El papagayo verde
Para Flaubert, un escritor obsesionado con la idea de la insuficiencia del lenguaje a la hora de expresar nuestros anhelos, el loro disecado es un s¨ªmbolo. Y los s¨ªmbolos hacen crecer la historia en las direcciones m¨¢s impensadas
Un coraz¨®n simple es una novela corta que Gustave Flaubert incluy¨® en su ¨²ltimo libro, Tres cuentos. Se conservan varias cartas en que su autor se refiere a la laboriosa g¨¦nesis del texto. La novela apenas tiene 50 p¨¢ginas y necesit¨® cinco meses intensivos para escribirla. ¡°Apenas puedo poner en marcha mi historia. Ayer trabaj¨¦ durante diecis¨¦is horas, hoy todo el d¨ªa, y por fin esta noche he terminado la primera p¨¢gina¡±, escribe a comienzos de marzo de 1876. Varios meses despu¨¦s, Flaubert vuelve a aludir a esa dificultad en una carta a su amigo Turgu¨¦niev: ¡°Mi Historia de un coraz¨®n simpleestar¨¢ terminada sin duda a finales de agosto. ?Pero qu¨¦ dif¨ªcil, Dios m¨ªo, qu¨¦ dif¨ªcil! Cuanto m¨¢s adelanto m¨¢s me doy cuenta. Me parece que la prosa francesa puede llegar a una belleza de la que no se tiene ni idea. ?No le parece que nuestros amigos se preocupan poco de la Belleza. Y sin embargo es en el mundo lo ¨²nico importante?¡±.
Otros art¨ªculos del autor
Un coraz¨®n simple habla de ese mundo de la peque?a burgues¨ªa rural que Flaubert conoce como la palma de su mano y que ya ha retratado magistralmente en Madame Bovary. Su protagonista es F¨¦licit¨¦, una abnegada mujer que vive a la sombra de su se?ora, cuidando a sus hijos y ocup¨¢ndose de las tareas de la casa. Flaubert se detiene con puntilloso realismo en los pormenores de esa vida insignificante y nos habla de sus pesares y peque?as alegr¨ªas, y de los seres que van pasando por su vida: un novio poco delicado, los hijos de su ama, un sobrino, un anciano al que cuida en su enfermedad. Unos mueren, otros se van de su lado o sencillamente la olvidan, y F¨¦licit¨¦ se queda sola. Casi es una anciana cuando una familia de indianos se muda a la casa vecina. Ella vive pendiente de sus conversaciones animadas, de su afici¨®n a la m¨²sica, de sus vestidos alegres. Tienen un loro, que se llama Loulou. Lo han tra¨ªdo de sus lejanas tierras y a F¨¦licit¨¦ le fascinan sus colores tan vivos, su voracidad, sus gritos desde?osos, su mirada desafiante. Pero los indianos no se adaptan bien ni a los inviernos ni al rigor de las costumbres de la comarca, y deciden regresar a sus tierras. Y como el loro es un estorbo para ese viaje se lo regalan a F¨¦licit¨¦. Su vida cambia desde entonces, ya que el loro se transforma en su ¨²nica compa?¨ªa. A tal punto se obsesiona con ¨¦l que, cuando muere, F¨¦licit¨¦ manda disecarle y le construye en su propio cuarto un peque?o altar que se convierte en el centro m¨¢s secreto de sus fantas¨ªas.
El arte no habla de lo
Julian Barnes tiene un elocuente libro en que trata de resolver el enigma de ese loro. El loro es para ¨¦l un ejemplo del estilo grotesco de Flaubert. Y aventura las semejanzas que hay entre el escritor y la protagonista de su historia. Los dos son viejos prematuros, son seres solitarios cuyas vidas han quedado marcadas por las p¨¦rdidas, los dos son igual de perseverantes. Y aunque F¨¦licit¨¦, al contrario que Flaubert, es incapaz de expresarse, a trav¨¦s del loro recibe el don de las lenguas. ?F¨¦licit¨¦ m¨¢s Loulou equivale a Flaubert? se pregunta Barnes. F¨¦licit¨¦ contendr¨ªa su car¨¢cter, Loulou su voz. Flaubert estaba obsesionado como escritor con la idea de la insuficiencia del lenguaje para expresar nuestros anhelos. ¡°La palabra humana¡±, escribe en una de sus cartas, ¡°es como una caldera rota en la que tocamos melod¨ªas para que bailen los osos, cuando quisi¨¦ramos conmover a las estrellas¡±. El loro con su repetici¨®n par¨®dica del lenguaje humano ser¨ªa el signo de ese fracaso. Un ave que habla sin parar y que sin embargo no sabe lo que dice, ?as¨ª son los escritores?
