La bomba norcoreana
La comunidad internacional tiene la obligaci¨®n de actuar para acabar con el r¨¦gimen de Kim Jong-un, que se ha convertido en un riesgo para el resto del planeta
Hace unos 10 a?os comenc¨¦ a leer un libro apasionante, pero abandon¨¦ su lectura a las pocas p¨¢ginas porque era, al mismo tiempo, terror¨ªfico. Lo hab¨ªa escrito un grupo de cient¨ªficos que, luego de establecer, hasta donde era posible, el n¨²mero de armamentos nucleares que pueblan el planeta ¡ªse debe haber incrementado en el tiempo transcurrido¡ª, explicaba las consecuencias que podr¨ªa tener para el mundo el que, por un acto de locura ideol¨®gica o un mero accidente, esos artefactos de destrucci¨®n masiva comenzaran a estallar.
Las cifras eran escalofriantes tanto en n¨²mero de muertos y heridos como en contaminaci¨®n del aire, las aguas, la fauna y la flora, al extremo de que, a la corta o a la larga, pod¨ªa desprenderse de este proceso la extinci¨®n de toda forma de vida en el astro que habitamos.
Otros art¨ªculos del autor
Si esto es cierto, y supongo que lo es, ?no resulta incomprensible que un asunto tan trascendente ¡ªla preservaci¨®n de la vida¡ª apenas llame la atenci¨®n del p¨²blico muy de tanto en tanto, por ejemplo esta semana, cuando Kim Jong-un, el patol¨®gico s¨¢trapa de Corea del Norte, anunci¨® que, celebrada por toda la poblaci¨®n norcoreana, acaba de hacer estallar su primera bomba de hidr¨®geno? Los t¨¦cnicos de Estados Unidos y Europa se han apresurado a decir que este anuncio es exagerado, que la ¨²ltima dictadura estalinista del planeta apenas ha conseguido fabricar hasta el momento una bomba nuclear. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la Uni¨®n Europea y distintos Gobiernos ¡ªentre ellos, el de China¡ª han condenado el experimento (cierto o falso) anunciado por Kim Jong-un. ?Habr¨¢ nuevas sanciones de castigo al r¨¦gimen norcoreano? En teor¨ªa, s¨ª, pero en t¨¦rminos pr¨¢cticos, ninguna, porque ese pa¨ªs vive en un aislamiento total, como dentro de una probeta, y sobrevive gracias al pu?o de hierro que aherroja a sus infelices ciudadanos-esclavos, al contrabando y a la demagogia delirante.
Oficialmente, hay seis pa¨ªses en el mundo que poseen armas nucleares ¡ªEstados Unidos, Rusia, China, India, Pakist¨¢n y Corea del Norte¡ª y solo dos de ellos, Estados Unidos y Rusia, han experimentado bombas de hidr¨®geno, que tienen una capacidad destructiva siete u ocho veces mayor que las bombas que aniquilaron Hiroshima y Nagasaki. S¨®lo una d¨¦cima parte del arsenal nuclear ya acumulado ser¨ªa suficiente para acabar con todas las ciudades del globo y desaparecer a la especie humana. Debemos estar todos muy locos en este mundo para haber llegado a una situaci¨®n semejante sin que nadie haga nada y sigamos contemplando, a nuestro alrededor, c¨®mo los arsenales nucleares siguen all¨ª, acaso aumentando, a la espera de que, en cualquier momento, alg¨²n fan¨¢tico con poder encienda la chispa que provoque la gigantesca explosi¨®n que nos extermine.
Alg¨²n fan¨¢tico con poder podr¨ªa encender la chispa que provoque la explosi¨®n que nos extermine
Ya s¨¦ que hay organizaciones pacifistas que tratan ¡ªsin mucho ¨¦xito, por lo dem¨¢s¡ª de movilizar a la opini¨®n p¨²blica contra este armamentismo suicida, y Gobiernos e instituciones que, de manera ritual, protestan cada vez que un nuevo pa¨ªs, como Ir¨¢n hasta hace poco, intenta acceder al club exclusivo de potencias at¨®micas. Pero lo cierto es que, hasta ahora, el desarme ha sido una mera ret¨®rica sin consecuencias pr¨¢cticas y que, empezando por los de Estados Unidos y Rusia, los planes de desarme no avanzan. Los dep¨®sitos de armas de destrucci¨®n masiva contin¨²an all¨ª, como anuncio permanente de un cataclismo que acabar¨ªa con la historia humana.
