Las viudas olvidadas del terror
La impunidad de militares, las causas archivadas, el abandono y los cuerpos desaparecidos siguen marcando la vida de los familiares que sufrieron el terrorismo en Per¨², que se cobr¨® 69.000 vidas
¡ª Yo quisiera sus huesitos, nom¨¢s.
Candelaria Pino ¡ªmirada profunda, sombrero andino, ojos quemados de llorar¡ª perdi¨® a su esposo en Huamanguilla el 27 de junio de 1983. ¡°Vamos a tomar declaraci¨®n¡±, dijo uno de los ocho militares encapuchados que entraron a la casa a las tres de la ma?ana. Lo agarraron de la espalda; las manos en la nunca. Candelaria le alcanz¨® los zapatos y la chompa [la chaqueta]. ¡°Hasta este momento no s¨¦ nada de su paradero¡±.
Filiberto Condori trabajaba en el campo, ten¨ªa 32 a?os y una hija. A Filiberto los militares le dieron tiempo a calzarse los zapatos; la chompa, no.
¡°Ocho d¨ªas despu¨¦s, fue encontrada una persona con la chompa de mi esposo. Estaba en un rinc¨®n y, como hac¨ªa mucho fr¨ªo, la agarr¨® ¡ªrecuerda Candelaria en la vivienda de su hija, una construcci¨®n encaramada a los barrios altos de Ayacucho¡ª. Le pregunt¨¦ d¨®nde estaba ¨¦l: 'No estaba ah¨ª', me dijo, 'pero como hac¨ªa fr¨ªo me la puse'. Yo le dije que era de mi esposo. Y la recog¨ª¡±.
Candelaria remueve la historia de su marido y de la madrugada de aquel 27 de junio. Tambi¨¦n su b¨²squeda. ¡°Hemos encontrado cad¨¢veres comidos por los perros, pero jam¨¢s han encontrado a mi esposo¡±, explica con aparente calma.
Hoy es un d¨ªa de ventarrones y un ej¨¦rcito de nubes oscurece el mediod¨ªa en la ciudad de Ayacucho. Candelaria se sostiene el sombrero y su hija le sugiere resguardarse de la amenaza de tormenta. Las nubes pasan y ella, con un brillo de dolor que parece instalado en sus ojos, cuenta que, con 61 a?os, su tormenta contin¨²a.
El 75% de las v¨ªctimas hablaban lenguas ind¨ªgenas en un pa¨ªs donde ¨²nicamente el 16% se ajustaban a ese perfil; el 80% viv¨ªan en zonas rurales y m¨¢s de la mitad eran campesinos
¡°Siguen abiertas las heridas. Hemos quedado todos muy afectados, muy traumados. Uno no puede estar tranquilo: siempre me falta mi esposo ¡ªcontin¨²a una mujer cuyas palabras, a juzgar por la manera de arrastrarlas en el silencio, siguen en carne viva¡ª. Ahora no tenemos ad¨®nde ir. Hasta mis nietos dicen: mi papito, ?d¨®nde est¨¢? Mi nietita, que tiene cinco a?os, me dice que hay que llevarle, mami, a la tumba un corazoncito. Yo me quedo callada, ?qu¨¦ voy a decir?¡±
Filiberto Condori cometi¨® varios pecados en su vida: tener sangre ind¨ªgena, hablar quechua, ser agricultor, padre de familia y vivir en el Departamento de Ayacucho, donde se concentran el 40% de las 69.280 v¨ªctimas que dej¨® el terrorismo del pa¨ªs andino entre 1980 y el 2000. Tras la entrega del informe de la Comisi¨®n de la Verdad y Reconciliaci¨®n (CVR) en el a?o 2003, adem¨¢s, se comprendieron muchas cosas: su apellido estaba entre los ocho que se repet¨ªan con m¨¢s frecuencia.
