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Chern¨®bil, la sombra de una cat¨¢strofe

Un paseo por Pr¨ªpiat, centro del peor accidente nuclear de la historia, 30 a?os despu¨¦s

M¨¢s informaci¨®n
Chern¨®bil, 30 a?os despu¨¦s

Eran los ¨²ltimos d¨ªas de abril de 1986, hab¨ªa llegado la primavera y V¨ªktor Kibenok no pod¨ªa ser m¨¢s feliz. Su esposa, Tatiana, y ¨¦l ten¨ªan 23 a?os, estaban enamorados y esperaban su primer hijo, conscientes de la suerte que ten¨ªan de vivir en un moderno piso de dos dormitorios en la ciudad m¨¢s nueva y glamurosa de Ucrania, tal vez de toda la Uni¨®n Sovi¨¦tica.

Pr¨ªpiat, con 43.000 habitantes, era un monumento al sue?o socialista. La avenida Lenin, la principal v¨ªa de la ciudad, era amplia y arbolada, flanqueada por relucientes bloques de viviendas de color blanco. Las se?ales de ne¨®n con la hoz y el martillo colocadas en las farolas iluminaban las calles de noche. De d¨ªa, los rosales en flor alegraban los parques.

Hab¨ªa un teatro en la misma calle en la que viv¨ªan los Kibenok, en el que se representaban obras que conmemoraban la revoluci¨®n de 1917, la victoria sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial y los logros obtenidos por el Partido Comunista desde entonces; ten¨ªa la comodidad de contar con un colegio excelente cerca, as¨ª como un polideportivo con una piscina ol¨ªmpica, un restaurante que los fines de semana se llenaba de j¨®venes familias, un estadio de f¨²tbol, un hotel de lujo en el que se alojaban las figuras del partido y los cient¨ªficos destacados que llegaban desde Mosc¨² a inspeccionar la fuente de orgullo, satisfacci¨®n y empleo para la ciudad, la central nuclear de Chern¨®bil, a solo tres kil¨®metros. Lo que m¨¢s ilusi¨®n hac¨ªa a la joven pareja era que se acababa de terminar la construcci¨®n de un parque de atracciones cuya esperada inauguraci¨®n oficial estaba prevista para el 1? de Mayo, la gran fiesta nacional. Tatiana y V¨ªktor aguardaban con impaciencia el d¨ªa en el que pudieran llevar a su peque?o a montar en la noria y los coches de choque.

Las cosas les iban bien y promet¨ªan ir mejor, pero Tatiana ten¨ªa un motivo especial para estar contenta de haberse ido con V¨ªktor de su ciudad natal, Ivankiv, a 50 kil¨®metros al sur. La novia anterior de V¨ªktor hab¨ªa sido la mejor amiga de Tatiana. En su c¨ªrculo social, todos hab¨ªan tachado a Tatiana de traidora y ladrona. Nadie parec¨ªa echar la culpa a V¨ªktor, a quien sus viejos amigos recordaban como el chico m¨¢s popular de la clase. Ahora era bombero, y a todo el mundo le gustan los bomberos, pero adem¨¢s era divertido, lleno de energ¨ªa, afable y listo, dado a soltar ilusionantes consignas filos¨®ficas del estilo: ¡°Disfruta de la vida. No tienes m¨¢s que una¡±.

Adentrarse aqu¨ª es viajar a un estado radiactivo dentro de otro estado

La noche del 26 de abril, justo antes de la 1.30, son¨® el tel¨¦fono. Se hab¨ªa producido un accidente en la central nuclear. Necesitaban que V¨ªktor fuera inmediatamente.?Y aquello fue el fin de Pr¨ªpiat y del sue?o de los j¨®venes enamorados.

Al frente de un equipo de siete bomberos que recibieron la orden de entrar en el reactor nuclear n¨²mero cuatro, cuyo tejado de mil toneladas hab¨ªa saltado en pedazos por una explosi¨®n, V¨ªktor cumpli¨® con su deber, plenamente consciente de que pod¨ªa costarle la vida. A trompicones entre los escombros, casi sin ver por las nubes de polvo nuclear de un color gris lechoso, ¨¦l y sus hombres lucharon para apagar las llamas y se expusieron a una radiaci¨®n un 50% superior al extremo letal que puede soportar un ser humano. El rostro juvenil de V¨ªktor enrojeci¨® en 15 minutos como si hubiera estado todo un d¨ªa expuesto a un sol feroz, y empez¨® a ca¨¦rsele la piel. Pero mucho peores fueron las lesiones invisibles. La radiaci¨®n empez¨® a matar en silencio sus c¨¦lulas sangu¨ªneas y a atacar sus ¨®rganos vitales. Aquejados por n¨¢useas y temblores, deseando creer que se deb¨ªa al espeso humo, V¨ªktor y sus hombres fueron trasladados en plena noche a un hospital en Kiev, a dos horas de distancia; un par de d¨ªas despu¨¦s lo llevaron de all¨¢ en avi¨®n a Mosc¨².

