El vicio de la superioridad moral
Es necesario reconocer la moralidad del adversario pol¨ªtico. Hay que comprender que ambos moldes ¡ªprogresista y conservador¡ª son imprescindibles para una convivencia que debe asentarse en la racionalidad, no en intuiciones e instintos
Causa perplejidad que a los l¨ªderes del PSOE les resulte imposible negociar con el Partido Popular y, sin embargo, est¨¦n dispuestos a pactar con Podemos. La paradoja es notable pues su distancia con Podemos es mayor, no solo en sus propuestas de acci¨®n pol¨ªtica sino en su respeto al marco constitucional, tanto nacional como europeo. Por no hablar de la posici¨®n de Podemos sobre los derechos humanos en Venezuela e Ir¨¢n.
Para algunos, el giro del PSOE a la izquierda es mero c¨¢lculo electoral. Pero el partido peque?o no siempre sale perdiendo en las coaliciones de gobierno. Adem¨¢s, el c¨¢lculo electoral solo explicar¨ªa que el PSOE no entrase en el Gobierno o que no llegase a un acuerdo para abstenerse, pero no su negativa a negociar con el PP. Negarse a negociar tiene poco sentido cuando la mayor¨ªa de los ciudadanos desea un acuerdo centrado, no un pacto frentista y divisivo. Adem¨¢s, la sangr¨ªa de votos del PSOE ser¨ªa mortal si su futuro gobierno quedase atado a los oportunismos de Podemos.
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Tampoco cabe pensar que la incapacidad de di¨¢logo obedezca a la poca democracia interna de los partidos y, en concreto, a que dialogar perjudique a sus l¨ªderes. La brecha de di¨¢logo se sustenta en el sentir de las bases y la intelectualidad de izquierdas. Solo aquellos de sus l¨ªderes con experiencia son favorables a dialogar con la derecha, quiz¨¢ porque su paso por el poder les ha hecho m¨¢s ecu¨¢nimes y menos instintivos al enjuiciar a los dem¨¢s. Tal vez la experiencia ense?a que la naturaleza humana es m¨¢s compleja de lo que recogen los manique¨ªsmos al uso.
Por ¨²ltimo, lo m¨¢s importante, es poco veros¨ªmil que la dificultad se deba a que socialistas y populares aspiren a aplicar pol¨ªticas diferentes. Al fin y al cabo, tanto en materia econ¨®mica como social el margen de elecci¨®n est¨¢ acotado por su com¨²n respeto a las restricciones que imponen la pertenencia al euro y a la Uni¨®n Europea; y sucede algo parecido en materia de soberan¨ªa nacional. Es m¨¢s, si alguna diferencia parece realmente insalvable es su dudosa aceptaci¨®n por Podemos: no dice estar contra Europa ni contra el euro, pero sus propuestas podr¨ªan bien ser incompatibles con ambos.
Por todo ello, la causa de la negativa socialista podr¨ªa ser m¨¢s profunda, y residir en que mucha de la izquierda que se cree progresista quiz¨¢ considera inmorales a quienes tilda de conservadores. Suceder¨ªa aqu¨ª en Espa?a algo similar a lo que en un trabajo ya cl¨¢sico Graham, Haidt y Nosek constataron hace a?os para los dem¨®cratas estadounidenses: estos no cre¨ªan (ni, aparentemente, creen) que los republicanos deseen construir una sociedad m¨¢s justa, ni que les importe el medio ambiente o el bienestar de los individuos menos favorecidos. Sienten as¨ª que discrepan en los fines, y no en los medios empleados para alcanzarlos.
La fragmentaci¨®n pol¨ªtica exige alcanzar pactos que nos inmunicen contra viejos sectarismos
Este tipo de prevenci¨®n moral ser¨ªa hoy menos racional en Espa?a: debido a las restricciones europeas, el margen de decisi¨®n de nuestros Gobiernos es muy estrecho. La prevenci¨®n se sustentar¨ªa m¨¢s bien en prejuicios y resentimientos no del todo distintos de los que esgrim¨ªa la izquierda entre 1934 y 1936 para impedir el acceso de la derecha al Gobierno de la Rep¨²blica. Apunta en esa direcci¨®n el que, contra toda evidencia, parte de la izquierda moderada a¨²n necesite considerar derecha extrema a partidos de centroderecha y liberales.
