¨®n. En realidad, nadie es propietario de sus terrenos; el Gobierno hace concesiones de 100 a?os de las parcelas, que tienen una media de algo m¨¢s de media hect¨¢rea y suelen ser eminentemente destinadas a la subsistencia. Pero la tierra f¨¦rtil disminuy¨® al mismo ritmo que la poblaci¨®n crec¨ªa (casi se ha multiplicado por tres en 40 a?os), as¨ª que no todos los hijos de los campesinos pod¨ªan ser propietarios y se hab¨ªan de contentar con hacer jornales en las de otros.
El SLM viene acompa?ado de otras actuaciones. Es un plan integral que fomenta tambi¨¦n la educaci¨®n de la poblaci¨®n, su acceso a las ciudades (que est¨¢ tambi¨¦n controlado por el Gobierno), la industrializaci¨®n y la planificaci¨®n familiar. ¡°En mi ¨¦poca esto no exist¨ªa¡±, r¨ªe Gebretsadik, que tiene ocho hijos. ¡°Ellos estudian y casi ninguno se quiere quedar en el campo, aunque es casi mejor, porque todos no pueden vivir de estas tierras¡±, reflexiona.
Los j¨®venes que no han podido o querido irse a las urbes buscan con la rehabilitaci¨®n de los terrenos sus propios espacios. En tierras cada vez m¨¢s escarpadas, las que antiguamente no se usaban para la agricultura ¡ªde la que viven el 80% de los et¨ªopes¡ª hacen sus propios terrenos. Berhe Yirga, de 30 a?os, ha montado algo parecido a una cooperativa con una veintena de personas de Mahoni, otro poblado de Tigray, para aprovechar los conocimientos que han adquirido en la rehabilitaci¨®n de terrenos y plantar frutales en una colina que estaba en desuso. De esta forma, pasan de ser sin tierra a buscar la prosperidad.
El ministro de Agricultura, Ato Sileshi Getahun, saca pecho cuando explica los resultados de su iniciativa: ¡°La gente que era pobre lo asum¨ªa como un castigo divino y pensaba que nada pod¨ªa cambiar; estaban convencidos de que ese era su destino. Pero ahora comprueban que s¨ª es posible mejorar en la vida¡±. Seg¨²n su punto de vista, este plan no tiene fin. ¡°No puede tenerlo, ahora adem¨¢s nos enfrentamos al cambio clim¨¢tico, con lo que el plan tiene que seguir progresando. Hemos cambiando nuestra mentalidad. Antes cuando se programaba algo as¨ª ten¨ªa un vencimiento. Tenemos que seguir trabajando, no ya solo en rehabilitar las tierras, sino en crear una industria en torno a ellas y, una vez asegurada nuestra seguridad alimentaria, exportar comida a nuestros vecinos".
Para conseguir este objetivo, todav¨ªa tienen que expandirse los sistemas de regad¨ªo que permitan hacer proliferar los frutales o propiciar dos cosechas anuales (sin ellos solo es posible una). Quiz¨¢s, para entonces, ya llegue electricidad a la casa de Gebretsadik, aunque ¨¦l prefiere contar con la irrigaci¨®n de sus tierras antes de eso.
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