Tatiana lleg¨® a la cabecera de su cama y le dijo que en su pueblo estaban calific¨¢ndole de h¨¦roe, que hab¨ªan llegado otros equipos de bomberos de todas partes y las llamas que rodeaban el n¨²cleo ardiente del reactor se hab¨ªan apagado finalmente al amanecer, con lo que se hab¨ªa conseguido el objetivo cr¨ªtico de evitar que se extendieran al reactor n¨²mero tres, que estaba justo al lado. Pero las consecuencias del desastre hab¨ªan sido mucho mayores de lo que pensaron en un principio: el mundo entero estaba conmocionado. El viento hab¨ªa arrastrado part¨ªculas radiactivas hacia el norte, a la vecina Bielorrusia; se hab¨ªa detectado un aumento de la radiactividad hasta en Dinamarca. Tatiana le dijo a V¨ªktor que tem¨ªa que no podr¨ªan volver a casa. Hab¨ªan evacuado Pr¨ªpiat al d¨ªa siguiente de la explosi¨®n, se hab¨ªan llevado a todos los habitantes en una flota de 1.200 autobuses, y todas sus posesiones hab¨ªan quedado atr¨¢s.

V¨ªktor y su equipo de bomberos permanecieron en una sala aislada, cada vez m¨¢s d¨¦biles y con m¨¢s dolores a medida que pasaban los d¨ªas, mientras los m¨¦dicos debat¨ªan, perplejos, c¨®mo salvarlos. Siempre optimista, V¨ªktor instaba a sus camaradas a mantener el ¨¢nimo. ¡°?Aferraos a la vida!¡±, les dec¨ªa. El 11 de mayo, no pudo seguir aferr¨¢ndose m¨¢s. Muri¨® y los m¨¦dicos le dijeron a Tatiana que el hijo que esperaba, que pensaban que deb¨ªa de estar contaminado por el contacto de ella con el padre, deb¨ªa morir tambi¨¦n. Ella sigui¨® su consejo y abort¨®.

Este b¨²nker de acero y hormig¨®n, realizado a toda prisa tras el accidente, alberga el reactor nuclear que explot¨® en 1986 y que ahora se pretende blindar con m¨¢s garant¨ªas con una nueva construcci¨®n.
Este b¨²nker de acero y hormig¨®n, realizado a toda prisa tras el accidente, alberga el reactor nuclear que explot¨® en 1986 y que ahora se pretende blindar con m¨¢s garant¨ªas con una nueva construcci¨®n.Fernando Moleres

Treinta a?os despu¨¦s, en un mundo al que a¨²n le sobrecoge la palabra Chern¨®bil, visito la que fue la ciudad modelo sovi¨¦tica en la que viv¨ªan V¨ªktor y Tatiana. Pr¨ªpiat, versi¨®n siglo XXI de las antiguas ruinas mayas, es el lugar m¨¢s tenebroso en el que he estado en mi vida. Cuando los habitantes, un tercio de los cuales eran ni?os, recibieron la orden de la polic¨ªa y el Ej¨¦rcito de subir a los autobuses, el 27 de abril de 1986, lo hicieron creyendo que pronto iban a regresar. Les dijeron que solo se llevaran los documentos de identidad, algo de dinero y la ropa que llevaban puesta. Desde entonces ha sido una ciudad fantasma.

En la carretera casi desierta que va a Pr¨ªpiat desde la ciudad natal de V¨ªktor y Tatiana, Ivankiv, donde yo hab¨ªa pasado mi primera noche en la zona, atraves¨¦ dos controles militares, el primero en el l¨ªmite de la zona de exclusi¨®n de Chern¨®bil, con un radio de 30 kil¨®metros, y el segundo, con una vigilancia m¨¢s estricta, en el l¨ªmite de los 10 kil¨®metros. En este Estado radiactivo dentro de un Estado, los bosques son altos y densos, las granjas est¨¢n en ruinas, y la tierra es llana y est¨¢ manchada de una contaminaci¨®n invisible, como permanecer¨¢ durante los pr¨®ximos 100.000 a?os o m¨¢s.

