La mirada orgullosa del le¨®n
La poblaci¨®n de estos felinos ha ido menguando hasta quedarse en un 10% de los 250.000 ejemplares que hab¨ªa en el mundo hace un siglo Su futuro estar¨¢ en las granjas dedicadas a lo que se conoce como ¡°caza enlatada¡± y en los zool¨®gicos, pero no habr¨¢ leones libres

La alarma sobre el futuro de los leones africanos ha sonado con el fin de Cecil, el gran rey de las sabanas del parque Hwange (Zimbabue), abatido a flechazos y disparos por un dentista norteamericano que compr¨® el derecho a matarlo para incorporarlo a su pabell¨®n de trofeos cineg¨¦ticos. La noticia alert¨® a los naturalistas y hoy sabemos que, de los 250.000 ejemplares de estos felinos que hab¨ªa hace un siglo en ?frica, quedan ahora un 10%. Se dice tambi¨¦n que, dentro de 20 a?os, sobrevivir¨¢n la mitad y que habr¨¢n desaparecido por completo de toda ?frica Occidental y una buena parte de la Oriental. Su futuro estar¨¢ en las granjas dedicadas a lo que se conoce como ¡°caza enlatada¡± y en los zool¨®gicos. Pero no habr¨¢ leones libres.
Sus enemigos son los cazadores furtivos, la reducci¨®n vertiginosa de su h¨¢bitat natural y los aldeanos de lugares remotos del continente que necesitan proteger sus vidas del feroz felino. Curiosamente, la caza controlada de esta fiera ha sido una de las claves de su supervivencia, y varios pa¨ªses, especialmente Tanzania, han puesto en marcha medidas reguladoras, como la prohibici¨®n de matar ejemplares menores de seis a?os y s¨®lo unas pocas hembras cada temporada. Tambi¨¦n, las peque?as comunidades amenazadas por leones salvajes han ¡°vendido¡± como trofeo a los cazadores occidentales a estos depredadores cuando se convert¨ªan en devoradores de hombres, destinando el dinero en beneficio de la propia comunidad, un sistema que d¨¦cadas atr¨¢s se ha revelado como exitoso con los tigres de las reservas en India, cuando alguno de ellos se aficionaba a la carne humana y sal¨ªa de caza. Y en fin, el fen¨®meno del turismo ha contribuido adem¨¢s a que los africanos salvaran la especie de la extinci¨®n completa. ?Qui¨¦n no pagar¨ªa, una vez en la vida, por ver tan bello animal en libertad?
Cuando retumban los truenos, los leones contestan con rugidos. ?Qu¨¦ otra criatura puede responder a la creaci¨®n empleando su propio lenguaje? Elizabeth Marshall Thomas,?escritora
Todos los que han conocido de cerca a los leones los han admirado. Isak Dinesen, en su inolvidable libro Lejos de ?frica, escrib¨ªa que ¡°un le¨®n en las llanuras africanas se parece mucho m¨¢s a los que se representan en los antiguos monumentos de piedra que a los que ves en los zool¨®gicos¡±. Y en sentido muy parecido se han pronunciado en sus memorias varios m¨ªticos ¡°cazadores blancos¡±, desde Frederick Selous a John Hunter: la mirada orgullosa de un le¨®n en libertad no se parece en nada a los ojos humillados del le¨®n enjaulado.
Quien ha dormido una noche en tienda de campa?a en la sabana africana y escuchado el rugido del gran felino sabe que no hay emoci¨®n comparable ni quiz¨¢s tan pavorosa en todo el reino natural. La escritora Elizabeth Marshall Thomas se?ala: ¡°Cuando retumban los truenos, los leones contestan con rugidos. ?Qu¨¦ otra criatura puede responder a la creaci¨®n empleando su propio lenguaje?¡±. La garganta del felino produce un sonido tan potente que, aun encontr¨¢ndose a m¨¢s de dos kil¨®metros de distancia, tienes la sensaci¨®n de escucharlo, incluso al ronronear, justo al otro lado de la lona de tu tienda.
