Un d¨ªa en la vida del imperio de Trajano
Viaje en el tiempo para conocer la leyenda del emperador hispano
Marco Ulpio Trajano nunca concibi¨® el fracaso. Sometidas Armenia y Mesopotamia a la autoridad romana, el emperador de origen hispano contin¨²a imparable la conquista de Oriente. Es el a?o 115 despu¨¦s de Cristo. Sus fieles conf¨ªan en la campa?a de expansi¨®n, pero los opositores temen una derrota ante los partos. El autor de una saga superventas sobre Trajano recrea una jornada de aquellos tiempos legendarios.
Roma, noviembre de 115 despu¨¦s de Cristo. En las tabernas del puerto fluvial no se habla de otra cosa: el emperador Trajano ha vuelto a cruzar el ?ufrates y se dirige al Tigris.
¨C?Nadie es capaz de detener al C¨¦sar! ¨Cafirma con rotundidad un veterano de las guerras de la Dacia golpeando con su copa ya vac¨ªa de vino la mesa.
Sus acompa?antes asienten mientras se sirven m¨¢s vino o cogen algo del queso cortado que ha tra¨ªdo el due?o de la cantina. Pero en las mesas de al lado se ven rostros m¨¢s sombr¨ªos. Roma ya intent¨® conquistar territorios en Oriente y siempre que se cruz¨® el ?ufrates todo termin¨® en terribles fracasos militares cuyos efectos adversos se dejaron sentir hasta en la misma capital del imperio. Todos en Roma recordaban el error del c¨®nsul Craso, que fue derrotado brutalmente por los partos, murieron miles y toda una legi¨®n entera qued¨® apresada por el enemigo. La legi¨®n perdida, la llamaban en Roma desde entonces. ?Qu¨¦ pas¨® con aquella legi¨®n prisionera de los partos? Nadie lo sabe, pero muchos temen que con Trajano se repita aquel horror.
Del exterior han llegado nuevos barcos que acaban de ascender por el T¨ªber desde el puerto mar¨ªtimo de Ostia, con las bodegas llenas de ¨¢nforas de aceite de oliva, salsa garum de Hispania y especias de la remota India. Un hombre maduro, recio, curtido por las guerras y el sol y el viento de mil lugares desciende de un barco militar. Con paso firme cruza por entre una patrulla de triunviros que velan por el orden en los muelles (al menos durante el d¨ªa; la noche en Roma es otra historia, otra vida, otra muerte). Ninguno de los soldados se atreve a cortarle el paso al reci¨¦n llegado: el hombre recio viste t¨²nica roja propia del combate. Adem¨¢s, el guerrero se cubre con un gran paludamentum, una larga capa negra que lanza destellos a la luz del sol por el fino hilo de plata utilizado en su confecci¨®n. La capa est¨¢ fijada al hombro izquierdo de su portador por una preciosa f¨ªbula de oro, y de la cintura cuelga una spatha, una espada m¨¢s larga que un gladio convencional propia de la caballer¨ªa romana. Los legionarios de vigilancia del puerto saben que est¨¢n ante un pretoriano venido desde donde combate el C¨¦sar.
El pretoriano asciende cruzando las calles que discurren entre los grandes horrea o almacenes portuarios. De pronto arruga la nariz. Al girar la esquina ve la enorme monta?a del Testacio, el gran vertedero de Roma donde los esclavos arrojan cientos de ¨¢nforas cada d¨ªa que no pueden ser reutilizadas para nuevos transportes. Las gaviotas sobrevuelan buscando restos de comida.
En las tabernas no se habla de otra cosa: el emperador Trajano ha vuelto a cruzar el ?ufrates y se dirige al Tigris. ?Nadie es capaz de detener al C¨¦sar!
El pretoriano sigue avanzando en paralelo al r¨ªo. Le habr¨ªa gustado desviarse e ir al Circo M¨¢ximo. Como jinete siempre le han agradado las carreras de cuadrigas, pero eso ahora tendr¨¢ que esperar. Lleva un mensaje imperial que entregar. Su nariz percibe un cambio en el ambiente. Roma le habla a uno m¨¢s por los olores que por otros sentidos. Est¨¢ llegando a la zona del viejo Foro Boario, el mercado de la carne donde centenares de tenderos ofrecen pollos, terneros, corderos, todo tipo de animales a una muchedumbre de compradores, desde exigentes matronas hasta cocineros de grandes residencias senatoriales que se afanan en conseguir los mejores productos al mejor precio posible. Hay un comerciante que anuncia que tiene los mejores erizos, un manjar de la cocina romana, pero salta a la vista que est¨¢n casi podridos y una matrona pasa al lado del puesto indicando con un gesto que aquel vendedor es s¨®lo un charlat¨¢n.