El camino para llegar al centro de la ciudad es la otrora espl¨¦ndida avenida Lenin, que hoy tiene cr¨¢teres m¨¢s que baches, y en la que el paseo que sirve de mediana est¨¢ repleto de maleza. Los edificios de ocho plantas a cada lado han pasado del blanco al gris, tienen las ventanas rotas y resultan peque?os al lado de unos ¨¢rboles inmensos que en otro tiempo quiz¨¢ se podaban pero que nunca m¨¢s se podar¨¢n. La noria del parque jam¨¢s inaugurado al que va a parar la avenida se alza oxidado e inm¨®vil. Tambi¨¦n est¨¢n oxidadas las estatuas de la Segunda Guerra Mundial, cuyo recuerdo los ucranios tienen siempre fresco en sus mentes. Puertas destrozadas, paredes desconchadas, sillas y pupitres rotos son lo que queda de las aulas y los pasillos del mayor colegio de Pr¨ªpiat, donde, en medio de los escombros y los cristales rajados, se ven montones de m¨¢scaras de gas sin usar, mu?ecas de pl¨¢stico rotas, mapas polvorientos del viejo imperio sovi¨¦tico y libros de texto en cuyas cubiertas medio desgarradas figuran fotograf¨ªas de Vlad¨ªmir Lenin con abrigo, corbata y gorra.

Subo a la azotea del edificio m¨¢s alto de Pr¨ªpiat, de 16 plantas, encar¨¢ndome con recelo por escaleras de piedra agrietadas, sorteando con dificultad masas de hierro retorcido, deteni¨¦ndome aqu¨ª y all¨ª para mirar en los apartamentos destruidos, todos id¨¦nticos ¨Cdos dormitorios, un peque?o sal¨®n, un cuarto de ba?o y una cocina m¨¢s peque?os a¨²n¨C y todos vac¨ªos salvo por alg¨²n somier roto o alguna estufa ro?osa. No se ve ninguna nevera, ni colch¨®n, ni zapato. Ni un cuchillo o tenedor. Los residentes no volvieron nunca a recuperar sus pertenencias. Todo fue saqueado, dicen, por miembros del Ej¨¦rcito en complicidad con el crimen organizado.

¡°No sabemos bien c¨®mo reacciona el material radioactivo encerrado¡±

Al mirar desde la azotea sobre esta metr¨®polis posapocal¨ªptica y, m¨¢s all¨¢, al paisaje plano como el mar hasta el horizonte, la idea obvia me viene a la mente: si alguien buscara una met¨¢fora de la decadencia, la corrupci¨®n y la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, aqu¨ª est¨¢. Aquel experimento de ingenier¨ªa humana fracas¨®, igual que el experimento nuclear de Chern¨®bil. Hoy, bajo un sistema capitalista que a¨²n no ha producido dividendos para la mayor¨ªa de los habitantes de Ucrania, la humanidad est¨¢ intentando recomponerlo.

El lugar exacto en el que sucedi¨® la cat¨¢strofe, a solo cinco minutos en coche de Pr¨ªpiat, es un gigantesco solar en construcci¨®n, tan din¨¢mico y pululando de vida como muerta est¨¢ la ciudad. M¨¢s de 2.500 trabajadores, empleados por un consorcio internacional que encabeza una empresa francesa llamada Novarka, se empe?an en una haza?a fara¨®nica cuyo prop¨®sito es asegurar el reactor nuclear destruido contra las filtraciones radiactivas, al menos durante los cien pr¨®ximos a?os. Un antiguo oficial del Ej¨¦rcito sovi¨¦tico, Nikol¨¢i Yakovishin, es uno de los ingenieros responsables de la operaci¨®n. Si antes ten¨ªa ¨®rdenes de hacer que el mundo fuera m¨¢s peligroso, hoy dirige una misi¨®n para hacerlo m¨¢s seguro.

