Huida de Nueva York
Michael Jackson, Elizabeth Taylor y Marlon Brando alquilaron un coche y escaparon juntos de Manhattan tras el 11-S. Esta leyenda urbana inspir¨® a la escritora brit¨¢nica Zadie Smith un trepidante relato sobre la amistad
Llevaba mucho tiempo sin hacerse responsable de otro ser humano. Nunca se hab¨ªa ocupado de su transporte ni del de otra persona, pero los tres estaban en la ciudad por su culpa y por eso le tocaba a ¨¦l. Y, quiz¨¢, descubrir por primera vez en la vida que no era un in¨²til, que su padre se equivocaba y ¨¦l era, de hecho, una persona competente, le provocaba cierta excitaci¨®n. Primero llam¨® a Elizabeth.
¨CEstoy aterrorizada ¨Cse lament¨® ella.
¨CEspera ¨Cdijo Michael, que acababa de o¨ªr un pitido en el tel¨¦fono¨C, voy a a?adir a Marlon a la llamada.
¨C?El mundo se ha vuelto loco! ¨Cexclam¨® Elizabeth¨C. ?No me puedo creer lo que estoy viendo!
¨CHola, Marlon ¨Csalud¨® Michael.
¨C?C¨®mo estamos? ¨Cpregunt¨® Marlon.
¨C?Que c¨®mo estamos? ¨Cprotest¨® Elizabeth¨C. Muertos de miedo, as¨ª estamos.
¨CNo nos ha pasado nada ¨Crefunfu?¨® Marlon. Su voz llegaba desde muy lejos¨C. Nos las arreglaremos.
Michael o¨ªa de fondo el televisor de Marlon. Ten¨ªan puesto el mismo canal, pero Michael era el ¨²nico que ve¨ªa las im¨¢genes repetidas de forma simult¨¢nea en las noticias y por la ventana: una extra?a sensaci¨®n de duplicidad, como cuando est¨¢s en un escenario y te ves en las pantallas gigantes. Elizabeth y Marlon se alojaban en el Upper East Side y, normalmente, Michael tambi¨¦n se hubiera alojado en la parte alta: hasta cinco d¨ªas antes, casi ni hab¨ªa puesto un pie m¨¢s abajo de la calle Cuarenta y Dos. Todo el mundo ¨Csus hermanos y hermanas y todos sus amigos de la Costa Oeste¨C le hab¨ªa advertido de que no fuese al centro. El centro es peligroso; siempre lo ha sido. Qu¨¦date en los sitios que conoces, al¨®jate en el Carlyle. Pero por alg¨²n motivo, el helipuerto m¨¢s cercano al Garden estaba fuera de servicio y se hab¨ªa decidido que se alojase en el centro por una cuesti¨®n de proximidad y para evitar el tr¨¢fico. Michael mir¨® hacia el sur y vio el cielo oscurecido por la ceniza. Parec¨ªa estar avanzando hacia ¨¦l. El centro era mucho, much¨ªsimo peor de lo que se imaginaban en Los ?ngeles.
¨CHay cosas que no tienen arreglo ¨C dijo Elizabeth¨C. Estoy aterrorizada.
¨CNo est¨¢ permitido volar ¨Cinform¨® Michael, que intentaba sentirse competente poni¨¦ndolos al d¨ªa¨C. Nadie puede fletar un vuelo, ni siquiera los vips.
¨C?Y una mierda! ¨Csolt¨® Marlon¨C. ?Crees que Weinstein no est¨¢ ahora mismo subido a un avi¨®n? ?Y Eisner, qu¨¦?
¨CMarlon, por si se te olvida ¨Cintervino Elizabeth¨C, yo tambi¨¦n soy jud¨ªa. ?Acaso estoy yo en un avi¨®n? ?Estoy en un avi¨®n?
Marlon refunfu?¨®.
¨CAy, joder¡ No me refer¨ªa a eso.
¨C?Pues a qu¨¦ narices te refer¨ªas?
