Espa?a en com¨²n, Espa?a plural
Los firmantes de este manifiesto sostienen que no parece ventajoso arruinar la potencia de un pa¨ªs diverso y unido, que ha tra¨ªdo estabilidad y prosperidad, en beneficio de una concepci¨®n etnoling¨¹¨ªstica del Estado
Se pod¨ªa esperar. Muchas nuevas candidaturas que han concurrido a comicios en nuestro pa¨ªs optaron por incluir en su denominaci¨®n la f¨®rmula ¡°en com¨²n¡±, adherida al nombre de ciudad o comunidad correspondiente. As¨ª, tuvimos Barcelona en com¨², C¨¢diz en com¨²n o Bilbao en com¨²n. Hubo m¨¢s acu?aciones y ninguna dej¨® de incluir en su lema el top¨®nimo adecuado. Tal regla conoci¨® una conspicua excepci¨®n. Cuando hubo que plantear una plataforma de ¨¢mbito estatal nunca estuvo en la mente de sus promotores denominarla Espa?a en com¨²n (la f¨®rmula acab¨® siendo Unidad Popular en Com¨²n). Ciertamente, nada sorprendente. El nombre de Espa?a es impronunciable para un sector de la izquierda, que prefiere expresiones como ¡°Estado espa?ol¡± o ¡°este pa¨ªs¡±. Desprecio este que corre en paralelo a la aversi¨®n a la bandera constitucional o al uso de la lengua espa?ola (tambi¨¦n un s¨ªmbolo de lo com¨²n) all¨ª donde el nacionalismo perif¨¦rico ha implantado su hegemon¨ªa cultural.
Este maltrato a un top¨®nimo cl¨¢sico y de uso universal asombrar¨ªa a cualquier progresista anterior a 1939. Ning¨²n liberal del siglo XIX tuvo problemas en decir Espa?a, como tampoco lo tuvieron los republicanos antifascistas. La palabra abundaba en los discursos de Aza?a, de Prieto o de Pasionaria. As¨ª tambi¨¦n los poetas: Neruda titul¨® su libro de la guerra Espa?a en el coraz¨®n; Vallejo puso al suyo Espa?a, aparta de m¨ª este c¨¢liz; Auden public¨® Spain en 1937. La mejor revista republicana de guerra se llamaba Hora de Espa?a. M¨¢s tarde, en la conmovedora La guerra ha terminado, pel¨ªcula escrita por Jorge Sempr¨²n para Alain Resnais, los antifranquistas en Francia pronuncian el nombre con devoci¨®n. Y los exiliados regresaban diciendo Espa?a con alegr¨ªa recobrada. Espa?a, en fin, fue tambi¨¦n una idea de izquierdas desde 1812 a 1939. Tras el largo hiato de la dictadura, pudo volver a serlo. Pero no quisimos. Si la nueva moral ling¨¹¨ªstica es rese?able es por lo que tiene de s¨ªntoma de una mentalidad que se ha extendido en los ¨²ltimos a?os: la idea de que Espa?a, en el fondo, como realidad hist¨®rica y pol¨ªtica, no existe. Por razones evidentes, es un relato que favorece a los nacionalismos secesionistas en su empe?o por deshacer la comunidad de ciudadanos que se interpone en su camino. Cuantas menos referencias comunes se tengan, tanto mejor. Y si cierta izquierda hace suyo el relato es porque les permite rebobinar la secuencia de los hechos hasta la dictadura, de la que mentalmente no han querido salir. Es una cantinela conocida: la Transici¨®n no tuvo lugar, seguimos viviendo en un r¨¦gimen criptofranquista, y, en consecuencia, la guerra civil no ha terminado del todo. ?Todav¨ªa se puede ganar!
En 1978 Espa?a cristaliz¨® en lo que nuestros padres y abuelos quisieron y lucharon por conseguir
Nosotros, espa?oles de todas las Espa?as, hablantes de todas sus lenguas, nacidos cuando expiraban la dictadura y su negra herencia, creemos que s¨ª, que hay una Espa?a en com¨²n. Existe, desde luego, como realidad hist¨®rica, cifrada en un imponente legado cultural. Pero, en realidad, no es esto lo importante. Lo importante es que en 1978 Espa?a cristaliz¨® por fin en lo que nuestros padres y abuelos quisieron y lucharon por conseguir: un Estado democr¨¢tico, social y de derecho, unido y en paz con su innegable diversidad, que pudiera desarrollar sus potencialidades. Un Estado que no reclama sino el respeto a sus leyes e instituciones, no profesiones de amor ni adhesiones inquebrantables, y que, por lo mismo, no obliga a elegir entre identidades culturales perfectamente compatibles entre s¨ª. A los que firmamos este escrito no hace falta que se nos recuerde que Espa?a es diversa. Para nosotros no es un eslogan, sino una verdad vivida. Querr¨ªamos que esa diversidad fuera todav¨ªa m¨¢s conocida, pero recelamos de quien habla de diversidad como mero pretexto para la separaci¨®n.