Para llegar a la ciudad de Ayacucho desde Lima hay que atravesar una carretera de 600 kil¨®metros llamada Los Libertadores, que serpentea por las lomas de los Andes hasta subir hasta los casi 3.000 metros de altura. Para llegar a la verdad, hay que bajar a los infiernos.
El Partido Comunista de Per¨² (PCP), conocido popularmente como Sendero Luminoso, hab¨ªa prendido fuego a una urna electoral el d¨ªa anterior a las elecciones de 1980 en Chuchi, en el Departamento de Ayacucho. Uno de los ¨²ltimos d¨ªas de 1982, el gobierno central dio la orden a las Fuerzas Armadas de enfrentar a los grupos subversivos que estaban cometiendo atentados.
El terror estaba servido.
Los dos siguientes a?os al decreto fueron los m¨¢s sangrientos de la historia de Per¨²: los asesinatos de Sendero Luminoso y la ofensiva de los aparatos del estado dejaron una factura de 20.000 muertos. El general Luis Cisneros Vizquerra, ministro de Guerra en esos a?os, no ocult¨® la vena inhumana del conflicto en una entrevista en septiembre de 1984: ¡°En la guerra no hay derechos humanos¡±.
Albino Quica?o es una consecuencia de esas palabras. El toque de queda en Pampa Cangallo, provincia de Cangallo ¡ªuna de las once de Ayacucho¡ª le pill¨® en la cama. Aquella ma?ana Sergia Flores le hizo el desayuno, pero en lugar de servirlo en la cocina, lo llev¨® al puesto policial.
¡°Me dijeron que no estaba all¨ª ¡ªse lamenta Sergia¡ª. Yo pensaba que lo iban a detener y lo iban a soltar al d¨ªa siguiente. El 4 de julio puse la denuncia ante el Fiscal de Huamanga, pero su contestaci¨®n era: 'S¨ª, tenemos varios detenidos, pero no sabemos todav¨ªa su declaraci¨®n'. De ah¨ª no s¨¦ su paradero¡±.
Las actuaciones de las Fuerzas Armadas segu¨ªan un patr¨®n id¨¦ntico: entraban de madrugada a las casas, sacaban a sospechosos de pertenecer al grupo terrorista y se los llevaban. La Comisi¨®n de la Verdad y Reconciliaci¨®n (CVR) expres¨® que ¡°aplicaron una estrategia de represi¨®n indiscriminada contra la poblaci¨®n considerada sospechosa de pertenecer a Sendero Luminoso¡±. Despu¨¦s encerraban a los presos en los puestos policiales y los reten¨ªan por d¨ªas, los torturaban, los quemaban o los arrojaban desde el aire a lugares remotos. De las v¨ªctimas atribuidas a los diferentes agentes del estado, el 60% fue mediante desaparici¨®n forzada.
¡°As¨ª, inocente, se han llevado a mi esposo. ?l no dijo nada, solo preguntaron su nombre. 'Aqu¨ª estoy presente, ?qu¨¦ pasa con ustedes?' Eso nom¨¢s, ha dicho¡±, relata Sergia, una mujer cuya mirada, sostenida sobre una amplia nariz, lleva impresa el dolor. Su furia, callada y convulsa como un espasmo, es la sed de justicia: y quiz¨¢ porque hay decenas de senderistas en la c¨¢rcel y apenas responsables del Estado, hinca las u?as en las sombras del conflicto. ¡°Sendero Luminoso participaba, pero no como el ej¨¦rcito ¡ªopina Sergia¡ª. Sendero Luminoso mataba a dos o tres personas; el ej¨¦rcito se llevaba a 40 o 50 varones. Todos se llevaban ellos¡±.
Per¨² se desangr¨® en su parte masculina: ocho de cada diez v¨ªctimas son varones.
La Comisi¨®n de la Verdad y Reconciliaci¨®n (CVR), un desfile de audiencias y testimonios que comenzaron en junio del 2001 y dio a luz su informe final dos a?os, 15.000 testimonios y 9.500 asistentes despu¨¦s, determin¨® que Sendero Luminoso hab¨ªa sido responsable del 54% de las v¨ªctimas.