Michael se mordi¨® el labio. A decir verdad, esos dos amigos tan queridos eran m¨¢s amigos suyos que entre s¨ª, y a menudo se daban esas situaciones inc¨®modas en las que deb¨ªa recordarles que los un¨ªa un lazo de amor, aunque para Michael fuese m¨¢s que evidente: un v¨ªnculo tejido con sufrimiento compartido, una clase ¨²nica de dolor que pocas personas en el mundo conocen o tendr¨¢n la oportunidad de experimentar. Pero ellos tres ¨CMichael, Liz y Marlon¨C lo hab¨ªan vivido en grado superlativo. Tal como Marlon dec¨ªa de vez en cuando: ¡°Hab¨ªa otro tipo que tambi¨¦n sab¨ªa qu¨¦ se siente, pero ?lo clavaron a un par de tablones!¡±. A veces, si Elizabeth no estaba, a?ad¨ªa: ¡°Los jud¨ªos¡±. Pero Michael intentaba no reparar demasiado en esos aspectos de Marlon y prefer¨ªa pensar en el lazo de amor, pues, al fin y al cabo, era lo ¨²nico que importaba.
¨CCreo que lo que Marlon quer¨ªa decir¡ ¨Cempez¨® a explicar Michael, pero Marlon lo interrumpi¨®.
¨C?Hay que centrarse! ?Vayamos al grano!
¨CNo podemos volar ¨Crecapitul¨® Michael en voz baja¨C. No s¨¦ por qu¨¦, la verdad, pero es lo que est¨¢n diciendo.
¨CYo estoy haciendo las maletas ¨Clos inform¨® Elizabeth, y se oy¨® el ruido de algo valioso que acababa de hacerse a?icos contra el suelo¨C. No s¨¦ ni qu¨¦ estoy metiendo en ellas, pero las estoy haciendo.
Nunca hab¨ªa tenido que convencer a nadie de nada, y mucho menos de su propio talento
¨CEnfoquemos esto de forma racional ¨Cpropuso Marlon¨C: hay muchas empresas de alquiler de coches. Ahora no se me ocurre ninguna, pero salen en la tele. Tienen toda clase de nombres. ?Hertz? Esa es una. Habr¨¢ m¨¢s, seguro.
¨CEstoy totalmente aterrorizada ¨Cinsisti¨® Elizabeth.
¨C?Eso ya lo has dicho! ¨Cgrit¨® Marlon¨C. ?Contr¨®late!
¨CVoy a intentar llamar a una empresa de coches de alquiler ¨Cdijo Michael¨C. Aqu¨ª abajo las l¨ªneas telef¨®nicas est¨¢n un poco fastidiadas.
Quiso escribir Hertz en una libreta, pero no supo c¨®mo.
¨CSolo lo b¨¢sico ¨Cadvirti¨® Marlon, refiri¨¦ndose al equipaje de Liz¨C. No vamos en el puto Queen Elizabeth 2. No vamos a Saint-Moritz a tomar c¨®cteles con el bueno de Dick. Lo b¨¢sico.
¨CSer¨¢ un coche grande ¨Cmurmur¨® Michael.
Odiaba las discusiones.
¨CTendr¨¢ que serlo por narices ¨Csolt¨® Elizabeth.
Michael sab¨ªa que era un comentario sarc¨¢stico y que se refer¨ªa al peso de Marlon. Este tambi¨¦n lo sab¨ªa. Se hizo el silencio. Michael se mordi¨® el labio un poco m¨¢s. En el espejo de la habitaci¨®n vio que lo ten¨ªa muy rojo, pero enseguida se acord¨® de que se los hab¨ªa tatuado de ese color.
¨CElizabeth, escucha ¨Cexigi¨® Marlon.
Ten¨ªa aquella forma de mascullar, rabiosa pero controlada, a la que Michael respondi¨® con un ligero arrobamiento del todo inoportuno. No pod¨ªa evitarlo: era tan t¨ªpico de Marlon¡
¨CPonte el puto Krupp en el me?ique y v¨¢monos de aqu¨ª, joder.
Marlon colg¨®.
Elizabeth se ech¨® a llorar. Se oy¨® un pitido.
¨CCreo que deber¨ªa contestar ¨Cdijo Michael.
A las 12:00, Michael se puso el disfraz de siempre y recogi¨® el coche en un aparcamiento subterr¨¢neo cercano a Herald Square. A las 12:27 estacion¨® delante del Carlyle.
¨CJoder, qu¨¦ r¨¢pido ¨Ccoment¨® Marlon.
Estaba sentado en la acera, en una de esas sillas plegables que a veces lleva la gente cuando acampa fuera de tu hotel y espera toda la noche, por si te asomas al balc¨®n y los saludas. Iba vestido con un sombrero raro de pescador, pantal¨®n de ch¨¢ndal y una camisa hawaiana enorme.
