Desmoronados los muros de la patria
En Espa?a la democracia no se lleva bien con el Estado, al que tiende a disolver; pero el Estado tampoco con la democracia, empe?ado en dome?arla. Aqu¨ª, lo intolerable era no atender al pariente o al amigo, y la situaci¨®n no es hoy muy diferente
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El imperio espa?ol, un conglomerado de entidades pol¨ªticas muy diferentes que articula la Corona, parec¨ªa dar los ¨²ltimos estertores a finales del siglo XVII. Los Borbones lo mantuvieron a¨²n un siglo, a la vez que empezaron a sentar las bases de un Estado moderno, aunque en gran medida lo debamos ya al liberalismo decimon¨®nico. Asistimos hoy a la vista de todos al desmoronamiento de producto tan preciado.
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No estamos viviendo tan solo una crisis pol¨ªtica, ni tampoco lo m¨¢s angustioso es no tener Gobierno. En otras ocasiones, la sociedad espa?ola se ha apa?ado incluso enfrentada al Estado, a veces a uno tan fr¨¢gil que solo aguantaba en dictadura.
La democracia se asienta sobre la autonom¨ªa pol¨ªtica de municipios y regiones, pero en Espa?a lleva consigo una din¨¢mica centr¨ªfuga. En cuanto las instituciones se democratizan, la sociedad amenaza con tragarse al Estado. Desde la din¨¢mica propia de las regiones, el centralismo resulta incompatible con la democracia que, en cuanto se despliega, pone en cuesti¨®n al Estado. En Espa?a, la democracia no se lleva bien con el Estado, al que tiende a disolver, pero el Estado tampoco con la democracia, empe?ado en dome?arla.
Ante este panorama muchos proponen un Estado federal, pero resulta factible solo si previamente est¨¢ amarrado a una naci¨®n s¨®lida. Es menester recalcar algo que entre nosotros se olvida a menudo, que el Estado federal requiere de una naci¨®n fuerte y unida, algo que con la mayor claridad se trasluce en los dos pa¨ªses, Estados Unidos de Am¨¦rica y la Rep¨²blica Federal de Alemania, que tomamos por modelo cuando propugnamos el federalismo como remedio de nuestros males.
En el capitalismo, las influencias sirven para ser seleccionado, pero solo el que cumple se mantiene
El caso es que en Espa?a, a la vez que unos aspiran a constituir un Estado federal, otros se enorgullecen de su plurinacionalismo. Adem¨¢s de Catalu?a, Euskadi y Galicia, habr¨ªa que a?adir otras ¡°naciones¡±, como Andaluc¨ªa, Extremadura y todas las que se autoproclamen tal. Navegamos en la contradicci¨®n de aspirar a un Estado federal, mientras que se enaltece un nacionalismo plural que lo niega de ra¨ªz. El plurinacionalismo fragiliza de tal modo al Estado que puede acabar con su disoluci¨®n. Si pasamos a enfocar a la sociedad espa?ola desde la Europa del norte, la corrupci¨®n destaca como el car¨¢cter dominante. Una opini¨®n que me parece poco afortunada, porque muchos de los rasgos que se le atribuyen lo son m¨¢s bien de la llamada ¡°cultura mediterr¨¢nea¡±.
En ella importa recalcar dos altamente llamativos. El primero, un alejamiento de lo colectivo, que puede llegar incluso a una animadversi¨®n del Estado. No s¨¦ hasta qu¨¦ punto la an¨¦cdota es espuria, pero no deja de ser significativa. Durante la dictadura de Primo de Rivera, un polic¨ªa se acerca a Valle Incl¨¢n, que se halla perorando en una tertulia, al presentarse como tal, le increpa ¡°y lo dice usted as¨ª, sin avergonzarse¡±. Una reacci¨®n propia del anarquismo que se considera inherente a lo espa?ol.
Como rasgo complementario al distanciamiento del Estado habr¨ªa que colocar las relaciones familiares y amistosas. El Estado se vive como una abstracci¨®n a la que no se est¨¢ moralmente obligado, si se le puede enga?ar, se hace sin el menor pudor. En cambio, si se goza de una situaci¨®n social o pol¨ªtica que lo permita, no se entiende ni se perdona no favorecer a deudos y amigos.