¡°Yo me hubiera preocupado si esta comisi¨®n hubiera satisfecho a todos ¡ªopina Salvador Lerner, quien fuera presidente de la CVR¡ª, pues eso significar¨ªa que no hicimos bien el trabajo¡±. La CVR naci¨® de la necesidad de profundizar en las causas del conflicto: los rasgos de un pa¨ªs de desigualdades gigantescas. Y las conclusiones son estremecedoras.
La violencia, que comenz¨® en las alturas del Per¨², fue algo ajeno a las zonas urbanas del pa¨ªs hasta que los atentados y los secuestros sacudieron Lima
La violencia, que comenz¨® en las alturas del Per¨², fue algo ajeno a las zonas urbanas del pa¨ªs hasta que los atentados y los secuestros sacudieron Lima: los dos coches bomba colocados en el acomodado barrio de Miraflores el 16 de julio de 1992, y que dej¨® 25 muertos y 200 heridos, elev¨® a la conciencia ciudadana de que Per¨² viv¨ªa un drama. Para hasta entonces, las masacres y la impunidad ya llevaban acumuladas miles de v¨ªctimas. ¡°Pero era gente que al lime?o no le importaba que murieran¡±.
El silencio se adue?¨® de las poblaciones m¨¢s desfavorecidas: el 75% de las v¨ªctimas hablaban lenguas ind¨ªgenas en un pa¨ªs donde ¨²nicamente el 16% se ajustaban a ese perfil; el 80% viv¨ªan en zonas rurales y m¨¢s de la mitad de las v¨ªctimas eran campesinos. Un conflicto, en fin, que la propia CVR no dud¨® en expresar: ¡°No fue sentida ni asumida como propia por el resto del pa¨ªs, lo que delata el velado racismo y las actitudes de desprecio en la sociedad peruana¡±.
Por eso, Lerner, que ahora habla suavemente en un amplio despacho de la Pontificia Universidad Cat¨®lica, de la que fue su rector y donde hoy imparte clases de filosof¨ªa antigua y medieval, le pregunt¨® al l¨ªder de Sendero Luminoso durante las audiencias:
¡ª?Por qu¨¦ usted, que dice haberse levantado contra el orden establecido para reivindicar la vida de los humanos, por qu¨¦ ten¨ªa que matar?
Abimael Guzm¨¢n, apresado nueve a?os antes en el distrito lime?o de Surquillo, respondi¨®: ¡°Hab¨ªa que matar al hombre para que el hombre y la sociedad fueran colocados en el lugar del privilegio¡±.
¡°El hombre no importaba, era una herramienta para una meta, el Estado de nueva democracia. ?l repet¨ªa las pr¨¦dicas: que el pueblo era masa, que hac¨ªa falta un mill¨®n de muertos ¡ªexplica Lerner en un tono profundo¡ª. Fue una ideolog¨ªa cruel, impenetrable a la cr¨ªtica, due?a de la verdad donde le importaba poco el ser humano¡±.
Bajo tierra, los latigazos ocultos de la violencia: m¨¢s de 4.600 fosas. Y sobre ella, al menos 150.000 desplazados
En realidad, lo que desenterr¨® el terrorismo ¡ªtanto de Sendero como de T¨²pac Amaru, que provoc¨® el 1,8% de las v¨ªctimas¡ª fueron las ra¨ªces profundas del conflicto. Y eso fue lo que reflej¨® la CVR y que Lerner expresa, a¨²n con la intensidad de unas dimensiones desconocidas, como ¡°la no igualdad entre todos los peruanos en funci¨®n de su cultura, de su lengua y del lugar que habitaban¡±.