¨CHe cogido la autov¨ªa del r¨ªo, ?es rapid¨ªsima! ¨Cexplic¨® Michael.
No quer¨ªa hacerse el listo por la situaci¨®n en la que estaban, pero tampoco pod¨ªa evitar sentir cierto orgullo.
Marlon abri¨® una caja de cart¨®n que ten¨ªa en el regazo y sac¨® una hamburguesa con queso, sin quitarle ojo al veh¨ªculo.
¨CMe han dicho que conduces como un loco.
¨CVoy r¨¢pido, Marlon, es verdad, pero no pierdo el control en ning¨²n momento. Puedes confiar en m¨ª: te prometo que os voy a sacar de aqu¨ª.
Lo entristeci¨® ver a Marlon de aquella manera, comiendo una hamburguesa en la acera. Estaba gord¨ªsimo y la sillita soportaba mucha tensi¨®n. Toda la situaci¨®n en s¨ª transmit¨ªa una sensaci¨®n de gran precariedad. Justo en ese momento cay¨® en la cuenta de que Marlon no llevaba zapatos.
¨C?Has visto a Liz? ¨Cle pregunt¨®.
¨CPero ?qu¨¦ es ese pedazo de chatarra? ¨Cpregunt¨® Marlon a su vez.
A Michael se le hab¨ªa olvidado. Estir¨® un brazo para sacar el manual de la guantera.
¨CEs un Toyota Camry. No ten¨ªan otra cosa.
Estuvo a punto de a?adir ¡°¡ con un asiento trasero tan espacioso¡±, pero se lo pens¨® mejor y no dijo nada.
¨CLos japoneses son gente sabia ¨Cafirm¨® Marlon.
Detr¨¢s de ¨¦l se abrieron las puertas del Carlyle y sali¨® un botones tirando de un carro con una torre de maletas Louis Vuitton. A un lado apareci¨® Elizabeth, que llevaba un mont¨®n de diamantes: varios collares, pulseras y brazaletes, y una estola de vis¨®n con tantos broches que m¨¢s bien parec¨ªa un alfiletero.
¨CNo me lo puedo creer ¨Cdijo Marlon.
?Un experto en l¨®gica? ?Un negociador? Por lo general, Michael no se consideraba nada de eso, pero ahora, de nuevo en la carretera y conduciendo a todo trapo hacia Bethlehem, se permiti¨® reflexionar que las personas siempre lo hab¨ªan juzgado en exceso e infravalorado err¨®neamente, y que, al fin y al cabo, tal vez no se conociese a fondo a alguien hasta que un gran acontecimiento lo pon¨ªa a prueba, como por ejemplo el apocalipsis. Claro que la gente olvidaba que lo hab¨ªan educado como Testigo: de un modo u otro, llevaba mucho, mucho tiempo esperando aquel d¨ªa. Aun con todo, si 24 horas antes alguien le hubiese dicho que ser¨ªa capaz de convencer a Elizabeth ¨Cla mujer que una vez compr¨® un billete de avi¨®n para un vestido, porque lo necesitaba en Estambul¨C para que huyese de Nueva York en un coche japon¨¦s viejo que ol¨ªa mal, despu¨¦s de haber abandonado cinco maletas Louis Vuitton en una ciudad que estaba siendo atacada, bueno, no habr¨ªa dado cr¨¦dito. ?Qui¨¦n iba a pensar que tuviese tal poder de persuasi¨®n? Nunca hab¨ªa tenido que convencer a nadie de nada, y mucho menos de su propio talento, que como todo el mundo sab¨ªa era un misterioso don, obsequio de su infancia, que no hab¨ªa pedido y que le hab¨ªa sido imposible devolver. Pero a¨²n m¨¢s dif¨ªcil resultaba conseguir que Marlon acatase el plan de no parar a comer de nuevo hasta llegar a Pensilvania.