Cuando los europeos comenzaron a colonizar el oriente africano, a principios del pasado siglo, se inici¨® lo que un cazador llam¨® ¡°la era m¨¢s grande de la caza en la historia del mundo¡±. Y empez¨® una suerte de exterminio de las especies cineg¨¦ticas del continente, en particular los llamados ¡°cinco grandes trofeos¡±: le¨®n, leopardo, b¨²falo, elefante y rinoceronte. A los leones se les disparaba, incluso, desde los coches y una pareja de norteamericanos, en 1920, lleg¨® a matar en un safari a 323 felinos, en una exhibici¨®n de lo que un cazador ingl¨¦s denomin¨® como ¡°el hambre americana de gatillo¡±. Se fund¨® entonces en Nairobi la Asociaci¨®n de Cazadores Profesionales, que estableci¨® normas muy estrictas para la actividad cineg¨¦tica: entre otras, la prohibici¨®n de usar armas de fuego desde veh¨ªculos motorizados. Por aquel entonces, la mayor parte de ?frica Oriental era colonia de Gran Breta?a y el safari cineg¨¦tico se convirti¨® en una de las mejores atracciones para las grandes fortunas, los escritores adinerados y las estrellas de Hollywood. La figura del ¡°cazador blanco¡± alcanz¨®, gracias al cine y a las novelas, la categor¨ªa de un mito de car¨¢cter heroico. Y en todo el mundo cobraron fama figuras como Frederick Selous, Bror Blixen (marido de Isak Dinesen), Denys Finch Hatton, Philip Percival o John Hunter.

Todos ellos cazaron y admiraron a los leones, indiscutibles soberanos de las sabanas. Selous, que mat¨® en su vida m¨¢s de 30 ejemplares, dec¨ªa de este felino: ¡°Posee dos requisitos esenciales de la felicidad terrenal: buen apetito y ning¨²n escr¨²pulo¡±. John Hunter, por su parte, escribi¨®: ¡°Hay pocas cosas en la naturaleza m¨¢s terribles que la visi¨®n de un le¨®n cargando. Desde el mismo momento en que arranca, avanza hacia ti a una velocidad de m¨¢s de 20 kil¨®metros por hora. Cuando la carga se acerca, hay que apoyar el rifle de inmediato sobre el hombro y disparar con rapidez contra la forma parda que parece moverse con la velocidad de un torpedo. Si tu disparo acierta, a menudo el le¨®n da un salto en el aire para caer a una docena de metros de ti. Si el hombre falla, ser¨¢ afortunado si tiene tiempo para hacer un segundo disparo antes de que el le¨®n est¨¦ ya sobre ¨¦l, con las mand¨ªbulas abiertas y los colmillos preparados¡±. Phil Percival, que mataba los leones dispar¨¢ndoles desde su caballo ¨Cla forma m¨¢s arriesgada de la caza del felino¨C y que fue el gu¨ªa de Hemingway en dos safaris, se retir¨® a Bristol, en Inglaterra, los ¨²ltimos a?os de su vida y se instal¨® en una casa cercana al zool¨®gico para escuchar los rugidos de los grandes felinos durante la noche.
En zonas remotas de ¨¢frica, el le¨®n no es visto con tanta admiraci¨®n. un ejemplar mat¨® a m¨¢s de 40 personas entre 2003 y 2004, hasta que fue abatido
Aquella ¨¦poca, con su aliento ¨¦pico-l¨ªrico tan delicadamente retratado por Isak Dinesen, concluy¨® con las independencias africanas. Sobre todo en Kenia, cuyo Gobierno prohibi¨® la caza en 1977, lo que ha supuesto desde entonces una enorme recuperaci¨®n de la fauna y un gran negocio de turismo. No obstante, en las zonas remotas de ?frica, los leones no son vistos con tanta admiraci¨®n, sobre todo cuando salen de las zonas acotadas (no hay vallas en la mayor¨ªa de los parques y reservas) y se comen a la gente. As¨ª sucedi¨®, por ejemplo, en la aldea tanzana de Ngolongo, vecina del parque de Serengueti, en donde un le¨®n mat¨® a m¨¢s de 40 personas entre los a?os 2003 y 2004, hasta que fue abatido por dos cazadores. Nadie lo llamaba nombres parecidos al cari?oso Cecil, sino Osama, quiz¨¢s por Bin Laden. Y como manda la tradici¨®n africana, su muerte fue anunciada por tambores y su cad¨¢ver quemado, para que el demonio que llevaba dentro no mudara a otro le¨®n vivo.
El le¨®n no fue derrotado por H¨¦rcules, ni siquiera cuando mat¨® al de Nemea, siglos antes de Cristo. Y adorna nuestras banderas y escudos patrios, figura como apellido humano, nombra ciudades y regiones, ha bautizado reyes y papas, protagonizado libros y prestado su rostro altivo a Walt Disney. Es el gran compa?ero, terrible e inseparable, del hombre. Y representa todo lo que de valor y de pavor propone la naturaleza. Lo a?oraremos cuando ya solamente nos mire con ojos humillados desde una jaula o desde el otro lado de una verja.
elpaissemanal@elpais.es
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