Entre las posibilidades que ten¨ªa la CVR para ilustrar la pulverizaci¨®n de la identidad ind¨ªgena y el ensa?amiento con su poblaci¨®n, eligi¨® la que m¨¢s pod¨ªa sacudir a las conciencias urbanas: ¡°Si la proporci¨®n de v¨ªctimas estimadas para Ayacucho respecto de su poblaci¨®n en 1993 fuese la misma en todo el pa¨ªs, el conflicto armado interno habr¨ªa causado cerca de 1,2 millones de v¨ªctimas fatales en todo el Per¨², de las cuales aproximadamente 340.000 habr¨ªan ocurrido en la ciudad de Lima Metropolitana, el equivalente a la proyecci¨®n al a?o 2000 de la poblaci¨®n total de los distritos lime?os de San Isidro, Miraflores, San Borja y La Molina¡±.
Juana Carri¨®n entendi¨® lo que estaba pasando cuando lleg¨® al cuartel de Los Cabitos un mediod¨ªa de julio de 1984. Llevaba el almuerzo a su hermano Ricardo.
¡ª Esta persona ya no est¨¢.
20 a?os despu¨¦s, durante el mes de septiembre de 2014, la Defensor¨ªa del Pueblo organiz¨® una exhibici¨®n de prendas halladas en cuartel. Juana identific¨® la ropa de Ricardo Carri¨®n; su cuerpo, a¨²n no. ¡°Todav¨ªa no olvidamos lo que pas¨®. Todos los d¨ªas lo recuerdo. ?D¨®nde estar¨¢ mi hermano, d¨®nde estar¨¢ mi hermano?¡±, se pregunta en un hilo de voz.
La tarde que Ricardo sali¨® a retirar dinero del banco, Sendero Luminoso hab¨ªa decretado un paro armado. Apagones, secuestros indiscriminados, asesinatos en la plaza p¨²blica. Y una batida de los servicios de inteligencia. ¡°Mi hermano sali¨® la noche del 26 de julio para enviar los fardos con artesan¨ªas de la familia, que era comerciante, a Lima. Sali¨® al banco y ya no regres¨®. Al d¨ªa siguiente fui a dependencias policiales. Tambi¨¦n fui al banco a preguntar ya que trabajaba un familiar, y me dijo: 'Sac¨® su ahorro, su dinero y sali¨®. Pero dentro de un rato hab¨ªa batida de las fuerzas del orden. Seguro que se lo han llevado detenido'. Con un abogado fuimos a la comandancia de los servicios de inteligencia. Nos dijeron que no estaba nada¡±, relata Juana entre suspiros.
Los Cabitos es una pesadilla reconvertida en memoria. La CVR averigu¨® que entre 1983 y 1985, el cuartel fue un centro de torturas, asesinatos y cremaciones. A los 100 cad¨¢veres hallados por los forenses, se a?ade la estimaci¨®n de que se pudo aniquilar hasta 500 personas. El Jefe Pol¨ªtico Militar de Ayacucho admiti¨® que su residencia estaba instalada all¨ª: un centro de exterminio sobre un secarral hoy conocido como La Hoyada.
¡°Sendero Luminoso mataba a dos o tres personas; el ej¨¦rcito se llevaba a 40 o 50 varones¡±, denuncia Sergia Flores
¡°El culpable es Sendero Luminoso ¡ªopina Juana, que tambi¨¦n perdi¨® a otro hermano¡ª; despu¨¦s, el ej¨¦rcito: Sendero fue al campo concientiz¨® a los campesinos, y empezaron a asesinar a autoridades. Entonces las fuerzas del orden salieron en contra de ellos y de la poblaci¨®n, sin investigar bien a los j¨®venes, ni a estudiantes, ni a mujeres. A todos en general: como ciegos han detenido y asesinado. Mucho da?o han hecho en el campo¡±. Los casos de sus hermanos siguen impunes: el 60% de las causas est¨¢n abiertas. El resto, archivadas.
La CVR ¡ªcuyas recomendaciones no son vinculantes¡ª consider¨® que una parte esencial del proceso de reparaci¨®n es la justicia. Y remarc¨®: ¡°No se puede construir un pa¨ªs ¨¦ticamente sano y pol¨ªticamente viable sobre los cimientos de la impunidad¡±.