Se ech¨® hacia delante para mirar si hab¨ªa m¨¢s combatientes enemigos en el cielo: no hab¨ªa ninguno. ?Estaba huyendo con sus amigos! ?Se hab¨ªa hecho con el control de la situaci¨®n y estaba tomando las decisiones correctas para todos! Mir¨® a Liz, sentada en el asiento del copiloto: por fin se hab¨ªa tranquilizado, pero un par de lagrimones negros de l¨¢piz de ojos segu¨ªan surcando su hermoso rostro. Demasiado l¨¢piz de ojos. Todo lo que Michael sab¨ªa sobre l¨¢piz de ojos lo hab¨ªa aprendido de ella, pero justo entonces se dio cuenta de que ¨¦l ten¨ªa algo que ense?arle al respecto: c¨®mo volverlo permanente. Tatuarlo alrededor de los lagrimales para que nunca se corra.
¨C?Me estoy volviendo majara o acabas de decir Bel¨¦n? ¨Cpregunt¨® Marlon.
Michael ajust¨® el retrovisor hasta ver a su amigo, estirado en el asiento de atr¨¢s, leyendo un libro mientras abr¨ªa el paquete de emergencia de boller¨ªa que, si no recordaba mal, hab¨ªan acordado entre todos guardar hasta que llegasen a Allentown.
¨CBethlehem es una ciudad de Pensilvania ¨Caclar¨® Michael¨C. All¨ª pararemos, comeremos algo y despu¨¦s seguiremos.
¨C?Est¨¢s leyendo? ¨Cse extra?¨® Elizabeth¨C. ?C¨®mo puedes estar leyendo en un momento como este?
¨C?Y qu¨¦ quieres que haga? ¨Cinquiri¨® Marlon con cierto aire cascarrabias¨C. ?Representar a Shakespeare en el parque?
¨CEs que no entiendo c¨®mo puede alguien leer mientras su pa¨ªs est¨¢ siendo atacado. Podr¨ªamos morir de un momento a otro.
¨CCielo, si hubieses le¨ªdo a Sartre, sabr¨ªas que eso se puede decir de cualquier instante y situaci¨®n.
Elizabeth frunci¨® el ce?o, enfadada. A¨²n nerviosa, dej¨® de menear los dedos y junt¨® las manos en el regazo.
¨CSigo sin entender c¨®mo se puede leer en un momento como este.
¨CPues mira, Liz ¨Ccanturre¨® Marlon de modo exagerado¨C, deja que te ilumine: supongo que leo porque soy lo que se podr¨ªa llamar un lector. Porque me interesa la vida interior, lo admito. Ni siquiera tengo sala de proyecci¨®n: yo tengo biblioteca. ?Qu¨¦ te parece? ?La monda! Es que resulta que mi m¨¢xima aspiraci¨®n vital no es plantar este par de manitas regordetas en un mont¨®n de mierda h¨²meda delante del Grauman.
¨CMadre m¨ªa, ya empieza.
¨CA lo que yo aspiro es a entender el comportamiento y los deseos de las personas.
¨CPero ?esa gente trata de matarnos! ¨Cchill¨® Liz.
Michael supo que deb¨ªa intervenir sin dilaci¨®n.
¨CA nosotros, no ¨Caventur¨®¨C. Supongo que a nosotros en concreto, no.
Sin embargo, de pronto se le ocurri¨® algo.
¨CElizabeth, ?no creer¨¢s que¡?
No hab¨ªa pensado en ello hasta ese momento ¨Cestaba demasiado ocupado con la log¨ªstica¨C, pero ahora ya no le quedaba m¨¢s remedio. Se dio cuenta de que los otros dos estaban d¨¢ndole vueltas a lo mismo.
¨C?C¨®mo voy a saberlo yo? ¨Cprotest¨® Liz mientras hac¨ªa girar su anillo m¨¢s grande alrededor de su dedo m¨¢s peque?o¨C. ?Podr¨ªa ser! Primero los distritos financieros, despu¨¦s la gente del Gobierno y luego¡
¨CLos vips ¨Csusurr¨® Michael.
¨CNo me sorprender¨ªa ¨Cdijo Marlon, que se hab¨ªa puesto solemne¨C. Somos justo la clase de cabrones que quedar¨ªan de maravilla como trofeo en la pared de uno de esos hijos de puta chiflados.