El gran arco (arriba) que acoger¨¢ el nuevo sarc¨®fago.
El gran arco (arriba) que acoger¨¢ el nuevo sarc¨®fago.Fernando Moleres

Nikol¨¢i, de 59 a?os, es ingeniero de formaci¨®n y graduado de ¨¦lite de la academia militar sovi¨¦tica en Mosc¨². Su ¨²ltimo trabajo como soldado fue ser jefe de gabinete en una base de armamento nuclear secreta en el sur de Ucrania, donde esperaba instrucciones para lanzar misiles bal¨ªsticos intercontinentales en direcci¨®n a Londres, Washington o Nueva York. Por fortuna para el mundo, las instrucciones no llegaron nunca; por desgracia para ¨¦l, un acuerdo firmado entre Bill Clinton y Bor¨ªs Yeltsin en 1996 cerr¨® su base y le dej¨® sin empleo. Nikol¨¢i, un hombre delgado y enjuto de rostro curtido, me dice que llor¨® el d¨ªa que colg¨® el uniforme por ¨²ltima vez.

Pero entonces el antiguo enemigo acudi¨® al rescate. Una empresa estadounidense le dio trabajo, la tarea de reparar y mantener la maquinaria pesada de las bases militares de ese pa¨ªs en varias partes del mundo. Aprendi¨® ingl¨¦s y despu¨¦s del 11-S se encontr¨® ayudando a los norteamericanos a prepararse para la guerra en Afganist¨¢n; en 2005 pas¨® a Irak, donde confraterniz¨® y bebi¨® con los soldados estadounidenses en el Campamento Victoria de Bagdad. ¡°Un d¨ªa, un oficial americano me dijo: ¡®Si te hubiera visto hace 15 a?os, te habr¨ªa matado¡¯. Yo me re¨ª¡±, recuerda Nikol¨¢i, ¡°y le dije: ¡®?No, yo te habr¨ªa matado a ti!¡±.

Desde 2012, a?o en el que dej¨® la empresa estadounidense y fue reclutado por Novarka, su misi¨®n trata de evitar la p¨¦rdida de vidas; y hoy lo hace al frente de un equipo que hace un ata¨²d gigante. Por lo menos, as¨ª es como he visualizado una construcci¨®n que lleva cuatro a?os en marcha y a la que los trabajadores de la zona denominan ¡°el Arco¡±; su nombre oficial es ¡°el nuevo contenedor seguro¡± o ¡°el nuevo refugio¡±. Otra imagen que me sugiere es la de un enorme hangar, un edificio abovedado de acero que tiene 110 metros de alto, 160 metros de largo y 260 metros de ancho, que es m¨¢s alto que la Estatua de la Libertad y m¨¢s pesado que la Torre Eiffel. En su interior podr¨ªa caber un estadio de f¨²tbol de 50.000 espectadores.

?Cu¨¢l es su prop¨®sito? Cerrar herm¨¦ticamente el reactor que explot¨® en 1986, para impedir que las 200 toneladas de combustible nuclear fundido, radiactivo y vol¨¢til en su n¨²cleo sigan constituyendo un peligro para el planeta Tierra. O, como explica Nikol¨¢i: ¡°Conocemos la teor¨ªa, la base cient¨ªfica, pero no estamos seguros al cien por cien de la pr¨¢ctica. No sabemos con exactitud qu¨¦ sucede dentro, c¨®mo est¨¢ reaccionando el material nuclear o c¨®mo puede hacerlo en el futuro. Lo que s¨ª sabemos es que debemos encerrarlo¡±.

Los ni?os hacen cola en el hospital para pasar el control de radiaci¨®n

Eso no significa que el infame c¨®ctel haya estado alegremente expuesto a los elementos estos 30 a?os. Los sovi¨¦ticos completaron la construcci¨®n de su propio edificio de contenci¨®n ¨Clo llamaron ¡°el sarc¨®fago¡±¨C seis meses despu¨¦s de la explosi¨®n. Pero fue un trabajo apresurado y en 2011 el edificio perdi¨® eficacia y fiabilidad, de modo que desde entonces la gente de Novarka ha estado parcheando cuanto ha podido. Algunos de los 2.500 trabajadores involucrados en el proyecto se dedican a asegurar el viejo reactor, una tarea que puede ser peligrosa y que les exige llevar m¨¢scara, gafas y trajes blancos como de astronautas; otros se centran en la construcci¨®n del Arco, una labor menos insegura, pero m¨¢s compleja.

