Defensa de Mister Scrooge
Dickens convirti¨® el Londres laber¨ªntico y miserable de mitad del siglo XIX en sin¨®nimo de Navidad
El cine Prince Charles de Leicester Square, en Londres, est¨¢ lleno a rabiar de adultos y ni?os a partes iguales. Un Pap¨¢ Noel redondo sube al escenario a anunciarle al p¨²blico que no solo tiene permiso para cantar, abuchear y aplaudir en la funci¨®n, sino que est¨¢, en cierta forma, obligado a hacerlo. La pel¨ªcula, Los Muppets, un cuento de Navidad, no fue ning¨²n ¨¦xito cuando se estren¨® el a?o 1992, pero el p¨²blico que est¨¢ disfrazado de los personajes de la pel¨ªcula canta con fidelidad ¨²nica todas y cada una de sus canciones.
Hay en la unanimidad con que abuchean las crueldades de Ebenezer Scrooge (interpretado por Michael Caine) un cierto fervor nacional. Una canci¨®n de Navidad, publicado por Charles Dickens en 1843, convirti¨® en el imaginario de millones de adultos y ni?os a Londres, el Londres laber¨ªntico y miserable de mitad del siglo XIX, en sin¨®nimo de Navidad. Es un rol que Londres no se niega ni mucho menos a asumir. Londres siente, con o sin raz¨®n, que la Navidad es londinense, aunque Santa Claus (Father Christmas, Pap¨¢ Noel, como le dicen aqu¨ª) finja venir del Polo Norte. No importa que esta fiesta no signifique nada para jud¨ªos, musulmanes e hind¨²es, el transporte p¨²blico y las tiendas cierran religiosamente el d¨ªa 25 de diciembre.
Las peticiones de cenas de Navidad a domicilio que ofrece Marks & Spencer se agotaron el 15 de diciembre. No hay iglesia o cementerio de la ciudad donde brigadas de ciudadanos no canten desde hace semanas canciones de Navidad. Hasta la moda queda de alguna forma suspendida y los hipsters de Stoke Newington y London Fields usan con orgullo pul¨®veres con renos gigantes y campanillas colgando que tocan Jingle Bells. Y los mercadillos¡ En todas partes de la ciudad inglesa hay mercadillos con puestos vendiendo tiernos adornos para los ¨¢rboles, galletas de jengibre, vino dulce y accesorios para llenar el stocking (calcet¨ªn navide?o) que se cuelga del marco de las chimeneas.
El calendario ingl¨¦s est¨¢ lleno de otras fiestas nacionales, pero esta es la ¨²nica en que un¨¢nimemente se vac¨ªa la ciudad, concentrada en inventarse si es necesaria una familia a la que ir a visitar en los rincones m¨¢s olvidados de Gran Breta?a. La fecha coincide con el momento en que la luz diurna va recuperando un minuto por d¨ªa. En la celebraci¨®n un¨¢nime de la Navidad est¨¢, adem¨¢s del fervor por una religi¨®n m¨¢s o menos extinta entre los ingleses, la idea de dividir el invierno en dos. Para un chileno, como para un argentino o un uruguayo, esto produce una mezcla de melancol¨ªa y ternura. La Navidad es en Santiago de Chile una especie de obligaci¨®n colonial bajo la que sudan ancianos en trajes rojos y barbas postizas. La nieve es all¨¢ artificial, los pinos de pl¨¢stico, los regalos se reparten en pantal¨®n corto y camisa sin manga en comidas que se transforman en asados y borracheras en que los ni?os suelen quedar suspendidos.
Confieso con verg¨¹enza que lo prefiero as¨ª. La infancia obligatoria de los gigantescos parques de diversiones que se instalan en Hyde Park y Victoria Park, con toda su carga de inocencia perdida y recuerdos traum¨¢ticos, me produce una cierta angustia que me hace darle raz¨®n a Ebenezer Scrooge. Como ¨¦l, quisiera a veces que la Navidad, con su felicidad obligatoria y su melancol¨ªa de contrabando, fuese un d¨ªa como cualquier otro.
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