Por fin parec¨ªa asustado. Y o¨ªr a Marlon as¨ª le hizo sentir m¨¢s miedo que en todo el d¨ªa. Uno no quiere ver a su padre espantado ni a su madre llorar y, si Michael pensaba en aquellos a quienes consideraba sus familiares por elecci¨®n propia, eso era justo lo que estaba ocurriendo en ese instante, en aquella porquer¨ªa de coche japon¨¦s que no ol¨ªa a cuero nuevo ni a nada nuevo. Se arrepinti¨® de no haber insistido m¨¢s a Liza para que fuese con ellos. Aunque, por otro lado, eso tal vez hubiera sido peor. ?Era casi como si su familia de elecci¨®n fuera tan sofocante para su salud emocional como la verdadera! Aun as¨ª, en un d¨ªa como aquel ¨Co en cualquier otro, a decir verdad¨C no pod¨ªa permitirse ese tipo de pensamientos.
¨CTodos estamos muy tensos ¨Cdijo Michael.
Le temblaba un poco la voz, pero no le preocupaba echarse a llorar. Eso ya no le ocurr¨ªa con tanta facilidad, no desde que se hab¨ªa tatuado alrededor de los lagrimales.
¨CEs una situaci¨®n muy estresante ¨Ca?adi¨®. Intent¨® verse como el padre responsable y cari?oso que llevaba a sus hijos de excursi¨®n en el coche¨C. Tenemos que querernos.
¨CGracias, Michael ¨Cdijo Elizabeth.
Durante los tres kil¨®metros siguientes, hubo paz. Pero despu¨¦s Marlon la tom¨® de nuevo con el anillo.
¨CLos Krupp fabrican armas que se cargan a millones de los tuyos, ?y t¨² vas y les compras bisuter¨ªa? ?C¨®mo se explica eso?
Elizabeth se volvi¨® en el asiento de delante hasta que pudo mirar a Marlon a los ojos.
¨CLo que t¨² no entiendes es que cuando Richard me puso este anillo en el dedo, dej¨® de significar muerte y empez¨® a significar amor.
¨CAh, vaya, tienes el poder de convertir la muerte en amor. As¨ª de f¨¢cil.
Elizabeth sonri¨® a Michael discretamente. Le apret¨® la mano y ¨¦l le devolvi¨® el gesto.
¨CAs¨ª de f¨¢cil ¨Csusurr¨® ella.
Marlon solt¨® un resoplido.
¨CPues que tengas mucha suerte. Pero en el mundo real las cosas son lo que son y ya puedes pensar lo que quieras, que eso no cambia nada.
Elizabeth sac¨® un espejo compacto de alg¨²n pliegue oculto de su estola y se retoc¨® los labios con un carm¨ªn muy rojo.
¨C?Sabes qu¨¦? ¨Cempez¨® a decir¨C, Andy dijo una vez que reencarnarse en mi anillo ser¨ªa muy glamuroso. Tal como lo oyes.
¨CS¨ª, t¨ªpico de ¨¦l ¨Crepuso Marlon.
El comentario estrope¨® el momento y, adem¨¢s de sonar despectivo, a Michael le pareci¨® bastante injusto, porque daba igual lo que uno pensase de Andy como persona, pues si alguien hab¨ªa comprendido su sufrimiento mutuo, si alguien hab¨ªa predicho cual profeta la duraci¨®n exacta, la fuerza, los ¨¢ngulos de conexi¨®n y la capacidad estranguladora que a veces ten¨ªa el lazo de amor que los un¨ªa a los tres, ese era Andy.
¨C¡°No es regalo esta ofrenda ¨Cley¨® Marlon en voz muy alta¨C, pr¨¦stamo es su nombre; pero no rechaces la prenda; no se le puede pedir m¨¢s a un hombre¡±.
¨C?No es momento de leer poes¨ªa! ¨C grit¨® Elizabeth.
¨C?Este es exactamente el momento de leer poes¨ªa! ¨Cchill¨® Marlon.
En ese instante, Michael record¨® que hab¨ªa algunos CD en la guantera. Si ¨¦l cre¨ªa en algo, era en el poder sanador de la m¨²sica, as¨ª que estir¨® el brazo para abrirla y le pas¨® las cajas a Elizabeth.
¨CSi os digo la verdad, creo que no deber¨ªamos parar en Ohio ¨Ccoment¨® ella mientras examinaba los CD y al final met¨ªa uno por la rendija¨C. Podemos hacer turnos al volante. Conducir toda la noche.
¨CYo no puedo conducir cansado ¨Cprotest¨® Marlon, y se incorpor¨® un poco¨C. Ni con hambre. Quiz¨¢ deber¨ªa hacer mi turno ahora.
¨CYo har¨¦ el de la noche ¨Cpropuso Michael, m¨¢s animado, y empez¨® a buscar un sitio donde parar.