Menos insegura porque se construye a 200 metros del reactor y porque antes de empezar a edificarla pasaron dos a?os y medio limpiando los restos de radiactividad. La pregunta que me hice cuando estaba en el interior de la inmensa b¨®veda fue c¨®mo van a colocarla sobre el reactor da?ado cuando se termine, supuestamente a finales de este a?o. Nikol¨¢i me lo explic¨® con un lenguaje que no comprend¨ª del todo, pero que inclu¨ªa un sistema hidr¨¢ulico de deslizamiento ¡°con una tracci¨®n de 130.000 caballos¡±. Tendr¨¢n que ser unos caballos que se muevan con gran suavidad, porque no se permite la menor trepidaci¨®n, ni ning¨²n falso movimiento que pueda variar incluso un mil¨ªmetro el ¨¢ngulo del Arco mientras recorre su camino a una velocidad prevista de 10 metros por hora.

¡°Estamos trabajando¡±, dice Nikol¨¢i, ¡°en la frontera de la f¨ªsica y la ingenier¨ªa t¨¦cnica¡±. Me lo creo. El proyecto, que cuesta a la Uni¨®n Europea, Estados Unidos, Jap¨®n y Ucrania 2.200 millones de d¨®lares, es una maravilla del genio humano. Y una belleza, una fusi¨®n de arte e ingenier¨ªa que combina ecos arquitect¨®nicos del Museo Guggenheim de Bilbao con las dimensiones de un superpetrolero. Por un lado est¨¢ el tama?o brutal del Arco y las gr¨²as necesarias para construirlo; por otro, es una obra con 2,4 millones de tornillos que deben encajar en sus respectivos agujeros con exactitud milim¨¦trica, una precisi¨®n de relojero suizo.

Dos obreros pasan el tercero de los cuatro controles de seguridad despu¨¦s de haberse adentrado en el ¨¢rea contaminada de radiaci¨®n.
Dos obreros pasan el tercero de los cuatro controles de seguridad despu¨¦s de haberse adentrado en el ¨¢rea contaminada de radiaci¨®n.Fernando Moleres

En cuanto a la seguridad, ni Nikol¨¢i ni la docena de trabajadores con los que habl¨¦ parec¨ªan especialmente preocupados. Nikol¨¢i, gran fumador, dice que el tabaco le matar¨¢ antes que la radiaci¨®n. Eso es algo que ¨¦l y los dem¨¢s tienen que agradecer a un equipo dirigido por un ingl¨¦s llamado David Driscoll, que ha establecido un riguroso sistema de normas seg¨²n las cuales todos los trabajadores deben llevar el traje de protecci¨®n todo el tiempo, someterse a ex¨¢menes de radiaci¨®n constantes cuando pasan de zonas limpias a zonas sucias o llevar siempre encima dos peque?os dos¨ªmetros que miden los niveles de radiaci¨®n de manera instant¨¢nea y registran la exposici¨®n diaria de cada persona en una base de datos inform¨¢tica. Ning¨²n trabajador ha resultado da?ado por la contaminaci¨®n desde que comenzaron las obras, en 2008. Yo pas¨¦ dos d¨ªas en el sitio y el n¨²mero dos de Driscoll, un franc¨¦s llamado Patrick Chabrier, me dijo que estar¨ªa expuesto a la misma dosis de radiaci¨®n, o m¨¢s, en un vuelo de Londres a Nueva York. Dicho esto, me alegr¨¦ de marcharme de ese lugar. La extrema seriedad con la que se aplican las normas de seguridad y el consenso global sobre la necesidad de construir un arca tan vasta a un precio tan alto dan la medida de las inc¨®gnitas cient¨ªficas a las que alud¨ªa Nikol¨¢i a prop¨®sito de la estabilidad de la enigm¨¢tica basura nuclear que a¨²n se agita en el n¨²cleo del reactor destruido.

Un estudio de Naciones Unidas calcula que las muertes directamente relacionadas con la cat¨¢strofe de Chern¨®bil fueron 49, una cifra que incluye al bombero V¨ªktor Kibenok. En cuanto a las muertes prematuras vinculadas con la radiaci¨®n liberada, el estudio ofrece una estimaci¨®n de 4.000, por el aumento de los casos de c¨¢ncer en las proximidades de la vieja central. Sin embargo, en la ciudad de Ivankiv, donde regreso despu¨¦s de visitar las obras, no est¨¢n conformes con esos datos.?