El pretoriano se aleja del r¨ªo y cruza varias plazas amplias porticadas recubiertas de m¨¢rmoles tra¨ªdos de ?frica, Asia y Egipto. Es el gran Foro de Trajano. Pasa entonces junto a la alt¨ªsima columna Trajana, con maravillosos relieves policromados con azules, rojos y amarillos que narran las gestas del emperador al norte del Danubio. Y por fin se detiene frente a la puerta de una gran domus. Llama con la rotundidad que da llevar un mensaje del emperador. Le abren y lo conducen a un gran atrio. El senador Palma, el conquistador de Arabia por orden de Trajano, lo recibe de inmediato. El pretoriano saluda marcialmente y extrae de debajo de su capa negra un papiro que entrega al senador. Palma lo lee y sonr¨ªe. Hay que convocar al Senado.
Palma sale de su casa en apenas media hora. Quiere ver qu¨¦ cara pondr¨¢ el viejo Serviano, que con su cu?ado Adriano se oponen a la pol¨ªtica imperial de expansi¨®n en Oriente. El mensaje del pretoriano va a caer como un jarro de agua fr¨ªa sobre los anhelos de algunos senadores de frenar las conquistas del C¨¦sar. En poco tiempo, todos los senadores de Roma est¨¢n reunidos. Palma va directo al asunto:
¨CArmenia et Mesopotamia in potestatem P.R. redactae¡ (Armenia y Mesopotamia han sido sometidas a la autoridad del pueblo romano. Una nueva gran victoria de Trajano).
La gran mayor¨ªa aplaude menos Serviano y sus m¨¢s fieles, como su yerno Salinator. Roma est¨¢ dividida entre los que temen que la campa?a de Oriente de Trajano acabe como la legi¨®n perdida, con tropas romanas prisioneras de los partos con un destino terrible y desconocido, y los que como Palma est¨¢n convencidos de que Trajano es imbatible.
A cierta distancia del Senado, nuestro pretoriano est¨¢ ahora en los nuevos mercados de Trajano, frente a un puesto de telas, donde ha encontrado una preciosa palla, un manto para mujer, de la mejor seda de la remota Xeres (China). Acudir¨¢ primero a las termas que el emperador ha hecho construir al norte de la ciudad. Son m¨¢s baratas. Aunque tenga buen sueldo, se ha dejado muchos sestercios en el manto.
Pero la Roma de Trajano es mucho m¨¢s que la gran capital: al norte, en la frontera con la provincia de la Dacia, una cohorte de alistados en la legi¨®n VII Claudia custodia el mayor puente del mundo antiguo construido por orden imperial sobre el Danubio. Al sur, en Egipto, el gran arquitecto del C¨¦sar, Apolodoro de Damasco, excava en la arena junto al Nilo para abrir Amnis Traianus, el canal de Trajano, que conecte el Mediterr¨¢neo con la mar Eritrea (mar Rojo). Para este C¨¦sar no hay ni l¨ªmites ni fronteras infranqueables. Pero¡ ?d¨®nde est¨¢ el emperador?
Cizre, Mesopotamia, seis meses despu¨¦s. Las legiones est¨¢n detenidas en el r¨ªo Tigris. Es el mismo lugar donde lo cruz¨® Alejandro Magno siglos atr¨¢s. Trajano sabe que es el ¨²nico sitio por donde proseguir su avance hacia Oriente, pero 40.000 partos esperan con sus arcos en la otra ribera. Es el segundo intento en cruzar. El a?o pasado no lo consigui¨®. Esta vez Trajano ha lanzado a miles de legionarios en barcazas hacia la otra ribera y ha ordenado construir un puente con naves en medio de la batalla. Los partos van a rechazar el desem?barco. Todo parece perdido. Trajano mira al puente y azuza su caballo. Se lanza al galope sobre las barcas seguido por un centenar de capas negras pretorianas. El paludamentum p¨²rpura del emperador resplandece bajo la luz del sol mientras los cascos de su caballo pisan con fuerza las endebles maderas flotantes de aquel puente improvisado. Hay emperadores que terminan un reinado, pero otros, como Trajano, cabalgan directos a la leyenda.
Santiago Posteguillo es autor de ¡®La legi¨®n perdida¡¯ (Planeta), ¨²ltimo volumen de la trilog¨ªa de Trajano.
elpaissemanal@elpais.es
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