A¨²n no se cre¨ªa lo bien que estaba llevando el apocalipsis. Sent¨ªa pavor, de eso no hab¨ªa duda, pero tambi¨¦n una euforia extra?a y, como detalle crucial, no estaba hasta las cejas de medicaci¨®n, pues su ayudante ten¨ªa todas sus cosas y ¨¦l no le hab¨ªa dicho que iba a huir de Nueva York hasta que ya estaban en la carretera por miedo a que intentase imped¨ªrselo, porque ella siempre procuraba negarle las cosas que m¨¢s le apetec¨ªan. Pero ahora ya estaba fuera de su alcance y le costaba acordarse de otro momento de su vida en el que se hubiera sentido as¨ª de libre.
?Era horrible pensar eso? Tuvo que confesarse a s¨ª mismo que se sent¨ªa como colocado, e intent¨® identificar la fuente de esa sensaci¨®n: ?la adrenalina de la supervivencia, mezclada con la l¨¢stima, mezclada con el horror? Se pregunt¨® si esa era la sensaci¨®n que ten¨ªa la gente en las zonas en guerra y otros lugares parecidos. Y si no ¨Cotra idea extravagante¨C, ?era as¨ª como se sent¨ªan en general los ciudadanos de a pie cada d¨ªa de su vida, metidos en un penoso Toyota Camry que ol¨ªa a rayos, en un atasco de camino al trabajo o acampados debajo de la ventana de su habitaci¨®n de hotel o al desmayarse al verlo bailar en la pantalla gigante? Esa sensaci¨®n de no poder huir de tus circunstancias: de no tener m¨¢s remedio que aceptarlas. De estar atrapado en tu propia huida.
¨CMarlon, ?sabes que cuando Liz y yo nos quedamos a dormir el uno en casa del otro¡? ¨Cempez¨® Michael demasiado deprisa. Se dio cuenta de que estaba farfullando, pero no pod¨ªa parar¨C. Pues que yo no duermo nada. No pego ojo. A menos que me dejes literalmente tieso con algo, me paso la noche literalmente en vela. As¨ª que podr¨ªa conducir hasta Brentwood. Si hace falta, claro.
¨C¡°Don¡¯t stop till you get enough¡± ¨C murmur¨® Marlon en falsete, y se recost¨® de nuevo.
¨C¡°I dreamed a dream in time gone byyyyyy¨Ccantaba Liz al un¨ªsono con Fantine¨C. When hope was high and life worth liviiiiiing. I dreamed that love would never diiiiie. I prayed that God would be for-giviiiiing¡±.
Era la sexta o s¨¦ptima vez que pon¨ªa la canci¨®n. Estaban llegando a Harrisburgh, con un retraso considerable, despu¨¦s de dos paradas en dos Burger King, una en McDonald¡¯s y tres visitas m¨¢s a KFC.
¨CSi la vuelves a poner ¨Camenaz¨® Marlon mientras se com¨ªa un cubo de alitas de pollo¨C, yo mismo te retuerzo el pescuezo.
El sol se pon¨ªa ya al otro lado de las lamas de PVC de color naranja oscuro que hab¨ªa junto a su mesa, y Michael se convenci¨® de que su nuevo papel como persona que tomaba las decisiones deb¨ªa incluir tambi¨¦n una faceta de gu¨ªa espiritual. A tal efecto, le pas¨® el sirope de arce a Marlon y dijo con su habitual voz aguda, que hab¨ªa adquirido un matiz resuelto:
¨CNo s¨¦ si os habr¨¦is dado cuenta de que ya llevamos seis horas de viaje y, bueno, todav¨ªa no hemos hablado de lo que ha ocurrido en Nueva York.
Estaban en un International House of Pancakes, justo al otro lado de los Apalaches, los tres con las gafas de sol de espejo puestas y comiendo tortitas. Michael hab¨ªa decidido ¨Cdos locales de comida r¨¢pida y 130 kil¨®metros antes¨C abandonar el disfraz de siempre en el maletero del coche. Era evidente que no le hac¨ªa ninguna falta; ese d¨ªa, no. Y en ese momento, con un sentimiento de liberaci¨®n abrumador, tambi¨¦n se quit¨® las gafas. Pues, lo mismo que hab¨ªa ocurrido en KFC, en Burger King y debajo de los arcos dorados, ocurr¨ªa ahora en aquel IHOP: no hab¨ªa un alma en el lugar que no estuviese pendiente del televisor. Incluso la camarera que les hab¨ªa llevado la comida estaba mirando la tele mientras les serv¨ªa y hab¨ªa derramado un poco de caf¨¦ en el guante de Michael sin pedir disculpas ni limpiarlo ni darse cuenta de que Marlon no llevaba zapatos ¨Cni de que era Marlon¨C y ni mucho menos de que junto al salero hab¨ªa un diamante tan grande como el Ritz.