Es obvio que solo en la uni¨®n puede regir el pluralismo que permite sacar provecho de la pluralidad. La diversidad enriquece ¨²nicamente a quien la congrega. En otras palabras: la Espa?a plural tiene sentido si se reconoce una Espa?a en com¨²n como lugar de encuentro. De lo contrario, s¨®lo es ret¨®rica al servicio del nacionalismo: se dan lecciones de pluralismo al Estado mientras se anula el pluralismo en el seno de cada comunidad. A una patria multinacional, en compartimentos que se quieren cultural y ling¨¹¨ªsticamente estancos, oponemos una patria mestiza, en un mundo cada vez m¨¢s mestizo, en la que la diversidad se predica de sus individuos y no de sus territorios. O, cuando menos, de territorios cuya diversidad es la de sus individuos.
Las elecciones del 20-D hicieron aflorar dos ideas distintas de Espa?a, acaso irreconciliables
Las elecciones del 20-D hicieron aflorar dos ideas distintas de Espa?a, acaso irreconciliables. Detr¨¢s del tradicional eje izquierda-derecha, despunta una creciente oposici¨®n, que est¨¢ en el centro del actual bloqueo institucional. Por un lado, los partidarios de la Espa?a constitucional de 1978, abiertos a reformas y aun deseosos de acometerlas, pero convencidos de que la soberan¨ªa del Estado es una y eso lo convierte en una comunidad de ciudadanos libres donde cada identidad cultural es respetada. Es conveniente subrayar que defender el esp¨ªritu del 78 no es aferrarse a su letra: los cambios constitucionales, evoluci¨®n a un m¨¢s expl¨ªcito federalismo incluido, son bienvenidos si resultan de un proceso de deliberaci¨®n. Por otro lado, est¨¢n quienes, de forma difusa y poco articulada, creen que las soberan¨ªas son m¨²ltiples y que cada identidad ling¨¹¨ªstica dentro del Estado tendr¨ªa el derecho a segregarse pol¨ªticamente del resto. Para los primeros, lo com¨²n y lo propio son elementos igualmente valiosos y necesarios del autogobierno democr¨¢tico. Para los segundos, solo lo propio dignifica y cualquier reivindicaci¨®n de lo com¨²n (leyes e impuestos pero tambi¨¦n nombre, lengua y bandera) es sospechosa de un centralismo opresivo y trasnochado.
Seg¨²n lo vemos los autores de este art¨ªculo la idea de 1978 es la ¨²nica moderna y fecunda. No parece ventajoso arruinar la potencia de un pa¨ªs diverso y unido en beneficio de una concepci¨®n etnoling¨¹¨ªstica del Estado. Una potencia que colapsar¨ªa de iniciar una cadena de referendos de autodeterminaci¨®n por cada lengua con suficiente arraigo. Pero hay ciudadanos que piensan de otro modo y por eso es conveniente que se aclaren las posturas. Tanto si nos vemos abocados a nuevas elecciones como si ¨¦stas se retrasan, agradecer¨ªamos a los l¨ªderes pol¨ªticos que tomaran partido sobre esta grave cuesti¨®n. A Podemos y la izquierda soberanista les pedimos que expliciten su postura de que Espa?a como la conocemos no existe y que por tanto el Estado debe ser refundido en una nueva patria multinacional, a la yugoslava, tal vez desprendida de pedazos de territorio. Y a los partidarios de la Espa?a constitucional les pedimos que no se arruguen en la defensa de una Espa?a en com¨²n y plural, una buena idea que ha tra¨ªdo estabilidad y prosperidad a todos sus ciudadanos.
Firman este texto Manuel Arias Maldonado (profesor de Ciencia Pol¨ªtica), Mikel Arteta (doctor en Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica), Jordi Bernal (periodista), Daniel Cap¨® (periodista), Andr¨¦s Gonz¨¢lez (economista), Joseba Louzao (historiador), Ram¨®n Mateo (economista), Pilar Mera Costas (historiadora), Aurora Nacarino-Brabo (polit¨®loga), Miguel ?ngel Quintana Paz (fil¨®sofo), Juan Claudio de Ram¨®n (ensayista) y Pilar Rodr¨ªguez-Losantos (estudiante de Ciencia Pol¨ªtica).
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