Sugerencias que parecen lejanas al cauce de la realidad. ¡°En nuestro pa¨ªs hay una intenci¨®n de borrar la historia y acompa?ar este proceso de impunidad ¡ªopina Yuber Alarc¨®n, abogado que acompa?a a las v¨ªctimas y trabaj¨® en la CVR, en una conversaci¨®n en la sierra peruana¡ª. No han sido implementadas estas pol¨ªticas de estado debidamente: por desidia de las autoridades, por falta de voluntad pol¨ªtica, por no asignar recursos econ¨®micos y porque siempre han considerado que este sector de la poblaci¨®n no merece la atenci¨®n de parte del Estado¡±.
Bajo tierra, los latigazos ocultos de la violencia: m¨¢s de 4.600 fosas. Y sobre ella, al menos 150.000 desplazados que, esquivando los modernos edificios de vidrio que brotan en Lima, se adivinan encajados en los cerros que rodean la ciudad.
Durante los a?os de violencia, Ayacucho se fue vaciando por las v¨ªctimas que se fugaban del terror y hallaron la miseria: quienes se quedaron en las ciudades fueron discriminados; quienes regresaron y se asentaron en la sierra, tuvieron que enfrentarse a litigios de tierra y marginaci¨®n. Hoy, las regiones m¨¢s castigadas por la violencia son las m¨¢s depauperadas de todo el pa¨ªs.
No es extra?o: las secuelas del terror se manifiestan en los techos del Per¨². La violencia descabez¨® a comunidades enteras, con el asesinato de l¨ªderes comunales y dirigentes locales. Miles de familias se quedaron sin sus padres, sin sus pol¨ªticos, pero tambi¨¦n sin quienes prove¨ªan de recursos al hogar: un drama que conden¨® a la pobreza perpetua a muchos hijos que se quedaron sin nada. En ese contexto, las mujeres tuvieron que asumir responsabilidades hasta entonces desconocidas y lanzarse a recomponer un pa¨ªs sin sus hijos, sin sus maridos, sin su pasado.
¡°Pedimos que den trabajo a nuestros hijos. No encontramos justicia, as¨ª no m¨¢s, hasta hoy. Siquiera un techo propio nos dar¨ªa el Estado¡±, se lamenta Candelaria, viuda de Filiberto, y cuyo relato de la violencia se le atasca en la garganta al recordar c¨®mo la Infanter¨ªa de Marina organizaba paredones en la Plaza de Huamanguilla: ¡°Yo lo vi: vi que fusilaban vendando los ojos a la persona delante de cantidad de personas. Cinco le disparaban: nos obligaban a juntarnos todas las personas¡±.
El resquebrajamiento de las comunidades andinas, que rob¨® el porvenir a toda una generaci¨®n de j¨®venes y retorci¨® las relaciones sociales, llev¨® a la presentaci¨®n de una serie de reparaciones que no acaba de asumirse por el estado a pesar de que as¨ª lo sugiri¨® la CVR.
¡°Las recomendaciones que se dieron no han sido implementadas, por lo que hay secuelas que no est¨¢n siendo atendidas¡±, denuncia Alarc¨®n ante la indiferencia de un Estado al que acusa de desinflar las expectativas creadas por la CVR, que revis¨® profundamente los veinte a?os de conflicto. Entre las formas de reparaci¨®n que contempla le Ley de Reparaciones y que se despliega en siete programas ¡ªdesde las simb¨®licas a la restituci¨®n de derechos humanos pasando por el acceso habitacional o a la salud¡ª, el abogado carga contra la desidia: ¡°No ha habido un avance significativo, incluso en aquellas acciones que no involucran recursos econ¨®mico, sino voluntad pol¨ªtica y gestos de perd¨®n y aceptaci¨®n de lo que pas¨® en este pa¨ªs. Pero ni siquiera se han dado este tipo de esfuerzos. Incluso hay apoyo de la cooperaci¨®n internacional para fabricar estos espacios de memoria, que son formas de reparaci¨®n, y no se ha querido aprovechar¡±.
