Patricia y Carol, una historia de amor
La cumbre m¨¢s dif¨ªcil de alcanzar para una mujer es no ser jam¨¢s esa buena chica que se espera de nosotras
Que la homosexualidad se cura es algo que hoy solo creen algunos fan¨¢ticos religiosos que mandan a sus hijos a terapia. Pero en los a?os cuarenta, aquellos tratamientos psiqui¨¢tricos gozaban de cierto prestigio, estaban en la onda de las terapias freudianas y a sus puertas llamaban chicos y chicas de clase bien que quer¨ªan erradicar de su alma la pulsi¨®n que les abocaba a sentirse atra¨ªdos por seres del mismo sexo. A uno de estos psiquiatras acudi¨® la joven Patricia Highsmith, una chica de Texas que estudiaba en Barnard, la prestigiosa universidad de mujeres al norte de Manhattan. Patricia andaba pensando en casarse con su novio, otro joven escritor, pero la conciencia ¨ªntima de su ambig¨¹edad sexual le hizo ponerse en manos de un m¨¦dico. No se lo tomaba muy en serio, o no quer¨ªa realmente curarse, porque cuando le propusieron una terapia con un grupo de mujeres casadas que padec¨ªan una homosexualidad latente, la joven dej¨® escrito que le divert¨ªa imaginar que se ligaba a alguna de esas se?oras ricas carcomidas por su desviaci¨®n. Casadas, ricas, mayores que ella. Ese era el tipo de mujer por el que se sent¨ªa atra¨ªda aquella joven morbosa, que a los 27 a?os ya ten¨ªa en un caj¨®n Extra?os en un tren, publicada un a?o m¨¢s tarde.
En las Navidades de 1948, Patricia entr¨® a trabajar en la secci¨®n de juguetes de Bloomingdale¡¯s, para ganarse un dinerillo extra que le ayudara a pagar la terapia a la que asist¨ªa sin convencimiento. Fue all¨ª donde una tarde vio entrar a una mujer envuelta en un abrigo de nutria, sofisticada, inconfundiblemente burguesa, con un pelo rubio que parec¨ªa iluminar el departamento. Highsmith, que pon¨ªa por delante su deseo a una posible patolog¨ªa, observ¨® a la dama como sol¨ªa hacer con las mujeres que le gustaban, de manera impertinente, escrutadora. Quiso creer que la elegante se?ora le devolv¨ªa la mirada con id¨¦ntica intensidad. Esa an¨¦cdota fue plasmada en unos cuantos folios aquella misma noche, fue el esbozo de The Prize of Salt.
Le¨ª la novela, en Espa?a titulada Carol, hace muchos a?os, bajo el influjo entonces de Ripley y su perverso atractivo de individuo amoral, y me pregunt¨¦ si era posible que aquella historia de amor arrebatado entre dos mujeres pod¨ªa haber salido de la misma pluma que esas otras novelas en las que la violencia sin culpa vertebraba las acciones de los personajes. En Carol hab¨ªa una rendici¨®n al amor, a un amor l¨¦sbico que no era castigado en el final, porque a pesar de que la mujer casada pierde la custodia de su ni?a, no parece un acontecimiento suficientemente dram¨¢tico como para convertir el desenlace en un drama.
Highsmith se escondi¨® tras un seud¨®nimo para publicar la novela. Hab¨ªa una raz¨®n a¨²n m¨¢s poderosa que la de rehuir el esc¨¢ndalo: haber escrito una historia de amor, aunque fuera de amor prohibido, le causaba una insuperable verg¨¹enza. ¡°Esa novela apesta¡±, dijo en m¨¢s de una ocasi¨®n. Pero no lo entendieron as¨ª sus lectores, sobre todo aquellas mujeres que vieron reconocidos sus deseos sexuales por vez primera en una novela digna, no en una publicaci¨®n barata de quiosco m¨¢s destinada a poner cachondos a los hombres que a contar el amor l¨¦sbico con solvencia literaria. Fue ese reconocimiento popular el que devolvi¨® a la autora cierto aprecio por una obra recibida con estupor y condescendencia por los cr¨ªticos.
Hay novelas cuya importancia va m¨¢s all¨¢ de sus valores estrictamente literarios. Carol es, adem¨¢s de la ¨²nica historia donde se adivina algo de la intimidad de la autora, un libro esencial, por valiente y rompedor, para todas esas chicas que decidieron no casarse con su novio y reconciliarse con su verdadero ser. Como no pod¨ªa ser de otro modo en una historia firmada por Highsmith, hay un componente retorcido, al menos as¨ª lo veo yo, en la relaci¨®n de la joven aprendiz y la se?ora burguesa. Se dir¨ªa que est¨¢n jugando a las mam¨¢s. De hecho, la joven Patricia confesaba en su diario una atracci¨®n perversa hacia su madre, con la que tuvo una relaci¨®n que har¨ªa las delicias de un psicoanalista. Carol est¨¢ ahora en los cines. Carol es Cate Blanchett y la chica callada pero de intensa mirada es Rooney Mara. La escritora fue tan guapa como la actriz que la representa, aunque el alcohol y las rarezas la convirtieran en una anciana a caballo entre dos sexos. Pero esa extravagancia demuestra que las mujeres no respondemos a un prototipo: Highsmith amaba a las mujeres tanto como las detestaba y nunca enmascar¨® su misoginia. Evit¨® cualquier rasgo sentimental en su escritura. Y a m¨ª me atrae esa confusi¨®n mental que la llevaba a despreciar lo femenino y a desearlo furiosamente. Prefiero imaginar un universo que acepte las peculiaridades individuales a esa necesidad tan en boga de castigar el mal comportamiento, como reclama cierto puritanismo militante. Highsmith no fue una lesbiana ejemplar, pero es que la cumbre m¨¢s dif¨ªcil de alcanzar para una mujer es no ser jam¨¢s esa buena chica que se espera de nosotras.
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