¡°Las mujeres dec¨ªan que las ni?as que no lloraban eran m¨¢s valientes¡±
F¨¢tima Djarra Sani, v¨ªctima de la ablaci¨®n, lucha desde M¨¦dicos del Mundo para erradicar esta pr¨¢ctica entre la comunidad africana en Espa?a
F¨¢tima Djarra Sani (Bissau, 1968) ten¨ªa cuatro a?os cuando una cuchilla le cambi¨® la vida para siempre. ¡°Me puse contenta cuando mi madrastra Fatumata nos dijo, a mi hermana mayor y a m¨ª, que iba a ser un d¨ªa muy grande para nosotras. ?bamos a comer frijoles a casa de mi abuela, y lo de comer despu¨¦s de mucho tiempo era una gran noticia. No ten¨ªamos miedo porque est¨¢bamos rodeadas de familia y en estas ceremonias la gente canta, baila y te trae ropa nueva¡±, recuerda Djarra sin casi dificultad, a pesar de su edad, del ritual al que se vio sometida para la extirpaci¨®n de la mayor parte de su cl¨ªtoris y una porci¨®n de sus labios menores. V¨ªctima de la mutilaci¨®n genital femenina, una lacra a¨²n extendida por todo el mundo, lucha desde 2008 en M¨¦dicos del Mundo Navarra para erradicar esta pr¨¢ctica en su pa¨ªs de origen y entre la comunidad africana en Espa?a. Ahora publica su historia en Indomable. De la mutilaci¨®n a la vida, (Ediciones Pen¨ªnsula, 2015), con la colaboraci¨®n del escritor Gorka Moreno, en la que cuenta su experiencia personal para ¡°desprenderse de las mordazas¡± que convierte a las mujeres que han sufrido la ablaci¨®n ¡°en esclavas del silencio¡±.
F¨¢tima Djarra tiene en su memoria grabado a fuego cuando la separaron de su hermana para encerrarla en distintas habitaciones y postrarse ante Dado ¡ªuna fanateca, la mujer autorizada para realizar las ablaciones¡ª, para luego quitarle la ropa y colocarle dos pa?os: uno para cubrir su ropa interior y otro para los ojos. ¡°Escuchaba a mi hermana llorar desde la otra habitaci¨®n y empec¨¦ a preguntar qu¨¦ pasaba. Todos hac¨ªan ruido para que no escuchase. Despu¨¦s de un rato me llevaron al ba?o y all¨ª, entre cuatro personas, me sujetaron las piernas y brazos y empec¨¦ a gritar como una ni?a que era¡±, asegura Djarra con una voz firme y entera. ¡°Las mujeres dec¨ªan que aquellas ni?as que no lloraban eran ni?as m¨¢s valientes y nos obligaban a no llorar, a pesar de que el dolor era muy fuerte, ten¨ªa que ser m¨¢s valiente que ninguna y aguantarme¡±, rememora.
Esta guineana es una de las m¨¢s de 140 millones de mujeres y ni?as vivas actualmente que han sido objeto de la mutilaci¨®n genital femenina en los 29 pa¨ªses de ?frica y Oriente Medio donde se concentra esta pr¨¢ctica, seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS). En la mayor¨ªa de los casos la ablaci¨®n se practica en la infancia, en alg¨²n momento entre la lactancia y los 15 a?os, y cada a?o la sufren tres millones de ni?as, seg¨²n la OMS. ¡°Todas las mujeres de mi familia, mis abuelas, mis t¨ªas, mi madrastra, mis hermanas, todas est¨¢n mutiladas, todas. Incluso una de mis t¨ªas era mutiladora. Esa es la educaci¨®n que nos dieron, nos hicieron creer que la ablaci¨®n era buena, de que la mujer mutilada es m¨¢s pura, m¨¢s limpia. Hasta cuando mueren a causa de la mutilaci¨®n piensan que es porque Dios lo ha querido as¨ª, no porque el da?o que les han hecho es irreparable¡±.
