Obsesi¨®n por la obra maestra
Su pasi¨®n y dedicaci¨®n garantiz¨® un lugar destacado en la historia a Isabella Stewart Gardner, Gertrude Stein y Peggy Guggenheim. Demostraron que el coleccionismo no era una cuesti¨®n de sexo sino de oportunidad.
La figura del coleccionista ha sido siempre una de las m¨¢s fascinantes para la historia de la literatura y el cine, desde Bouvard y P¨¦cuchet, de Flaubert, hasta Ciudadano Kane. Se trata de una persona obsesiva que vive por y para su colecci¨®n, y que algunos psicoanalistas se aventuran a asociar al fetichismo ¨Cobjetos que acaban por tener una significaci¨®n simb¨®lica que trasciende su propia realidad¨C. Los dos grandes psicoanalistas de la historia de Occidente, Freud y Lacan, no escribieron mucho sobre el coleccionista, tal vez porque ambos lo fueron a su manera, pero eso no ha evitado que el citado fetichismo martillee a menudo en las historias que se cuentan y se inventan de los numerosos personajes p¨²blicos y privados que han dedicado sus esfuerzos a las colecciones, desde las m¨¢s modestas ¨Ccaseras de conchas o souvenirs, por citar dos ejemplos¨C hasta las grandes colecciones de pintura, como la que fue en origen la del Museo Thyssen.
Pero ?y las mujeres? ?Ha habido grandes mujeres coleccionistas de arte? Desde luego, muchas menos que hombres, aunque no porque, siempre desde el punto de vista psicoanal¨ªtico, las mujeres no seamos fetichistas ¨Cque lo somos¨C, sino por algo mucho m¨¢s banal y determinante: a lo largo de la historia hemos dispuesto de menos recursos personales, y hasta de menos libertad, para dedicarlos a construir una colecci¨®n.
Las tres coleccionistas m¨¢s populares de la primera mitad del XX son norteamericanas: Isabella Stewart Gardner, Gertrude Stein y Peggy Guggenheim. Tal vez los motivos sean que el pa¨ªs ofrec¨ªa una libertad a las mujeres de determinada clase social que todav¨ªa era dif¨ªcil de encontrar en Europa y que, incluso, en Estados Unidos el principio de filantrop¨ªa ¨Casociado a las colecciones que acaban por hacerse p¨²blicas¨C est¨¢ hist¨®ricamente sin duda m¨¢s arraigado que en Europa. De hecho, de un modo u otro, las tres acabaron por hacer p¨²blicas sus colecciones y, sobre todo, mostraron una pasi¨®n y una dedicaci¨®n que les procur¨® el lugar destacado en la historia.
Empecemos por Isabella Stewart Gardner, cuyo museo se puede visitar hoy en d¨ªa en Boston. La suya es una instituci¨®n deliciosa donde se conserva el sabor de las casas-museo. Nacida en Nueva York en 1840, Isabella Stewart era una dama de la alta sociedad entusiasta de la pintura y la m¨²sica, pasiones que pronto le otorgaron un puesto de honor en la sociedad bostoniana. De hecho, todas las cr¨®nicas de la ¨¦poca la describen como una mujer atractiva y encantadora que sab¨ªa rodearse siempre de los mejores. Quiz¨¢s por ello no tard¨® en trabar amistad con el entonces joven y brillante historiador ¨Cy m¨¢s tarde uno de los m¨¢s reputados profesionales¨C Bernard Berenson, a quien conoci¨® en las clases de Historia del Arte a las que asist¨ªa en la Universidad de Harvard y quien aviv¨® su pasi¨®n por los cl¨¢sicos italianos. Se cuenta que fue ¨¦l quien la anim¨® a ¡°ser coleccionista¡± al compararla con la mism¨ªsima Isabella d¡¯Este. Por su parte, ella le ayud¨® en su carrera, igual que a muchos otros ¨Cm¨²sicos, cantantes, artistas¡¨C, ejerciendo su labor de mecenas. El terreno para el coleccionismo estaba abonado por los muy frecuentes viajes a Europa con su marido. All¨ª empez¨® a apreciar a los grandes maestros del Renacimiento y a comprar peque?as obras, si bien fue en Sevilla, en 1888, cuando se hizo con su primer gran cuadro, una pieza del taller de Zurbar¨¢n. En febrero de 1903, tras la muerte de su esposo, el proyecto com¨²n se transformaba en el actual museo, muestra de la pasi¨®n de esta mujer que vivi¨® para el arte.
