La necesidad de una reforma
Hace falta que las fuerzas pol¨ªticas lleguen a un acuerdo sobre los cambios apropiados para una Constituci¨®n digna de elogio. Todo ello no puede someterse al debate de la campa?a electoral ni depender de mayor¨ªas escasas
?Hoy hace 36 a?os que los espa?oles aprobaron por abrumadora mayor¨ªa la actual Constituci¨®n. ?Sab¨ªan lo que votaban? Sin duda. No conoc¨ªan la letra menuda, pero s¨ª los grandes principios y los nuevos valores. Eran perfectamente conscientes que al aprobar una constituci¨®n pasaban definitivamente de una dictadura a una democracia, de un Estado sin derechos a uno con derechos fundamentales debidamente tutelados, de un Estado hipercentralizado a otro con autonom¨ªas. En definitiva, los espa?oles confiaban al depositar su voto afirmativo a la Constituci¨®n que Espa?a deb¨ªa parecerse a los dem¨¢s Estados europeos, aquellos que envidiaban al traspasar nuestras fronteras del norte.
Durante los dos a?os anteriores a 1978, los a?os de la transici¨®n, ya se hab¨ªa comenzado a experimentar la libertad; en sus conciencias los espa?oles hab¨ªan adquirido confianza en s¨ª mismos, se hab¨ªa roto aquel absurdo maleficio tan interiorizado de que no pod¨ªamos gobernarnos a nosotros mismos, de que la democracia nos conduc¨ªa inevitablemente a la confrontaci¨®n violenta.
La Espa?a de los siglos XIX y XX ¡ªahora lo comprueban los historiadores analizando fr¨ªamente hechos y datos¡ª no fue tan distinta a la de los pa¨ªses de nuestro entorno cultural. Con sus peculiaridades, el tr¨¢nsito del absolutismo al liberalismo democr¨¢tico, el periodo que va desde 1833 hasta 1936, se ajust¨® bastante a la normalidad europea. La anomal¨ªa espa?ola dentro de este marco occidental fue la cruenta Guerra Civil y la dictadura posterior, es decir, la anomal¨ªa fue el franquismo. ?En pleno siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial!
Mientras en la Europa occidental de la posguerra se desarrollaban ampliamente la democracia y las libertades, se combinaba la econom¨ªa de mercado con la intervenci¨®n p¨²blica, los derechos sociales empezaban a proteger a los trabajadores frente a los desmanes del capitalismo, aqu¨ª est¨¢bamos todav¨ªa en una f¨¦rrea dictadura, una cerrada autarqu¨ªa y una pobreza generalizada. Es cierto que a partir del Plan de Estabilizaci¨®n de 1959 las cosas empezaron a cambiar, incluso muy r¨¢pidamente, pero con grandes costes sociales, en especial la emigraci¨®n, que dieron lugar a nuevas contradicciones, tambi¨¦n las pol¨ªticas, y al surgimiento de una nueva Espa?a: la que fue protagonista de la transici¨®n pol¨ªtica.
Entonces, en dos a?os, se articul¨® una naci¨®n espa?ola constituyente que culmin¨®, tanto de forma simb¨®lica como en la realidad, con la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n; la cual, a su vez, conform¨® una naci¨®n constituida, la actual naci¨®n espa?ola, es decir, el pueblo espa?ol, donde reside la soberan¨ªa de la que emanan los poderes del Estado, configurado como social y democr¨¢tico de Derecho. Y si en esta naci¨®n constituida reside la soberan¨ªa, tambi¨¦n a las nacionalidades y regiones que la integran se les reconoce la autonom¨ªa. Todo ello queda establecido de forma concisa en los art¨ªculos 1 y 2 de la Constituci¨®n: un Estado de las autonom¨ªas social y democr¨¢tico de Derecho. Ah¨ª empieza de forma irreversible una nueva Espa?a, la Espa?a constitucional, la Espa?a de hoy.