Su historia personal se traza en forma de tri¨¢ngulo entre tres continentes: ?frica, donde naci¨® y conoci¨® al amor de su vida, que falleci¨® sin que pudieran formar una familia; Am¨¦rica, donde curs¨® una beca en Cuba y se licenci¨® como t¨¦cnica superior en Construcci¨®n Civil y Europa, donde naci¨® su ¡°milagro¡± espa?ol de ocho a?os, que es su hijo Asier. ¡°En ?frica una mujer casada sin hijo se considera que no es mujer y toda la familia se vuelve en tu contra, lo he pasado muy mal durante 15 a?os, justo antes de tenerlo. Cuando el m¨¦dico me dijo que estaba embarazada no lo cre¨ªa, me hice cinco veces el test de embarazo. No quer¨ªa celebrarlo antes de que naciera, ten¨ªa miedo de sufrir un aborto, incluso me daba p¨¢nico que en algunas de las consultas el feto resultara da?ado. Hab¨ªa esperado tanto este momento, y pens¨¦ que por la ablaci¨®n no podr¨ªa tener hijos, que viv¨ª la llegada de Asier como un milagro¡±, explica Djarra con l¨¢grimas en los ojos, el ¨²nico momento en el que se permite una pizca de debilidad.
Es mediadora para M¨¦dicos del Mundo Navarra desde 2008, donde trabaja en un proyecto de salud sexual reproductiva y prevenci¨®n de la mutilaci¨®n genital. Su foco se centra en la comunidad africana residente en Espa?a, alrededor de 50.000 personas, que provienen de ?frica subsahariana, de las que 17.000 son ni?as que se encuentran en riesgo de ser mutiladas. Ella es testigo directo de esta realidad cada vez que vuelve con sus sobrinas D¨¦bora Djarra, de 22 a?os y Damaris Djarra, de 18, a Guinea. Est¨¢n a su cargo, desde que su hermana falleciera, y la mayor fue mutilada, mientras que consigui¨® que la peque?a evitara esta pr¨¢ctica. Algo considera que est¨¢ cambiando en su entorno: ¡°Sent¨ª que ya no viv¨ªa en la misma ¨¦poca que yo crec¨ª. Habl¨¦ con mis familiares para que entendieran que esa costumbre no es v¨¢lida ya, que estamos en otro mundo distinto de nuestras abuelas, t¨ªas... quer¨ªa hablar con ellas para que supi¨¦ramos que sufrimos¡±.
El profundo respeto que siente Djarra por la cultura donde creci¨®, a pesar de su sentido de la responsabilidad, le hizo tener reticencias cuando le propusieron el libro donde cuenta su experiencia. As¨ª que decidi¨® armarse de valor y dar uno de los pasos m¨¢s importantes en su vida: hablar por primera vez con su familia de la ablaci¨®n. ¡°Volv¨ª en verano para pasar mis vacaciones all¨ª. Junt¨¦ a todas las mujeres de mi familia en una merienda y al principio estaban todas calladas y me daba miedo su reacci¨®n. Esto va a ser la bomba, pens¨¦. Habl¨¦ de lo que hago, de por qu¨¦ lo hago, les argument¨¦ que todas las sentadas all¨ª ten¨ªamos consecuencias de la ablaci¨®n, que no lo dec¨ªamos, pero ¨¦ramos esclavas de nuestros silencio y sab¨ªamos las personas que mueren por las consecuencias y que ten¨ªamos que tratar de comprenderlo y luchar. Y empezaron a reaccionar positivamente, contando que quieren hacer, las organizaciones que trabajan en el tema en Guinea. Y una de ellas confes¨® que apoyaba a una organizaci¨®n que est¨¢ en su barrio para concienciar. Luego reconoci¨® que no lo hab¨ªa dicho? antes porque sab¨ªa que era un tema tab¨², pero se atrevi¨® por la charla que les di. Al final se convirti¨® en una merienda muy divertida¡±, recuerda Djarra con una amplia sonrisa. Sabe que su lucha para erradicar esta pr¨¢ctica ancestral requiere a?os, que no se puede llegar y acabar con ella hoy, pero quiere que se afronte con la misma valent¨ªa que ella se enfrent¨® a aquella cuchilla, hace ahora 44 a?os.
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