En una de sus conferencias, Flannery O¡¯Connor nos recuerda que los estudiosos medievales se serv¨ªan de tres procedimientos a la hora de enfrentarse a la ex¨¦gesis b¨ªblica: el aleg¨®rico, en virtud del cual los relatos o figuras b¨ªblicos no ser¨ªan sino la representaci¨®n de ideas abstractas; el tropol¨®gico, en el que daban cuenta de sus ense?anzas morales; y el anal¨®gico, en que los textos ten¨ªan que ver con la vida divina y con nuestra forma de participar en ella. En su opini¨®n, es esta tercera actitud la que corresponde al artista, ya que le permite enfrentarse al misterio de la vida ensanchando el escenario humano. Es lo que pasa en este relato. Para Flaubert el loro disecado es un s¨ªmbolo, un lugar de sentido. Pero los s¨ªmbolos, al contrario de lo que pasa con las figuras de la alegor¨ªa, nunca significan una sola cosa. Hacen crecer la historia en las direcciones m¨¢s impensadas, nos relacionan con lo que desconocemos. El arte de Flaubert opera en Un coraz¨®n simple anal¨®gicamente (en todas sus novelas lo hace as¨ª). Parte de un escenario perfectamente identificable, el que se corresponde con una novela realista como hay tantas, pero de pronto surge en ¨¦l algo semejante a una fractura, una grieta por la que se precipita lo que cre¨ªamos saber acerca de ese escenario y de sus personajes. Algo que desequilibra las cosas, que tiene que ver con alguna forma de visi¨®n. Eso representa el loro.
La sensible cr¨®nica de una abnegada criada es en una de las f¨¢bulas m¨¢s hermosas de la literatura
Antonio Machado tiene un poema misterioso en que sucede algo parecido: ¡°Te cantar¨¦ mi canci¨®n, / se canta lo que se pierde, / con un papagayo verde / que la diga en tu balc¨®n¡±. No s¨¦ c¨®mo interpretan los estudiosos de la obra de Machado la presencia de ese papagayo cantor. Decir que se canta lo que se pierde ya es suficientemente hermoso, ?por qu¨¦ entonces debe ser un papagayo verde quien lo diga? Creo recordar que esa coplilla fue escrita en la ¨¦poca en que Machado viv¨ªa su pasi¨®n prohibida por Guiomar, y bien podemos pensar entonces que el papagayo es un s¨ªmbolo del deseo. Habla de ese mundo poliformo del deseo, de toda la locura y belleza que hay en las selvas tropicales donde viven estas aves. Como si el poeta le dijera a su amada: en esto me he convertido por ti. ¡°Cualquier camino lleva?/?al arsenal de cosas no vividas¡±, escribi¨® Rilke. ?Cualquier camino? No lo tengo tan claro. Hace falta un papagayo en el balc¨®n, un loro como el de Flaubert.
El loro aparece en el lugar de la herida y F¨¦licit¨¦ al quedarse con ¨¦l pasa a formar parte de esa legi¨®n silenciosa de seres a los que algo les es asignado por un motivo misterioso, como pasa en La leyenda del santo bebedor, la enigm¨¢tica novela de Joseph Roth. Cumplir con ese encargo supone una restauraci¨®n de los v¨ªnculos con los dem¨¢s. Arrancarle inesperadamente a la vida, como quer¨ªa Magris, territorios de persuasi¨®n. El loro es mucho m¨¢s que la imagen par¨®dica de la impotencia del escritor. Gracias a ¨¦l la sensible cr¨®nica de una abnegada criada se transforma en manos de Flaubert en una de las f¨¢bulas m¨¢s hermosas de la literatura universal. Una f¨¢bula sobre el sentido del arte, sobre el arte como visi¨®n. Porque el arte no habla de lo que tenemos sino de lo que nos falta, quiere ofrecernos una segunda vida. Eso representa para F¨¦licit¨¦ el loro: todo lo que no ha tenido ni tal vez podr¨¢ tener jam¨¢s. La promesa de una transfiguraci¨®n.
De modo que cuando terminen de leer un libro preg¨²ntense si le falta el loro o no. As¨ª sabr¨¢n si ha merecido la pena.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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