La responsable del hospital local, Oksana Kadun, dice que existen motivos para seguir alarmados sobre la posible repercusi¨®n en los hijos de los habitantes locales y los hijos de esos hijos. Hablamos en una sala de consultas en la que hay ni?os y ni?as en cola para sentarse delante de un aparato que comprueba sus niveles de radiaci¨®n. Las pruebas se hacen peri¨®dicamente y son obligatorias para todos los menores de 18 a?os. Delante de un gran mapa de la zona de Chern¨®bil en el que los distintos niveles de radiaci¨®n est¨¢n se?alados con diferentes colores, la doctora Kadun dice que casi todos los alimentos consumidos en la regi¨®n ¨Cleche, fruta, hortalizas, carne¨C tienen niveles m¨¢s altos de los normales. En teor¨ªa, la gente podr¨ªa comprar productos de zonas m¨¢s seguras, pero la mayor¨ªa es demasiado pobre para poder permit¨ªrselo, explica. ¡°Antes de la cat¨¢strofe no hab¨ªa m¨¢s que dos casos documentados de c¨¢ncer de tiroides en Ivankiv, y eran unas mujeres mayores de 70 a?os. Desde entonces hemos tenido 84 casos, cuatro de ellos, ni?os¡±.

La mayor preocupaci¨®n de la doctora Kadun, una mujer de aspecto severo e imponente, es qu¨¦ va a suceder a partir de ahora: ¡°Las perspectivas gen¨¦ticas no est¨¢n nada claras. Es cierto que los niveles de radiaci¨®n que encontramos en los ni?os no son letales, pero cualquier nivel puede ser peligroso. No existen datos cient¨ªficos para saber qu¨¦ mutaciones gen¨¦ticas pueden estar produci¨¦ndose en sus cuerpos. No sabemos qu¨¦ consecuencias sufrir¨¢ la pr¨®xima generaci¨®n nacida aqu¨ª. Convivimos con una sensaci¨®n de riesgo¡±.

¡°Los soldados intentaron echarme, pero me qued¨¦. esta es mi casa¡±

Y cierta sensaci¨®n de aprensi¨®n tambi¨¦n, a la que contribuyen los planes del Gobierno central de Kiev para crear un cementerio de residuos nucleares dentro de la zona vecina de exclusi¨®n. La mayor parte de la poblaci¨®n local rechaza la idea. Por eso dimiti¨® Anatoly Sviridenko, un hombre grande y fuerte que hasta hace poco era alcalde de Ivankiv. ¡°Est¨¢n planeando enterrar aqu¨ª unos contenedores llenos de residuos nucleares sin tener en cuenta ni en lo m¨¢s m¨ªnimo la salud de los habitantes¡±, me dice, justo despu¨¦s de una tormentosa reuni¨®n sobre este tema en el Ayuntamiento con contratistas privados y representantes del Gobierno central. ¡°Tienen previsto comenzar los trabajos a finales de 2017¡±, contin¨²a Sviridenko, y esa fecha es, casualmente, cuando est¨¢ programado que el Arco quede definitivamente instalado en la vieja central, lo que permitir¨¢ emprender la siguiente fase de la limpieza, la tarea inmensamente delicada ¨Cque se prev¨¦ que har¨¢n robots¨C de sacar las 200 toneladas de basura nuclear del reactor. ¡°Lo que tienen pensado aqu¨ª es no solo enterrar nuestros residuos nucleares, sino convertirlo en vertedero para residuos nucleares de todo el mundo¡±, explica Sviridenko. ¡°Pero vamos a luchar hasta el final. Si vienen, levantaremos barricadas¡±.

Son gente dura en esta zona, reflexiono al acercarse el final de mi estancia de cinco d¨ªas en la regi¨®n de Chern¨®bil. Todos son m¨¢s pobres que los m¨¢s pobres de nuestras mimadas democracias occidentales. Pocos ganan m¨¢s de 50 euros mensuales. Sviridenko puede ser un personaje importante en Ivankiv, pero el ¨²nico aseo de su casa est¨¢ fuera, en un cobertizo, lo cual no es ninguna broma en los inclementes inviernos ucranios. En cuanto a los ancianos y los desempleados, he conocido a unos cuantos y he acabado pensando que una cosa es ser pobre en Mozambique o Ruanda, donde brilla el sol, y otra serlo en un lugar como este, en el que nieva la mitad del a?o.?Tampoco hay que olvidar, hablando de ata¨²des y cementerios, la historia de Ucrania en el siglo XX.

