Lea los primeros cap¨ªtulos de ¡®La habitaci¨®n¡¯
1
La primera vez que entr¨¦ en la habitaci¨®n di media vuelta casi de inmediato. En realidad buscaba el lavabo, pero me equivoqu¨¦ de puerta. La abr¨ª y un soplo de aire viciado me dio en la cara, pero no recuerdo haber pensado nada en especial. No me hab¨ªa fijado en que hubiera algo en aquel pasillo que llevaba al ascensor, aparte de los servicios. ?Vaya ¡ª pens¨¦¡ª . Un cuarto.?
Abr¨ª y cerr¨¦. S¨®lo eso.
2
Dos semanas antes hab¨ªa empezado a trabajar en mi nuevo puesto de funcionario, y en muchos sentidos segu¨ªa siendo un novato. Sin embargo, desde un principio me limit¨¦ a hacer s¨®lo las preguntas imprescindibles. Quer¨ªa convertirme en una persona digna de tener en cuenta tan r¨¢pido como fuera posible.
En mi antiguo puesto estaba acostumbrado a ser de los que llevan la voz cantante. No era jefe, ni siquiera ten¨ªa personas a mi cargo, pero s¨ª que de vez en cuando era capaz de reprender a los dem¨¢s. No siempre era apreciado, pues no soy el t¨ªpico adulador ni de los que dicen am¨¦n a todo, pero la gente me trataba con cierto respeto y deferencia, incluso con admiraci¨®n. Tal vez con una pizca de adulaci¨®n. Estaba decidido, en la medida de lo posible, a alcanzar la misma posici¨®n en mi nuevo puesto.
En realidad, lo de ascender no fue idea m¨ªa. En mi anterior trabajo estaba muy a gusto y me sent¨ªa c¨®modo con las rutinas, pero, sea como fuere, el puesto se me hab¨ªa quedado peque?o y arrastraba la sensaci¨®n de estar realizando una tarea muy por debajo de mis capacidades, adem¨¢s de que, como ya he dicho, no siempre coincid¨ªa con mis compa?eros.
Al final, mi antiguo jefe vino, me rode¨® los hombros con un brazo y dijo que era hora de encontrar una soluci¨®n mejor.
Me pregunt¨® si no me parec¨ªa el momento de dar un paso adelante. ?Move on?, as¨ª lo dijo, y se?al¨® hacia arriba para mostrarme la direcci¨®n que deb¨ªa tomar mi carrera. Juntos contemplamos diversas alternativas.
Tras un tiempo de reflexi¨®n, y tras considerarlo mucho, me decid¨ª, previa consulta con mi antiguo jefe, por el nuevo departamento creado en la Direcci¨®n General, y, despu¨¦s de alg¨²n que otro contacto con los responsables, mi traslado tuvo lugar sin demasiados contratiempos. El sindicato lo acept¨® y no puso las pegas habituales. Mi antiguo jefe y yo lo celebramos con una copa de sidra sin alcohol en su despacho y ¨¦l me dese¨® toda la suerte del mundo.
El mismo d¨ªa que ca¨ªan los primeros copos de nieve sobre Estocolmo, cargado con mis cajas, sub¨ª los escalones y entr¨¦ en el vest¨ªbulo del gran edificio de ladrillo visto. La recepcionista me sonri¨®. Me cay¨® bien al instante. Tuvo que ver con sus maneras. Enseguida supe que hab¨ªa llegado al lugar id¨®neo. Enderec¨¦ la espalda al tiempo que la palabra ?¨¦xito? cruzaba mi mente. ?Una oportunidad?, pens¨¦. Por fin florecer¨ªa hasta alcanzar mi pleno potencial. Me convertir¨ªa en quien siempre hab¨ªa querido ser.
El nuevo puesto no estaba mejor pagado. De hecho, al contrario, representaba un leve retroceso en cuanto a horario flexible y vacaciones. Adem¨¢s, me vi obligado a compartir mesa en medio de una oficina abierta, sin mamparas de separaci¨®n. No obstante, rebosaba entusiasmo y ganas de construirme una plataforma personal desde la que dar un paso adelante cuanto antes.