Podemos decir, sin lugar a dudas, que la Espa?a constitucional ha sido un ¨¦xito
Digo una obviedad al sostener que la historia de esta Espa?a constitucional ha sido la historia de un ¨¦xito. Alfonso Guerra, personaje clave para alcanzar el gran acuerdo constitucional, dijo de forma expresiva poco despu¨¦s de acceder el PSOE al Gobierno que en pocos a?os ¡°a Espa?a no la reconocer¨¢ ni la madre que la pari¨®¡±. Y ten¨ªa raz¨®n, efectivamente fue as¨ª.
En pocos a?os, los cambios fueron asombrosos. De la anomal¨ªa pasamos a la normalidad: Espa?a pas¨® a ser una naci¨®n europea m¨¢s, y no s¨®lo eso, fue tambi¨¦n una de las m¨¢s din¨¢micas, experiment¨® un fuerte crecimiento econ¨®mico, con un r¨¦gimen de derechos y libertades mod¨¦lico, donde las clases medias se ampliaron notoriamente, las empresas exportaron e invirtieron en el exterior, una Espa?a que tuvo un papel protagonista en la UE y que entr¨® en el euro. Todo ello no fue debido s¨®lo a la Constituci¨®n, por supuesto: el derecho tiene una fuerza imprescindible, pero limitada. Ahora bien, el marco jur¨ªdico que estableci¨® fue el id¨®neo para que esa gran transformaci¨®n sucediera. Por eso podemos decir, sin lugar a dudas, que la Espa?a constitucional ha sido un ¨¦xito.
Escojamos bien los procedimientos para no equivocarnos en las soluciones
Sin embargo, tras la gran crisis de fines de la anterior d¨¦cada apareci¨® el malestar: por la econom¨ªa, por la corrupci¨®n y por la pol¨ªtica. En este ambiente, hoy soplan vientos de cambio y tambi¨¦n afectan a la Constituci¨®n. Tanto la opini¨®n p¨²blica como los expertos parecen exigir, o al menos desear, cambios constitucionales. Tambi¨¦n algunos partidos ¡ª PSOE, Ciudadanos y Podemos¡ª han elaborado propuestas e incluso el PP, al fin, parece no oponerse a tratar del tema. Ante ello cabe hacer dos consideraciones previas.
En primer lugar, no creo que el inmediato escenario de campa?a electoral sea propicio para debatir, cada uno desde su particular visi¨®n, cu¨¢les deben ser los cambios m¨¢s convenientes. Es el momento de actuar en positivo: basta con ponerse de acuerdo en que, gane quien gane, sea cual sea el nuevo Gobierno, habr¨¢ voluntad pol¨ªtica de iniciar los estudios pertinentes para proceder, en su caso, a una reforma constitucional. De momento, ya ser¨ªa un gran paso que hubiera consenso s¨®lo en eso.
Adem¨¢s, la misma naturaleza de una reforma constitucional exige este planteamiento. En las campa?as electorales, los partidos proponen sus programas de gobierno, aquello que se comprometen a llevar a cabo en caso de acceder al mismo. Para aprobar una reforma constitucional no basta la voluntad de un Gobierno de mayor¨ªa, aunque sea absoluta: hacen falta, seg¨²n la Constituci¨®n, mayor¨ªas mucho m¨¢s amplias ¡ªde tres quintos o dos tercios¡ª y es deseable, para alcanzar un consenso equiparable al de 1978, porcentajes a¨²n m¨¢s elevados. Por tanto, el contenido de una reforma constitucional no puede exhibirse como un programa electoral de gobierno; s¨®lo es congruente con la naturaleza de la propia reforma mostrar que se est¨¢ dispuesto a estudiar, conjuntamente con los dem¨¢s partidos, su conveniencia.
En segundo lugar, ya en esta fase de estudio, con la nueva composici¨®n de las c¨¢maras, antes de proponer soluciones, lo mejor ser¨ªa llegar a un acuerdo sobre los problemas que requieran reforma. Una vez detectados por consenso estos problemas, puede procederse a estudiar c¨®mo resolverlos, valorando las diversas soluciones antes de optar por la m¨¢s adecuada.
Reformemos, s¨ª. Se necesitan algunas ¡ªpocas pero sustanciales¡ª reformas. Pero escojamos bien los procedimientos para no equivocarnos en las soluciones o llegar a callejones sin salida que las impidan.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional
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