?Hay que resignarse, esperando que esta situaci¨®n se prolongue, o es posible hacer algo? S¨ª, es posible, y hay que comenzar por hacer exactamente lo contrario de lo que hice yo hace 10 a?os con aquel libro aterrador. Hay que enterarse del horror que nos rodea y, en vez de jugar al avestruz, encararlo, difundirlo, alarmar a cada vez m¨¢s gente con la siniestra realidad a fin de que las campa?as pacifistas dejen de ser obra de minor¨ªas exc¨¦ntricas y cobren una magnitud que movilice por fin a los Gobiernos y haga funcionar de manera efectiva a los organismos internacionales. Nada de esto es ut¨®pico; cuando hay una voluntad pol¨ªtica resuelta, es posible sentar a una mesa de di¨¢logo a los adversarios m¨¢s encarnizados, como ha ocurrido con Ir¨¢n, que ha consentido detener su programa at¨®mico a cambio del levantamiento de las sanciones que ten¨ªan paralizada a su econom¨ªa.
Hay que enterarse del horror que
nos rodea y, en vez de jugar al avestruz, encararlo
?Y si la negociaci¨®n es imposible? En raros casos esto puede ser cierto y, sin duda, uno de estos casos podr¨ªa ser el r¨¦gimen de Pyongyang. La satrap¨ªa de los Kim no s¨®lo ha condenado al pueblo norcoreano a vivir en la miseria, la mentira y el miedo. Con su b¨²squeda fren¨¦tica del arma nuclear que, cree, le garantizar¨¢ la supervivencia, pone en peligro a sus vecinos de la pen¨ªnsula y a todo el Asia. La comunidad internacional tiene la obligaci¨®n de actuar, poniendo en acci¨®n todos los medios a su alcance para acabar con un r¨¦gimen que se ha convertido en un riesgo para el resto del planeta. Hasta China, que fue uno de los escasos valedores de la dictadura norcoreana, parece haber comprendido el peligro que representan para su propia supervivencia las iniciativas demenciales de Kim Jong-un. Y la forma de actuar m¨¢s eficaz es cortar de ra¨ªz la posibilidad de que el r¨¦gimen de Pyongyang contin¨²e con unos experimentos nucleares que constituyen, en lo inmediato, una grav¨ªsima amenaza para Corea del Sur, China y Jap¨®n. La comunidad internacional puede dar un ultim¨¢tum al r¨¦gimen norcoreano, a trav¨¦s de las Naciones Unidas, d¨¢ndole un plazo preciso para que desmantele sus instalaciones at¨®micas so pena de proceder a destruirlas. Y cumplir con la amenaza en caso de no ser escuchada. No creo que haya un caso m¨¢s evidente en el que un mal menor se imponga por sobre el riesgo de que Pyongyang provoque una cat¨¢strofe con cientos de miles de v¨ªctimas en el Asia y, tal vez, en el mundo entero.
En uno de esos l¨²cidos ensayos con los que se enfrent¨® al mesianismo ideol¨®gico al que sucumbieron tantos intelectuales de su tiempo, George Orwell se preguntaba si el progreso cient¨ªfico deb¨ªa ser celebrado o temido. Porque esos extraordinarios avances en el conocimiento, al mismo tiempo que han creado mejores condiciones de vida ¡ªen la alimentaci¨®n, la salud, la coexistencia, los derechos humanos¡ª, han desarrollado tambi¨¦n una industria de la destrucci¨®n capaz de producir matanzas que ni la imaginaci¨®n m¨¢s enfermiza de anta?o pod¨ªa anticipar. En nuestros d¨ªas, el avance de la ciencia y la tecnolog¨ªa ha sembrado el planeta de unos artefactos mort¨ªferos que, en el mejor de los casos, podr¨ªan devolvernos al tiempo de las cavernas, y, en el peor, retroceder este planeta sin luz a aquel pasado remot¨ªsimo en que la vida no exist¨ªa a¨²n y estaba por brotar, no se sabe todav¨ªa si para bien o para mal. No tengo respuesta para esta pregunta. Pero lo que har¨¦ de inmediato ser¨¢ buscar aquel libro que dej¨¦ sin terminar y leerlo esta vez hasta la ¨²ltima l¨ªnea.
Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2016.
? Mario Vargas Llosa, 2016
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.