Elabor¨¦ una estrategia. Por la ma?ana llegaba media hora antes que los dem¨¢s y cada d¨ªa cumpl¨ªa un horario propio: cincuenta y cinco minutos de trabajo intenso seguidos de cinco minutos de descanso, incluidas las pausas para ir al ba?o. Evitaba toda confraternizaci¨®n innecesaria. Solicitaba y me llevaba a casa documentos de decisiones estrat¨¦gicas anteriores a fin de estudiar su lenguaje y, de esa manera, ir familiariz¨¢ndome con la terminolog¨ªa al uso. Dedicaba las noches y los fines de semana a leer acerca de estructuras jer¨¢rquicas y a investigar qu¨¦ v¨ªas de comunicaci¨®n informales exist¨ªan en el departamento.
Todo ello, con el prop¨®sito de ponerme al d¨ªa y procurarme de manera r¨¢pida y ¨¢gil una peque?a pero decisiva ventaja sobre mis colegas, ya familiarizados con el lugar de trabajo y sus condiciones.
3
Compart¨ªa mesa con H?kan, que llevaba patillas y ten¨ªa unas ojeras profundas. ?l me ech¨® una mano con diversos detalles de ¨ªndole pr¨¢ctica. Hizo las veces de gu¨ªa, me facilit¨® diversos folletos y me envi¨® por correo electr¨®nico documentos con todo tipo de informaci¨®n. Para ¨¦l fue un cambio estimulante en su rutina, una oportunidad para escaquearse de sus tareas, pues no cesaba de venirme con nuevos asuntos que a su entender me interesar¨ªan. Pod¨ªan guardar relaci¨®n con el trabajo, con nuestros compa?eros o con alg¨²n buen restaurante cercano donde almorzar. Pasado cierto tiempo me vi obligado a advertirle que tambi¨¦n yo ten¨ªa derecho a atender mi trabajo sin ser interrumpido cada cinco minutos.
¡ª C¨¢lmate, ?vale? ¡ª le solt¨¦ cuando apareci¨® con otro folleto para reclamar mi atenci¨®n¡ª . ?Podr¨ªas tranquilizarte un poco?
Se tranquiliz¨® al momento y se volvi¨® bastante m¨¢s cauteloso, seguramente molesto con que le hubiese dejado las cosas claras desde el principio. Es probable que casara mal con la imagen de un reci¨¦n llegado, pero muy bien con la reputaci¨®n de persona ambiciosa y exigente que pretend¨ªa labrarme.
Poco a poco fui conociendo el perfil de mis vecinos m¨¢s pr¨®ximos, su car¨¢cter y el escalaf¨®n que ocupaban en la jerarqu¨ªa. Al otro lado de H?kan se sentaba Ann, una mujer de unos cincuenta a?os. Parec¨ªa bastante competente y ambiciosa, pero tambi¨¦n el tipo de persona que cree saberlo todo y quiere tener la raz¨®n siempre. A ella acud¨ªan los compa?eros cuando no se atrev¨ªan a hablar con el jefe.
Al lado de su ordenador ten¨ªa un dibujo infantil enmarcado. Un sol que se pon¨ªa en el mar. Pero detr¨¢s del sol, en el horizonte, asomaban masas de tierra por ambos lados, lo que obviamente es imposible. Supongo que ten¨ªa un valor sentimental para ella, por mucho que su contemplaci¨®n no fuera agradable para los dem¨¢s.
Enfrente de Ann se sentaba J?rgen. Corpulento y fornido, pero carente del agudo intelecto de ella. Sobre su mesa y pegadas con celo a su ordenador hab¨ªa notas jocosas y postales, cosas ajenas al trabajo que indicaban predilecci¨®n por lo banal. Cada cierto tiempo le susurraba algo a Ann, que gritaba ?Pero ?J?rgen!?, como si le hubiera contado un chiste verde. Hab¨ªa cierta diferencia de edad entre ellos. Calcul¨¦ que unos diez a?os.
M¨¢s all¨¢ de ellos se sentaba John, un se?or taciturno de unos sesenta a?os que llevaba la contabilidad de los viajes de trabajo, y a su lado una mujer que al parecer se llamaba Lisbeth. No estaba seguro, pero no pensaba pregunt¨¢rselo. De todos modos, ella nunca se present¨®.
?ramos veintitr¨¦s personas y casi todos ten¨ªan un biombo o alguna clase de peque?o tabique alrededor de su mesa de trabajo. S¨®lo H?kan y yo est¨¢bamos sentados en medio de la sala, totalmente expuestos. H?kan dijo que pronto nos pondr¨ªan un biombo a nosotros tambi¨¦n, pero yo le contest¨¦ que no importaba.
¡ª No tengo nada que ocultar ¡ª a?ad¨ª.
