El matricarcado en Celtiberia
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Por ELENA GARC?A QUEVEDO
La comida de Margarita tiene el don de abrir el cofre de los recuerdos creados antes de nacer. Cuando esta mujer se levanta de madrugada para hacer el pan de escalda como lo hac¨ªa su abuela siente paz, que transforma su velada en un acto de alquimia. Primero enciende el fuego con la le?a recogida en el monte, sopla las brasas y pone sus manos sobre las llamas hasta que el calor le transporta a otros momentos vividos o no vividos. Despu¨¦s coge la masa de pan y lo tapa con cenizas calientes, hojas de roble y restos de matanza. Durante doce horas la masa se transforma en pan, y cuando est¨¢ en su punto emite un sugerente sonido como si a trav¨¦s de ¨¦l hablaran las mujeres que cocinaron durante generaciones en este mismo horno y ahora bendijeran sus frutos. Por eso en el mismo instante en que Margarita prueba el pan los recuerdos entran en ella a borbotones junto con el sabor que lleg¨® a ella cuando estaba en la barriga de su madre y regresa a la cocina de su abuela donde aprendi¨® a vivir.
-Los sabores me hacen vivir una especie de regresi¨®n. En mi cultura la mesa es el sitio en el que se junta la familia y se transmiten los valores. En torno a la mesa a mi me ense?aron el valor de la cosecha, el valor de comer lo que cultivo, el valor de aprender lo que me ense?a el lugar en el que vivo; la amistad-, nos dice poco despu¨¦s de conocernos mientras nos invita a probar sus migas caramelizadas que obligan a cerrar los ojos. Las migas se deshacen y el sabor me llega como si tambi¨¦n formara parte de mi.
-El que come de mi plato y bebe de mi vaso es mi amigo -dice a modo de bendici¨®n.
Margarita es una mujer fuerte, poderosa, plena y todo lo cierra con una fuerte carcajada; ella es la ¨²ltima mujer mayo de una familia vaqueira asturiana en la aldea de Cuerigo. Desde ni?a supo que era la encargada de aprender la sabidur¨ªa y los saberes de su abuela y transmitirlos a su propia nieta en el m¨¢s puro estilo matriarcal. Y as¨ª, apegada a una red milenaria, ha construido su vida. Sin embargo, al verla, nadie lo creer¨ªa: tiene poco m¨¢s de cincuenta a?os, lleva pulseras del Sahara Oriental y pendientes que vienen de Turqu¨ªa, ropas negras ajustadas en la que se lee Show girls, su pelo es liso y lo lleva peinado a capas, sus ojos son casta?os maquillados con una raya verde oscura. Es abuela y tiene muy en cuenta la luna.
-La luna es fundamental para todo en especial para nosotras, las mujeres. La luna llena nos trae reglas abundantes, creatividad, intuici¨®n y por eso las mejores ideas las pienso en luna llena. Aqu¨ª siempre estamos pendientes de la luna para los trabajos de la tierra. Desde que tengo uso de raz¨®n salgo a tomar la luna, a pasear bajo ella y verla entre los ¨¢rboles. ?Me encanta!- cuenta, mientras varias mujeres del pueblo vienen a nuestra mesa para preguntar a Margarita qu¨¦ han de hacer en la pr¨®xima fiesta de la matanza; despu¨¦s la abrazan, nos sonr¨ªen y se van.
-Me ense?aron que a la tierra hay que tratarla con cari?o y agradecer lo que nos da. Recuerdo que mi abuela dec¨ªa que la tierra es generosa y nos lo da todo, que es como una mujer: Tiene estaciones al igual que tenemos estaciones nosotras con nuestros ciclos menstruales y en toda nuestra vida. En primavera me siento explosiva al igual que la tierra estalla. Sin embargo en oto?o te metes m¨¢s en ti misma y recoges los frutos. Vivimos en funci¨®n de la luz, del clima; de las estaciones. Las mujeres somos lo m¨¢s inmediato a la tierra porque la tierra es mujer. Nosotras actuamos para hacer las cosas posibles, para ser consecuentes con el medio en el que estamos -dice, y se detiene para probar una cucharada de migas dulces, despu¨¦s se r¨ªe con ganas de su propia solemnidad y sigue adelante:
-Cuando era ni?a mi madre me dijo: "Hija, tienes que aprender a escuchar para luego contar". Y mi abuela me dijo: ¡°T¨² fuiste escogida para quedar conmigo¡±. Y me qued¨¦ aqu¨ª con mi abuela. Ahora mi mundo es mi vida; para mi el sentido est¨¢ en encontrar placer en todo lo que me pone en mi sitio. Por eso yo creo mi propia felicidad, y yo me sonr¨ªo. Mi religi¨®n es ayudar a los dem¨¢s.
Margarita corta dos grandes pedazos de pan de una gigantesca hogaza de trigo de escalda que ella misma ha hecho esta madrugada, lo mete en dos bolsas y nos lo regala a modo de despedida. Mientras lo hace caigo en la cuenta de que en la mitolog¨ªa ga¨¦lica muchas de sus deidades femeninas ten¨ªan las cuatro caras de las estaciones del a?o y de toda mujer: la doncella, la madre, la sabia y la anciana, que se correspond¨ªan con la exuberante primavera, el fruct¨ªfero verano, el oto?o de recogida de frutos y el invierno. Entonces, solo entonces, caigo en la cuenta de que Margarita a sus cincuenta a?os, tan fuerte y llena de sabidur¨ªa, tambi¨¦n debe ser una diosa celta.
El presente texto forma parte del libro 'Tierra de mujer. Legado matriarcal', de Elena Garc¨ªa Quevedo, editado en Libros.com. Se trata de un viaje a trav¨¦s de lugares, en Egipto, Turqu¨ªa, Colombia, India, Nepal y Espa?a, con memoria matriarcal en busca de la alegr¨ªa perdida. La reedici¨®n mediante 'crowdfunding' est¨¢ en campa?a. Mas informaci¨®n aqu¨ª.
Imagen: viejas fotos del modo de vida tradicional de las vaqueiras, v¨ªa Hispania Profunda y Territorio museo
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