Ciertamente, la repulsiva incidencia de la corrupci¨®n en el PP ha proporcionado una excusa ¨²til, al concitar emociones de asco y rechazo que es tentador emplear como palancas instintivas. No es casual que se haya llegado a hablar de la necesidad de purificar al PP. Y no exigiendo, como ser¨ªa l¨®gico y sus propios votantes exigen, cambios en su liderazgo, sino condenando al ostracismo a toda su militancia, y, por extensi¨®n, a 7,2 millones de ciudadanos que est¨¢n tan asqueados como el que m¨¢s con la corrupci¨®n de sus representantes. Yendo un paso m¨¢s all¨¢ del estereotipo de la casta gobernante, se est¨¢ jugando, quiz¨¢ sin querer, a crear una casta de apestados intocables. La oportunidad es arriesgada, y no solo en t¨¦rminos de inter¨¦s p¨²blico: el propio PSOE ya se ha encontrado m¨¢s de una vez en similares circunstancias.
No basta con aceptar el derecho del otro a pensar distinto, sino valorar que la diferencia nos enriquece
Estamos a tiempo de reconducir este proceso de divisi¨®n, pues apenas se plantea una actitud similar en t¨¦rminos de superioridad moral de la derecha. Ciertamente, existen sectores que simplifican la moral del progresista t¨ªpico, a menudo como un compendio de autoenga?os sin sentido alguno de la lealtad, la autoridad o la trascendencia. Sin embargo, dentro de los partidos, se trata a¨²n de posiciones minoritarias, aunque crecientes, como reflejan los exabruptos de algunos l¨ªderes populares.
La soluci¨®n racional pasa por reconocer la entidad moral del adversario, lo que requiere entender la estructura instintiva de la moralidad, tanto ajena como propia. Es preciso comprender que ambas matrices morales ¡ªprogresista y conservadora¡ª son imprescindibles para la convivencia. Busquemos asentar esta en la racionalidad m¨¢s que en intuiciones e instintos. Como argumenta un progresista como Joshua Greene, para conflictos del tipo ¡°Yo-contra-nosotros¡± basta con la moral instintiva, pero los conflictos que hoy nos aturden se plantean entre tribus culturales, y son del tipo ¡°Nosotros-contra-ellos¡±. Resolverlos requiere que la racionalidad tome el control de los instintos tribales.
La repentina fragmentaci¨®n pol¨ªtica exige alcanzar pactos que nos inmunicen contra sectarismos que en el pasado costaron tanta infelicidad y retraso. En los ¨²ltimos 150 a?os, los espa?oles apenas hemos vivido 100 a?os en democracia, y casi siempre en un r¨¦gimen bipartidista. La reciente fragmentaci¨®n plantea una prueba de madurez que en otros momentos fuimos incapaces de superar.
Bajo el bipartidismo, basta con la tolerancia pasiva del adversario, tanto si se est¨¢ en el Gobierno como en la oposici¨®n. La fragmentaci¨®n requiere una tolerancia m¨¢s activa: no cabe odiar al enemigo pero tampoco basta con soportar al adversario, sino que es preciso dialogar y pactar con ¨¦l; y eso exige empat¨ªa y confianza. No basta con aceptar su derecho a pensar, creer y ser diferente, sino valorar que las diferencias morales nos enriquecen a todos. No se puede dialogar desde la superioridad moral. Aun menos desde la cosificaci¨®n del adversario a la que podr¨ªa llevarnos el supremacismo cultural o ¨¦tnico que a¨²n nutre a nuestros sectarismos y localismos.
Benito Arru?ada es catedr¨¢tico de Organizaci¨®n de Empresas de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
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