¨CTengo la sensaci¨®n de que hace nada est¨¢bamos en el Garden y todo era como un sue?o ¨Cdijo Elizabeth, hablando sin prisa¨C. ?ramos felices, est¨¢bamos de celebraci¨®n en honor de este maravilloso chico¡ ¨CLe apret¨® la mano a Michael¨C. Celebrando 30 a?os de tu fabuloso talento, querido, y era un momento precioso. Y de pronto¡ ¨CRode¨® la taza de caf¨¦ con ambas manos y se la llev¨® a los labios¨C. Y de pronto, bueno, ¡°el sol se va y entran fieras en tus sue?os¡±, y ahora esto parece el fin de los d¨ªas. S¨¦ que es una tonter¨ªa, pero yo lo siento as¨ª. La parte m¨¢s infantil de m¨ª quiere rebobinar las ¨²ltimas 24 horas.
¨CMejor 24 a?os ¨Csolt¨® Marlon, pero con su cl¨¢sica sonrisa sarc¨¢stica que no dejaba m¨¢s alternativa que perdonarlo¨C. Espera, borra eso ¨Ca?adi¨® en tono afectado¨C: mejor 40.
Elizabeth frunci¨® los labios y puso una cara adorable y c¨®mica. Parec¨ªa Amy de Mujercitas, calculando algo con astucia.
¨CAhora que lo dices ¨Cadmiti¨® ella¨C, lo de los 40 a?os tambi¨¦n me parece bien.
¨CPues a m¨ª no ¨Cafirm¨® Michael.
Hablaba soltando mucho aire por la boca y con mucha prisa para atreverse a decir lo que quer¨ªa decir, fuera o no fuese apropiado, tanto si era un comentario normal para aquel momento tan anormal como si no lo era. Tal vez esa fuera su ¨²nica ventaja en ese instante respecto a las dem¨¢s personas presentes en el IHOP y en el resto de Estados Unidos: que a ¨¦l no le hab¨ªa ocurrido nada normal; nunca, jam¨¢s, ni una sola vez en toda su vida, al menos desde que ten¨ªa uso de raz¨®n. As¨ª que una parte de ¨¦l siempre estaba preparada para enfrentarse a los monstruos; pero, adem¨¢s de conocerlos a ellos, tambi¨¦n conoc¨ªa la fuerza que necesitaba para vencerlos: el amor. Tendi¨® los brazos sobre la mesa y cogi¨® a sus dos queridos amigos de la mano.
¨CNo quiero estar viviendo ning¨²n otro momento que no sea este ¨Cles confes¨®¨C. Quiero estar aqu¨ª, con vosotros dos. Quiero estar con vosotros y con esta gente. Con todos los habitantes de la Tierra. En este preciso instante.
Todos guardaron silencio un segundo y, al cabo de un momento, Marlon enarc¨® las cejas, tan espl¨¦ndidas como siempre, suspir¨® y dijo:
¨CLamento darte una mala noticia, compa?ero, pero en cualquier caso no te queda m¨¢s remedio.
No tiene pinta de que un rayo de luz est¨¦ a punto de elevarnos al cielo. Sea esto lo que sea ¨Chizo un gesto que abarcaba el aire que los rodeaba, las mol¨¦culas dentro del aire, el tiempo¨C, estamos aqu¨ª y nos tenemos que aguantar, igual que el resto.
¨CS¨ª ¨Crespondi¨® Michael.
Estaba sonriendo. Y fue la presencia de una sonrisa ¨Cun hecho sin precedente en aquel IHOP ese d¨ªa¨C lo que, m¨¢s que cualquier otra cosa, por fin llam¨® la atenci¨®n de la camarera.
¨CS¨ª ¨Crepiti¨®¨C, ya lo s¨¦.
elpaissemanal@elpais.es
Traducci¨®n:?Maia Figueroa
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