Ni podemos ni debemos
No hay inconveniente en admitir que Espa?a es un pa¨ªs plurinacional siempre que tales naciones se entiendan como realidades culturales. Los nacionalistas quieren convertir la diversidad cultural en fundamento de separaci¨®n pol¨ªtica
Como est¨¢n de actualidad las listas, comenzar¨¦ con la de quienes pueden saltarse este art¨ªculo con tranquilidad, porque la cosa no va con ellos... o como si no fuera. En primer t¨¦rmino, los que forman el partido mayoritario del pa¨ªs seg¨²n las ¨²ltimas elecciones, dos millones de votos por delante del siguiente. Me refiero, claro est¨¢, a quienes no votan, sea porque est¨¢n en la inopia (¡°?y yo qu¨¦ s¨¦!¡±) o porque creen pertenecer a la ¨¦lite (¡°a m¨ª no me enga?an, yo no entro en el juego¡±). En los comicios con mayor oferta pol¨ªtica de nuestra historia reciente no han encontrado motivo para salir de casa (excluyo, por supuesto, a los miles que quisieron votar desde el extranjero y no pudieron hacerlo por una infecta burocracia). La verdad es que no merecen vivir en un pa¨ªs democr¨¢tico, sino en un establo con televisi¨®n y ADSL. Ah¨ª seguir¨¢n, hasta que el voto obligatorio les recuerde que son ciudadanos mal que les pese.
Otros art¨ªculos del autor
Tampoco aspiro a dirigirme a la secta de los cambistas, los adictos en cuerpo y alma al cambio. No a mejorar, a perfeccionar o a corregir, sino a cambiar. Sea adelante, atr¨¢s, a derecha o izquierda, eso va en gustos. Odo Marquard, genial pensador minimalista lleno de humor, no un chistoso barato como Zizek, que muri¨® a mediados de pasado a?o ignorado por nuestros medios, dice: ¡°El prejuicio m¨¢s f¨¢cil de cultivar, el m¨¢s impermeable, el m¨¢s apabullante, el prejuicio de uso m¨²ltiple, la suma de todos los prejuicios, es el que afirma que todo cambio lleva, con certeza, a la Salvaci¨®n, y mientras m¨¢s cambio haya, mejor¡±. Como voy a intentar exponer razones para evitar el cambio en un punto importante de nuestro ordenamiento pol¨ªtico, cuyos adversarios invocan precisamente la necesidad de cambio para liquidarlo, s¨®lo encontrar¨¦ o¨ªdos impermeables a la argumentaci¨®n en los fascinados por la palabreja de marras.
Y por supuesto nada tengo que decir a los enclaustrados en lo que llaman ¡°pragmatismo¡±, o sea, los que m¨¢s all¨¢ del Ibex, la prima de riesgo, la tasa de crecimiento o de afiliados a la seguridad social ¡ªtodo ello muy respetable, desde luego¡ª se contentan con las m¨¢s obvias letan¨ªas: la ley est¨¢ para cumplirla, la unidad de Espa?a no est¨¢ en venta, queremos much¨ªsimo a los catalanes, y a los vascos es que los adoramos, ay, ?la gula del Norte! El lema de esta buena gente, porque suele serlo, es: ¡°No nos metamos en honduras¡±. Nada de explicar con demasiadas teor¨ªas la ley, o la unidad, o lo que sea. Lo importante es que no haya jaleo y que los irredentos sepan que todas sus diferencias son bienvenidas y que la Constituci¨®n est¨¢ para dar gusto a todos y que est¨¦n c¨®modos en ella. Si no, se cambia a tal efecto. A fin de cuentas, los nombres de las cosas son lo de menos, lo que cuenta es el business as usual. O, como canta la jota, ¡°que me llamen como quieran, mientras sea de Zaragoza¡±.
Para el resto, si es que queda todav¨ªa alguien por ah¨ª, van las explicaciones prometidas. Porque creo que es imposible combatir racional y democr¨¢ticamente contra ideolog¨ªas da?inas, pero muy asentadas, si se renuncia a dejar claro el fundamento de lo que se defiende frente a ellas. O a¨²n peor, si se maneja el mismo lenguaje que el de los antagonistas, pero con invocaciones a que toda exageraci¨®n es mala o que dentro de la ley todo es posible. Se asegura que es imprescindible para la paz social del pa¨ªs reconocer que Espa?a es una entidad plurinacional. No hay inconveniente en asumir algo tan obvio. De hecho, todos los Estados modernos son plurinacionales, siempre ¡ªclaro est¨¢¡ª que esas naciones sean entendidas como realidades culturales.