La pericia de Phelps de Cisneros es semejante a la de Stein o Guggenheim: tuvo olfato para atesorar obras esenciales
La segunda gran coleccionista, Gertrude Stein, es mucho m¨¢s conocida porque fue una de las escritoras m¨¢s contundentes de la vanguardia estadounidense. Stein organiz¨® su colecci¨®n a trav¨¦s de mecanismos muy distintos, aunque tambi¨¦n actu¨® como mecenas, apoyando a los artistas coet¨¢neos. Ella tambi¨¦n descubre su pasi¨®n por el arte en Europa, en su caso por el contempor¨¢neo. Su padre env¨ªa a su hermano Leo a Italia en 1900 a estudiar el Renacimiento, pero no tarda en mudarse a Par¨ªs, donde se queda atrapado por los vanguardismos. Al poco tiempo le sigue su hermana Gertrude, quien al conocer a Matisse y Picasso, uno de sus grandes amigos a lo largo de los a?os, entiende c¨®mo la propia literatura debe cambiar: tiene que transformarse igual que ha ocurrido con la pintura. Ambos hermanos empiezan entonces a coleccionar y, de alguna manera, a especializarse: mientras Leo prefer¨ªa a Matisse, Gertrude apostaba por Picasso y el cubismo; en suma, por esas nuevas propuestas que se traslucen en su escritura, que el hermano no llega a entender y que poco a poco los distancia. Es entonces cuando se divide la colecci¨®n y hasta los asistentes a sus conocidas veladas. La colecci¨®n de Gertrude Stein, que pas¨® a manos de su compa?era Alice B. Toklas, termin¨® por engrosar los fondos de museos norteamericanos. Su famoso retrato de Picasso descansa hoy en el Metropolitan de Nueva York.
Otra colecci¨®n forjada en buena medida a partir de la amistad con los artistas es la de Peggy Guggenheim, quien en 1942 abr¨ªa su m¨ªtica galer¨ªa Art of this Century. Como se puede adivinar por su apellido, ella proced¨ªa de una conocida familia de Nueva York: era sobrina del afamado mecenas Solomon Guggenheim y lleg¨® al coleccionismo casi por casualidad, ya en su madurez. Si apenas 10 a?os antes de abrir su galer¨ªa ella misma comentaba que era incapaz de distinguir un cuadro moderno de uno cl¨¢sico, en 1950 era la comisaria de una exposici¨®n de Jackson Pollock en Venecia. Hab¨ªa pasado menos de una d¨¦cada desde la inauguraci¨®n de su galer¨ªa y Peggy Guggenheim era ya una de las mejores conocedoras del Modernism ¨Carte americano de los a?os cincuenta¨C o, al menos, de sus m¨¢s vehementes defensoras. All¨ª, en su espacio, se escenificaba la propia construcci¨®n del mito de la modernidad americana, pues junto al surrealismo se mostraba a los j¨®venes artistas locales. La galer¨ªa estaba f¨ªsicamente dividida en cuatro ¨¢reas, cada una de las cuales se distingu¨ªa del resto en la puesta en escena: en tres de ellas se presentaba la propia colecci¨®n de la propietaria y la cuarta funcionaba como sala de exposici¨®n temporal dedicada al arte nuevo.
El d¨ªa de la inauguraci¨®n, se recuerda, Peggy Guggenheim luc¨ªa dos pendientes: uno de Tanguy y otro de Calder, seguramente para enfatizar la imparcialidad entre surrealismo y abstracci¨®n. Aun as¨ª, Breton fue el encargado de ese primer cat¨¢logo y quiz¨¢s all¨ª se mostr¨® una imparcialidad solo hasta cierto punto real. Es posible que sus elecciones de los j¨®venes artistas americanos estuvieran mediatizadas por el gusto de y hacia los surrealistas; siempre se comenta que Duchamp, entre otros consejeros, estuvo a menudo a su lado. La colecci¨®n est¨¢ ahora expuesta en su museo de Venecia, uno de los m¨¢s importante de Italia para obras del siglo XX.
Hoy en d¨ªa otras mujeres han seguido los pasos de estas grandes coleccionistas, sus pasiones por el arte y la idea misma de convertir lo privado en p¨²blico con la creaci¨®n de fundaciones. Tal es el caso de Patricia Phelps de Cisneros, cuya colecci¨®n de arte de la Modernidad en Am¨¦rica Latina es sin duda la m¨¢s deslumbrante que cualquiera pueda so?ar, entre otras cosas porque su pericia fue semejante a la de Stein o Guggenheim: supo atesorar obras esenciales cuando a¨²n era posible hacerlo, no solo econ¨®micamente, sino por la disponibilidad de las piezas ¨Cen este momento ni todo el oro del mundo podr¨ªa adquirir alguna obra contundente de Lygia Clark o H¨¦lio Oiticica¨C. En Espa?a, la galerista Helga de Alvear, siempre guiada por su propio deseo suele repetir, un deseo certero y sagaz, es propietaria de una colecci¨®n maravillosa y decisiva para el arte contempor¨¢neo, depositada en su fundaci¨®n de C¨¢ceres. De Alvear tambi¨¦n ha seguido esa gran l¨ªnea abierta por otras mujeres que a lo largo de la historia, de forma no abundante pero contundente, han demostrado c¨®mo la pasi¨®n coleccionista no es una cuesti¨®n de sexo sino de oportunidad.
elpaissemanal@elpais.es
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