A las armas
Cuanto m¨¢s diab¨®lico sea el armamento m¨¢s admiraci¨®n recibe
Las armas no obedecen a los mandos militares. Solo combaten entre ellas con voluntad propia en bandos contrarios, aunque hayan sido engendradas como hermanas en la misma f¨¢brica. A inicios de 1990, despu¨¦s de un enfrentamiento con centenares de muertos entre el Ej¨¦rcito peruano y los rebeldes de Sendero Luminoso se pudo constatar que las fuerzas reaccionarias de Fujimori usaban armamento todav¨ªa sovi¨¦tico y los revolucionarios iban armados con material norteamericano. Las armas solo se buscan entre ellas en cualquier lugar del planeta donde haya un conflicto y entran en combate hasta aniquilarse mutuamente. El representante de la f¨¢brica de armamento explica a un consejo de generales las ventajas catastr¨®ficas de un nuevo misil inteligente, las prestaciones mort¨ªferas de la bomba de racimo o la perversa imaginaci¨®n de la mina antipersonas dise?ada no para matar sino para colapsar los hospitales del enemigo con ni?os sin piernas ni brazos. Cuanto m¨¢s diab¨®licos sean estos engendros m¨¢s admiraci¨®n reciben de los altos mandos militares. A continuaci¨®n los ministros del ramo realizan grandes pedidos, que ser¨¢n usados, revendidos legalmente o de contrabando a quien quiera comprarlos. Los pilotos se levantan, desayunan leche con avena, se duchan, arropan con ternura a su ni?o que duerme abrazado a un peluche y se despiden de su mujer con un beso: ?adi¨®s, querida!, ?adi¨®s, amor m¨ªo, que tengas un buen d¨ªa! Los pilotos suben a los bombarderos y despegan en estado de erecci¨®n. Gloria a Dios en las alturas. Las armas no tienen ideolog¨ªa, pero necesitan carne humana para alimentarse. Las bombas caen sobre una madre que est¨¢ guisando para la familia, sobre una pareja de enamorados en la cama, sobre unos ni?os que juegan en la calle. Los pilotos creen cumplir una alta misi¨®n, pero solo obedecen como esclavos el designio de las armas.
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