Salvador Lerner, quien tuvo el protagonismo de explorar las dos d¨¦cadas m¨¢s siniestras del pa¨ªs (la CVR dijo que en esos a?os muri¨® m¨¢s gente que en toda la historia reciente), apunta esa apat¨ªa del panorama pol¨ªtico: es probable que este a?o el pa¨ªs est¨¦ gobernado por Alan Garc¨ªa o Keiko Fujimori. ¡°Nosotros, en la Comisi¨®n, no tratamos con hipocres¨ªa a ninguno de los dos grupos pol¨ªticos a los que ambos pertenecen. Dijimos que se cometieron grav¨ªsimas violaciones de los derechos humanos y que hubo responsabilidad por parte de Alberto Fujimori y Alan Garc¨ªa. Esas personas no miran con simpat¨ªa el informe¡±.
Bajo el primer mandato de Garc¨ªa se cometieron algunas de las matanzas m¨¢s c¨¦lebres del per¨ªodo de violencia; Fujimori, padre de la candidata, est¨¢ condenado a 25 a?os de prisi¨®n.
¡°Siempre estamos recordando, siempre, en cualquier momento. As¨ª, cuando conversamos, siempre la mente vuelve a esa misma hora, a ese mismo hogar. As¨ª estamos buscando verdad, la justicia, pero no la alcanzamos todav¨ªa. No sabemos qu¨¦ lindo ser¨ªa encontrar los archivos para saber qui¨¦nes son los culpables¡±, dice Sergia, una de las mujeres que, tres d¨¦cadas despu¨¦s de la desaparici¨®n de su esposo, sigue luchando con el expediente de Albino Quica?o.
En mayo de 2011 se abri¨® juicio oral contra siete altos mandos militares por cr¨ªmenes contra la humanidad ¡ªidentificar a los autores materiales es improbable¡ª acusados del asesinato de 54 personas en el cuartel de Los Cabitos solo en 1983. Yuber Alarc¨®n, abogado de algunas de las v¨ªctimas, les pregunt¨®:
¡ª?Contaban ustedes el paradero de algunas personas que eran detenidas?
El general Carlos Brice?o Zevallos dijo que no hab¨ªa participado, que no recordaba nada. Alarc¨®n insisti¨® al preguntarles por un manual antisubversivo hallado ¡ªexplica ahora el abogado¡ª en el que se se?alaba que ¡°si una persona no va a declarar, hay que eliminar¡±. Pero los acusados se defendieron: ¡°eliminar¡± significaba ¡°sacarlos del espacio¡±.
¡°Hay gobernantes que han estado en el per¨ªodo de la violencia y no asumen su responsabilidad. Tratan de pasar p¨¢gina¡±, argumenta Alarc¨®n, un abogado que, entre otros impedimentos, se?ala que los jueces y fiscales no han tomado como prueba aquello que las v¨ªctimas ten¨ªan la capacidad de demostrar: un claro recuerdo, el reconocimiento de los verdugos, los relatos exactos ¡ªcon los militares encausados incluidos¡ª del momento del secuestro. ¡°No hay pruebas, no hay testigos, no abren juicio ¡ªenumera, como una secuencia de la impotencia, Sergia¡ª. Nada: por eso no alcanzamos la justicia¡±.
La noche que, en su casa de Pampa Cangallo, entraron busc¨¢ndolo, mientras los militares agarraban a Albino, le pidi¨® a Sergia que encendiera m¨¢s velas. 32 a?os despu¨¦s, centenares de mujeres alumbran un pasado siniestro en cada homenaje del anhelado Santuario de la Memoria de La Hoyada, el lugar exacto donde se aniquilaron cientos de vidas. Ante los mismos retratos de quienes ped¨ªan luz, sus viudas siguen encendiendo velas.
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