La fragmentaci¨®n
Los ciudadanos se reconocen en una de ellas o se adscriben a la que prefieren seg¨²n sus avatares biogr¨¢ficos, aunque lo m¨¢s corriente es que bajo su opci¨®n preferente incluyan elementos significativos de las otras que forman el puzle del pa¨ªs. Esas ¡°naciones¡± se modifican constantemente, en buena medida por la irrigaci¨®n de gente de otras latitudes que se instalan a vivir en su ¨¢mbito tradicional, pese a los esfuerzos de los guardianes de las esencias por redefinir una y otra vez ¡°lo de aqu¨ª¡± frente a ¡°lo de fuera¡±. Los nacionalistas locales quieren convertir la diversidad cultural en fundamento de separaci¨®n pol¨ªtica. Es decir, convierten las culturas ¡ªoptativas, cambiantes, mestizas¡ª en estereotipos estatalizables de nuevo cu?o, que definen ciudadan¨ªas distintas a la del Estado de derecho com¨²n. Aqu¨ª comienza lo inadmisible.
Porque precisamente esa fragmentaci¨®n no aumenta, sino que restringe la libertad de cada cual. Al repartir la ciudadan¨ªa por m¨®dulos culturales transformados en pol¨ªticos, se priva a los individuos de su disponibilidad de administrar sus identidades personales como deseen dentro de un marco com¨²n que las trasciende y a la vez las acoge democr¨¢ticamente. La ley estatal compartida, constitucional o similar, permite una igualdad que tambi¨¦n Odo Marquard defini¨® inmejorablemente: ¡°Igualdad significa que todos pueden ser diferentes sin temor¡±. Y sin que esa capacidad libre de autodefinici¨®n cultural coarte la capacidad de otros conciudadanos de decidir pol¨ªticamente sobre lo que ata?e a todos.
Tal es la concepci¨®n democr¨¢tica contempor¨¢nea, cada vez m¨¢s alejada de las determinaciones del terru?o propias de siervos de la gleba, abierta a la inclusi¨®n de los inmigrantes en busca de derechos que puedan llegar de cualquier parte. Y por eso las consultas pol¨ªticas parciales determinadas por territorios ¡ªcomo si los ciudadanos nativos de una localidad o empadronados en ella se transmutasen en miembros de un estado virtual oprimido por la realidad democr¨¢tica vigente¡ª son, cualquiera que fuese su resultado, mutiladoras de la integridad del resto de la ciudadan¨ªa. En Espa?a no hay ning¨²n problema territorial, aunque cualquier divisi¨®n administrativa del Estado admite mejoras o reformas, sino un atentado separatista contra el derecho a decidir de todos y cada uno de los ciudadanos miembros del pa¨ªs.
En Espa?a no hay un problema territorial, sino un atentado separatista contra el derecho de todos
Piden di¨¢logo. No parece f¨¢cil. O¨ª en Espejo p¨²blico a Garc¨ªa Page contestar bien a un nacionalista que le pregunt¨® por qu¨¦ no refer¨¦ndum en Catalu?a: ser¨ªa conceder de antemano lo que se pretende preguntar, porque la autodeterminaci¨®n no consiste en irse, sino en poder elegir entre irse o quedarse sin contar con los dem¨¢s. Su interlocutor coment¨®: ¡°Bueno, seguiremos intent¨¢ndolo¡±. Como quien oye llover. En su ensayo L¡¯art de conf¨¦rer, uno de los mejores, Montaigne hace una encendida defensa del di¨¢logo y la controversia, proclama que prefiere el coloquio con quien piensa distinto que ¨¦l porque as¨ª aprende m¨¢s, etc¨¦tera... Pero tambi¨¦n advierte: ¡°Me es imposible tratar de buena fe con un tonto, porque bajo su influjo no s¨®lo se corrompe mi juicio, sino tambi¨¦n mi conciencia¡±. Yo, siempre con Montaigne.
Fernando Savater es escritor.
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