Poco a poco fui encontrando mi ritmo durante los per¨ªodos de cincuenta y cinco minutos y cierta fluidez en el trabajo. Me esforzaba por cumplir mi horario y no dejarme interrumpir en medio de un per¨ªodo, fuera para tomar un caf¨¦, charlar, hacer una llamada telef¨®nica o ir al ba?o. A veces me entraban ganas de orinar a los cinco minutos, pero procuraba aguantar hasta la pausa. Qu¨¦ b¨¢lsamo para el alma es formar el car¨¢cter, y cu¨¢nto mayor es la recompensa cuando finalmente disminuye la presi¨®n.
Hab¨ªa dos caminos para llegar a los servicios. Uno, doblando la esquina pasada la palmera verde, un poco m¨¢s corto que el otro, pero aquel d¨ªa me apetec¨ªa una pizca de variaci¨®n y me decid¨ª por el trayecto largo, el que pasaba por delante del ascensor. Fue entonces cuando ech¨¦ un vistazo a aquella habitaci¨®n por primera vez.
Me di cuenta de mi error y segu¨ª avanzando. Pas¨¦ por el gran contenedor de reciclado de papel, hasta llegar a la siguiente puerta: el primero de los tres servicios en hilera.
Volv¨ª a tiempo para iniciar un nuevo per¨ªodo de cincuenta y cinco minutos, y cuando la jornada toc¨® a su fin casi hab¨ªa olvidado que hab¨ªa entreabierto la puerta de aquel espacio de m¨¢s.
4
La segunda vez que entr¨¦ en la habitaci¨®n fue para buscar papel para la fotocopiadora. Quer¨ªa encontrarlo sin la ayuda de nadie. A pesar de que me animaban a preguntar cualquier duda que tuviese, no estaba dispuesto a exponerme a la deshonra y el desd¨¦n que significar¨ªa mostrar abiertamente lagunas en el conocimiento de mis tareas. Hab¨ªa reparado en el peque?o frunce de fastidio que se formaba en el entrecejo de todos si alguna vez lo hac¨ªa. Al fin y al cabo, no pod¨ªan saber que planeaba convertirme en un pez gordo del departamento. En alguien digno de respeto. Adem¨¢s, no quer¨ªa darle margen a H?kan para que se escaqueara de sus tareas.
As¨ª pues, ech¨¦ un vistazo a los sitios donde suele guardarse el papel para la fotocopiadora en una oficina normal, pero no lo encontraba por ning¨²n lado. Poco a poco me dirig¨ª hacia la esquina, la dobl¨¦ y pas¨¦ por delante de los servicios, donde estaba aquel peque?o cuarto.
Al principio no encontraba el interruptor de la luz. Palp¨¦ la pared a ambos lados de la puerta y al final desist¨ª, sal¨ª y descubr¨ª que se hallaba fuera. ?Vaya ubicaci¨®n m¨¢s rara?, pens¨¦, y volv¨ª a entrar.
El fluorescente tard¨® en encenderse, pero muy pronto descubr¨ª que tampoco all¨ª hab¨ªa papel para la fotocopiadora. Sin embargo, enseguida present¨ª que aquel lugar ten¨ªa algo especial.
Era un cuarto muy peque?o. Con un escritorio en el centro. Un ordenador, carpetas en una estanter¨ªa. Bol¨ªgrafos y dem¨¢s material de oficina. Nada destacable. Pero todo perfectamente ordenado.
Ordenado y limpio.
Contra una pared, hab¨ªa un archivador grande y reluciente con un ventilador de mesa encima. Una moqueta verde oscuro cubr¨ªa todo el suelo. Limpia. Aspirada. Todo pulcramente alineado. Todo demasiado bien dispuesto. Como preparado. Como si la habitaci¨®n esperara la visita de alguien.
Sal¨ª, cerr¨¦ la puerta y apagu¨¦ la luz. Volv¨ª a abrir la puerta por pura curiosidad, para asegurarme. ?Qui¨¦n me dec¨ªa a m¨ª que la luz no segu¨ªa encendida? De pronto tuve mis dudas sobre si el interruptor deb¨ªa estar arriba o abajo para apagar la luz. Un interruptor all¨ª fuera resultaba cuando menos extra?o, un poco como la l¨¢mpara de una nevera. Ech¨¦ un vistazo al interior. Estaba a oscuras.
Traducci¨®n de Sof¨ªa Pascual Pape.
Copyright ? Jonas Karlsson, 2009
Copyright de la edici¨®n en castellano ? Ediciones Salamandra, 2016
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