Desde la mentalidad del norte ser¨ªa un insulto pedir al pariente o al amigo que se saltase alguna de las normas establecidas o, sin llegar a tomar una decisi¨®n manifiestamente injusta, hiciera una excepci¨®n a su favor. En este ambiente, la recomendaci¨®n s¨ª cuenta y mucho.
El tema es qu¨¦ hacer con la poblaci¨®n que no podr¨¢ colocarse en el sector p¨²blico ni en el privado
Al favorecer tanto al empleado como al empleador, si se conoce la persona adecuada es casi un deber recomendarla. Estando en juego nada menos que el prestigio del que recomienda, nadie duda que su valoraci¨®n no sea la correcta. Este contexto cultural explica el sentido que la recomendaci¨®n tiene en el norte de Europa, donde funciona como el instrumento apropiado para seleccionar al personal.
En la Espa?a que yo conoc¨ª, y me temo que no haya cambiado todo lo que hubiera sido necesario, lo intolerable, incluso si se quiere lo inmoral, era no atender al pariente o al amigo. Las recomendaciones part¨ªan de mencionar la relaci¨®n de parentesco o de amistad que se ten¨ªa con el recomendado y se ped¨ªa que a la hora de juzgarle se tuviesen en cuenta. En el fondo se exig¨ªa del amigo que se comportara injustamente, y si ante tama?a provocaci¨®n ¨¦ste se indignase y reaccionara en consecuencia, pod¨ªa contar con una ruptura violenta y la amistad convertida en una hostilidad vengativa para siempre.
Al menos as¨ª me ocurri¨® la ¨²nica vez que, ingenuo de m¨ª, reaccion¨¦ enfrent¨¢ndome tan directamente a las normas sociales. En lo sucesivo, a los que me ped¨ªan una recomendaci¨®n les advert¨ªa que era bien poco lo que pod¨ªa hacer, pero har¨ªa todo lo que estuviera a mi alcance, y ah¨ª se acaba mi intervenci¨®n. A menudo me daban las gracias por el ¨¦xito que habr¨ªa tenido la gesti¨®n imaginada.
Confiar en la sinceridad de la gente contribuye a expandir la honradez social, y con ello a hacer un pa¨ªs mucho m¨¢s eficaz. El principio de la desconfianza, interponiendo por doquier controles, desde el supuesto de que si se puede, se enga?a, produce el efecto contrario, incrementa las conductas fraudulentas.
Hasta la industrializaci¨®n de los a?os sesenta del siglo pasado, en aquella Espa?a rural, la oferta m¨¢s cuantiosa de puestos de trabajo bien remunerados proven¨ªa del Estado. Y as¨ª como la recomendaci¨®n era moneda corriente en el sector educativo, sobre todo en la universidad, jugaba tambi¨¦n su papel en las oposiciones, aunque manteniendo unos m¨ªnimos y exigiendo un saber memor¨ªstico que en nada garantizaba el mejor desempe?o de la funci¨®n. Serv¨ªa de filtro para que los puestos del Estado no fueran en su totalidad a ocuparlos parientes y amigos.
La situaci¨®n actual es bien distinta. En una sociedad capitalista desarrollada, donde la eficacia es decisiva para sobrevivir, no cabe permitirse el lujo de emplear a la persona inadecuada por ser pariente o amigo. Las influencias sirven para ser seleccionado, pero solo el que cumple se mantiene en el puesto, aunque buenos amigos me dicen que es un juicio demasiado optimista.
En el capitalismo industrial, la mayor oferta de trabajo proviene de las empresas, de la peque?a y mediana en Espa?a, pero en la nueva etapa que se inicia de capitalismo financiero, la oferta de trabajo disminuye incluso para el personal cualificado ¡ªpara el que no tenga una especializaci¨®n es ya inexistente¡ª con lo que el af¨¢n de conseguir empleo p¨²blico vuelve a aumentar, hasta el punto de que miles de personas compitan por unos cientos de plazas ha dejado de ser noticia llamativa. El tema para los pr¨®ximos a?os es qu¨¦ hacer con la poblaci¨®n cada vez m¨¢s numerosa que no podr¨¢ colocarse en el sector p¨²blico ni en el privado.
Ignacio Sotelo es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa.
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