En mi ¨²ltima tarde conozco a una persona que sufri¨® los horrores de toda esta historia en carne propia. Vive en otra ciudad fantasma de la zona de exclusi¨®n de Chern¨®bil, menos conocida que Pr¨ªpiat, llamada Poliske. Antes de la cat¨¢strofe viv¨ªan aqu¨ª 20.000 personas. Hubo que esperar a que Ucrania obtuviera su independencia de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, en 1991, despu¨¦s de un refer¨¦ndum en el que vot¨® a favor el 92,3% de la poblaci¨®n, para que al Gobierno se le ocurriera que tambi¨¦n hab¨ªa que evacuar Poliske. Se fueron todos menos 20, de los cuales han muerto 17, en su mayor¨ªa de viejos. Una de los tres que quedan es Alla Ivanivna, que tiene 87 a?os.

Me recibe en la puerta de su casita, en realidad poco m¨¢s que una caba?a desvencijada, donde vive en la m¨¢s profunda, h¨²meda y helada soledad. Tiene demasiado amor propio para dejarnos entrar al fot¨®grafo y a m¨ª; dentro est¨¢ todo hecho un l¨ªo, dice. Lleva un abrigo de lana sint¨¦tica cerrado en la cintura con un trozo de cuerda, un gorro de piel y botas, pero no calcetines. La tierra est¨¢ cubierta de nieve, pero bajo el abrigo puedo verle las espinillas, moradas y venosas.

?Por qu¨¦ no se fue con los dem¨¢s? ¡°Porque esta es mi casa¡±, responde, pero no enfadada, ni desafiante, ni amargada. ¡°Aqu¨ª nac¨ª yo y aqu¨ª nacieron mis padres, mis abuelos y mis bisabuelos. Intentaron echarme los soldados a punta de pistola, pero les dije que antes tendr¨ªan que matarme¡±. Sonr¨ªe al decirlo y empieza a parlotear, sin dejar de sonre¨ªr e incluso soltar risitas. Es la anciana m¨¢s dulce que se pueda imaginar, y se alegra de tener a alguien con quien hablar; se alegra tambi¨¦n de que, como esper¨¢bamos encontrarla, le hemos tra¨ªdo comida para varios d¨ªas. Casi no puede andar sin apoyarse en la pared, pero se las arregla para encender un fuego en el que cocinar; la luz se la da un generador, y una persona le lleva una vez al mes comida con el dinero de su pensi¨®n, de 40 euros.

Alla lo ha vivido todo. Con cuatro a?os sobrevivi¨® a la hambruna de 1932 y 1933 que provocaron los sovi¨¦ticos y que mat¨® a 3,5 millones de ucranios; aguant¨® la ocupaci¨®n de Poliske por los nazis (¡°hicieron cosas terribles¡±, dice) entre 1941 y 1943; su marido falleci¨® en un accidente de coche en 1949, cuando ella ten¨ªa 20 a?os; trabaj¨® de contable y soport¨® los a?os de estalinismo; despu¨¦s lleg¨® Chern¨®bil, y aqu¨ª est¨¢ ahora, una presencia que me recuerda un verso de T. S. Eliot, ¡°una cosa infinitamente tierna, sufriendo infinitamente¡±. Esa es Alla Ivanivna, en carne y hueso.

Tierna pero, como el viejo soldado Nikol¨¢i Yakovishin, resistente; desafiante, como Anatoly Sviridenko y Oksana Kadun; superviviente, como toda la gente nacida en esta parte del mundo. Y es valiente tambi¨¦n, como lo era uno que no sobrevivi¨®, V¨ªktor Kibenok, que tiene un monumento en su honor en un parque de Ivankiv, junto a otros que recuerdan a los que murieron durante la gran hambruna y a los h¨¦roes ca¨ªdos de la Segunda Guerra Mundial. Aqu¨ª no les preocupan ni el colesterol, ni los peligros del tabaco, ni la necesidad de comer huevos de gallina campera o jud¨ªas de cultivo org¨¢nico. Les preocupa sobrevivir, tanto a los viejos como a los j¨®venes, acosados por los recuerdos de los horrores hist¨®ricos, rodeados de ciudades fantasma, siempre bajo la sombra de la cat¨¢strofe. La que sacudi¨® al mundo en Chern¨®bil no es m¨¢s que la ¨²ltima de tantas, una cuya amenaza seguir¨¢ estando presente aqu¨ª, y solo aqu¨ª, durante los pr¨®ximos 100.000 a?os.

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