Los l¨ªderes que queremos
Deben saber interpretar lo nuevo, remar contra la moda, contrariar a sus fieles y disgustar a sus electores
Los l¨ªderes que queremos, porque los necesitamos, no son quiz¨¢ geniales, ni carism¨¢ticos, ni gloriosos. Tendr¨¢n, qui¨¦n sabe, or¨ªgenes intelectuales mediocres, incluso s¨®rdidos. Pero deben saber interpretar lo nuevo, remar contra la moda, contrariar a sus fieles y disgustar a sus electores. Para vag¨®n de cola vale cualquiera. Para locomotora, algunos menos.
Winston Churchill fue un gran l¨ªder europeo. Pero se olvida que empez¨® como un tipo raro, un reto?o ind¨®mito de la casa ducal de Marlborough, militarista, imperialista, filorracista, desp¨®tico y casi esclavo del alcohol.
Se convirti¨® en verdadero l¨ªder muy tarde, en 1940, cuando Adolf Hitler abrasaba y arrasaba la Europa central. Se enfrent¨®, implacable, a los cantos de sirena pactistas de Benito Mussolini. Y a la pol¨ªtica de apaciguamiento de Chamberlain y Halifax, que era lo popular y lo trendy. Su no pasar¨¢n tuvo a¨²n m¨¢s m¨¦rito dados sus genes conservadores. Regalen esta noche un gran relato: Cinco d¨ªas en Londres, mayo de 1940, de John Lukacs (Turner, 2001).
Helmut Kohl fue un gran patriarca europeo. Pero ?qui¨¦n recuerda sus inicios, su torpeza indumentaria y ret¨®rica, su escasa afici¨®n al estudio y su contraste con el sofisticado y potent¨ªsimo socialdem¨®crata Helmut Schmidt?
El Helmut democristiano empez¨® como un paleto del Palatinado, sin idiomas ni glamur. Pero hizo una obra magna, supo crear el euro cuando sus electores desfallec¨ªan y rematar la unificaci¨®n alemana cuando Fran?ois Mitterrand y otros recelaban. Busquen sus pistas en The Euro, de David Marsh (Yale, 2009), o en las M¨¦moires, de Jacques Delors (Plon, 2003), que los dem¨¢s le explican mejor que ¨¦l a s¨ª mismo.
Adolfo Su¨¢rez, aunque encantador, era un falangista, un oportunista, un provinciano inculto, como cruelmente le retrat¨® Gregorio Mor¨¢n en Historia de una ambici¨®n (Planeta, 1979). Pero devino cicl¨®peo porque pilot¨® con habilidad ¡ªen realidad, copilot¨®¡ª la colosal operaci¨®n de arrumbar la dictadura y aproximar la democracia. Para lo que tuvo que legalizar al Partido Comunista, pisando los callos de grandes poderes del momento, como el militar. Relean el clima moral individual de esa aventura en Historia de Carmen, de Ana Romero (Planeta 2002).
Cuando la actualidad inyecta melancol¨ªa, nos queda la lectura.
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