El poder de las formas
Hay que medir lo que se hace y lo que se dice. Sobra la brocha gorda en la pol¨ªtica
Toda la sociedad est¨¢ estructurada en torno a protocolos y rituales. Sin este andamiaje imprescindible, ser¨ªa el vac¨ªo. Esto vale tanto para bodas y funerales como para actos institucionales. Formalidad no es aceptaci¨®n forzada del statu quo, sino disposici¨®n de respetarse bajo un m¨ªnimo denominador com¨²n.
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En este reinicio de la vida p¨²blica es l¨®gico que los representantes de cada grupo, sobre todo los nuevos, trasladen al espacio p¨²blico sus formas y sus ritos. Eso es lo que intent¨® hacer Carolina Bescansa, la diputada de Podemos que se llev¨® a su beb¨¦ al pleno de constituci¨®n del Congreso y lo mantuvo all¨ª largas horas junto a ella, salvo los momentos en que fue relevada de la tarea por algunos compa?eros de bancada. La monumental pol¨¦mica levantada por este hecho resulta exagerada, tanto por parte de quienes lo consideran mero exhibicionismo como de los que lo justifican para llamar la atenci¨®n sobre la dificultad de conciliar la vida familiar y laboral. Ahora bien, la conciliaci¨®n necesita reglas legislativas, cultura de corresponsabilidad en el cuidado de los hijos y revisi¨®n de horarios: ah¨ª existe un ancho terreno para la pol¨ªtica, sin necesidad de utilizar a un beb¨¦ en las necesidades de propaganda de un grupo concreto.
El esc¨¢ndalo ante otras supuestas transgresiones formales resulta forzado. No hay m¨¢s que recordar el asombro suscitado por las chaquetas de pana utilizadas por significados socialistas en la Transici¨®n, para estar de acuerdo en que aquello no supuso el inicio de ning¨²n camino sin retorno. Lo importante fue la pol¨ªtica practicada y no la acomodaci¨®n al c¨®digo vestimentario al uso. Por eso, rasgarse las vestiduras porque alg¨²n diputado llegue al Congreso en bicicleta (?tendr¨ªa que hacerlo en coche o en metro?) o soltar que unas rastas pueden conllevar piojos son ganas de continuar la vieja pol¨ªtica bronquista.
Estos hechos nos hablan del poder de las formas, de lo que se hace y lo que se omite, de lo que se insin¨²a y lo que se enfatiza. Y hay momentos en que se acent¨²a su carga simb¨®lica, como ocurre en estas semanas. De ah¨ª que los actores pol¨ªticos y los seguidores de la vida p¨²blica deban medir lo que hacen y lo que dicen, los c¨®digos verbal y corporal del lenguaje empleado. Deber¨ªan haberlo tenido en cuenta los diputados de Podemos antes de a?adir gestos y comentarios al acto de acatamiento de la Constituci¨®n. Que unas fuerzas se opongan a su reforma y otras promuevan cambios constitucionales no impide que todos est¨¦n reunidos en el mismo Congreso, y que puedan parlamentar con argumentos y razones, sin recurrir a exageraciones gestuales que rozan el hooliganismo.
Lo mismo que hay que desterrar el desprecio a los idiomas, los himnos o los s¨ªmbolos. Como tampoco hay que entrar en un torneo oral de agresividades a cuento de una diferencia pol¨ªtica (lo que ha sucedido respecto a los grupos parlamentarios pretendidos por Podemos). No volvamos tan r¨¢pidamente a las pr¨¢cticas de la infamia. La Constituci¨®n, de la que nace la legitimidad de todos los que se sientan en el Congreso, y la instituci¨®n parlamentaria merecen un respeto que en absoluto impide utilizar toda la profundidad y la dureza dial¨¦ctica que se desee, siempre que se haga sin trato grosero o mezquino.
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