La verdad, a fuego lento
'Spotlight' fascinar¨¢ a cualquier persona interesada en esa b¨²squeda de la verdad que deber¨ªa inspirar el oficio del periodismo
Ahora que el lenguaje p¨²blico se ha llenado de l¨¢grimas y que el pueblo reclama m¨¢s emociones que ideas, debo confesar que, a pesar de que tanta intensidad me abruma, el otro d¨ªa llor¨¦ en el cine. No es raro llorar en el cine. Deber¨ªa atreverse una m¨¢s a menudo, por mucho que llorar rodeada de extra?os produzca incomodidad. Lo sorprendente es que esas l¨¢grimas (que contuve) no brotaron por una historia rom¨¢ntica ni ¨¦pica sino por un argumento seco, narrado sin preciosismo, en donde los protagonistas no son h¨¦roes, y el director, Tom McCarthy, no trata de amplificar su haza?a. Hablo de Spotlight, una historia que llegar¨¢ a Espa?a en enero y que fascinar¨¢ a cualquier persona interesada en esa b¨²squeda de la verdad que deber¨ªa inspirar el oficio del periodismo. Spotlight, m¨¢s que basada en hechos reales, como suele decirse, es la reproducci¨®n sin adornos de una investigaci¨®n, carente del romanticismo mentiroso con el que se suele adornar las pel¨ªculas de periodistas.
Spotlight era y es un equipo de investigaci¨®n compuesto por cinco reporteros del peri¨®dico The Boston Globe que en 2001 destap¨® los casos masivos de pederastia en el seno de la iglesia cat¨®lica de Massachusetts. Fue un nuevo director, Marty Baron, que ven¨ªa del Miami Herald, el que conmin¨® al equipo a seguir la pista de un caso de abuso aparecido tiempo atr¨¢s y que se hab¨ªa narrado como algo anecd¨®tico. El director pregunt¨® a sus subordinados: "?Estamos seguros de que este ha sido el ¨²nico sacerdote que abus¨® de un ni?o en la di¨®cesis de nuestra ciudad?". Dicho esto, los cinco se pusieron a la tarea.
La pel¨ªcula narra lo tozudo que ha de ser el periodismo, la paciencia necesaria para cotejar datos, las puertas a las que hay que llamar y la discreci¨®n que exige llegar a la verdad, para no lanzarse a publicar fr¨ªvolamente y esperar con paciencia a tener la presa entera en la boca a fin de no ofrecer al lector lo que en una fase temprana pueden ser s¨®lo suposiciones. La pel¨ªcula trata tambi¨¦n del valor de la prensa local, por las ventajas que ofrece la cercan¨ªa con los vecinos, pero tambi¨¦n su vulnerabilidad ante las presiones constantes del poder pol¨ªtico y econ¨®mico.
La ciudad de Boston es, en este caso, el paisaje de la ignominia. De mayor¨ªa cat¨®lica, la capital de Massachusetts defiende rocosamente su exquisito conservadurismo; la ciudad distinguida, satisfecha de su heroicidad como Vetusta, se niega a que unos reporteros de poco relumbr¨®n, carentes de la excitaci¨®n vital que se le supone al oficio, pero concienzudos, desvelen que algo podrido se ha cocido en las iglesias a fuego muy lento. Los periodistas constatan, con estupor, que todos lo sab¨ªan, la justicia y algunos directivos de la prensa local, pero nadie quiso enfrentarse a la Iglesia y a unos fieles que prefer¨ªan cerrar los ojos y no saber lo que ocurr¨ªa en la trastienda de la casa del Se?or que cada domingo acog¨ªa sus rezos. Cuando los reporteros, gracias al testimonio de las v¨ªctimas, al de un sacerdote marginado del poder eclesi¨¢stico y a un abogado valiente, tienen la historia a punto de tomar forma, una tragedia sacude el mundo y cuestiona la oportunidad del reportaje: el atentado contra las torres gemelas. ?Es el momento, se preguntan los due?os del peri¨®dico, de poner en tela de juicio nuestras creencias?
Por fortuna, el empecinado director no se amedrent¨® y permiti¨® a los reporteros, ya enfebrecidos con sus hallazgos, la posibilidad de escribir una gran historia. Entiendo la necesidad que sent¨ªan de hacer visible la verdad, el sentido del deber. Al final de la pel¨ªcula, una informaci¨®n escrita sobre negro da cuenta del efecto que tuvo el reportaje: cientos de v¨ªctimas se animaron a llamar al peri¨®dico para contar su experiencia y un buen n¨²mero de archidi¨®cesis de todo el mundo se vieron salpicadas por casos de pederastia. Provoca, la sequedad con que est¨¢ contada la historia, un profundo sentimiento de melancol¨ªa, de ah¨ª el nudo en la garganta: por aquel tiempo en que no todo era opini¨®n, en que la prensa local era rentable, en que el periodismo no estaba prisionero del espect¨¢culo y lo amarillo no hab¨ªa ensuciado el trabajo de quienes no buscaban hacerse famosos sino entregarse a diario al oficio. Las redes sociales no hab¨ªan irrumpido con la peligrosa idea de que cualquiera puede ser periodista y de que cualquier afirmaci¨®n atropellada es cierta. Catorce a?os atr¨¢s hab¨ªa cosas que se hac¨ªan despacio y, aunque el periodismo siempre ha respondido al mandamiento de la inmediatez, hay historias que exigen la lentitud de la filigrana. Suelen ser las que mueven los cimientos de un sistema. Y a pesar de que vivimos inmersos en una continua celebraci¨®n del presente, se me permitir¨¢ que a?ore algunas buenas costumbres de un tiempo perdido.
(Los actores, Michael Keaton, Mark Ruffalo, Rachel McAdams, Liev Schreiber y Stanley Tucci parecen personas tan verdaderas que su oficio, como el del periodismo, provoca una admiraci¨®n rendida. A sus pies)
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