Lesbos
Todo tiene su precio, tambi¨¦n la soluci¨®n a la desgracia de las personas
Uno se imagina Lesbos como la isla paradisiaca a la que cantaron Alceo y Safo (y Odysseas Elytis, ya en nuestro tiempo) y en la que durante siglos nacieron culturas que se esparcieron despu¨¦s por toda la regi¨®n y a la que al mismo tiempo llegaron viajeros procedentes de todo el Mediterr¨¢neo y a¨²n de m¨¢s lejos; una isla hermosa y llena de olivos en la que sus habitantes vivieron en paz salvo en los periodos b¨¦licos que salpicaron a Grecia y a Europa. Nada que ver, por tanto, con las im¨¢genes que las televisiones nos ofrecen hoy del congestionado y convulso lugar en que se ha convertido Lesbos como consecuencia de la aglomeraci¨®n en ella de miles de refugiados que han llegado hasta sus costas huyendo de la guerra en sus pa¨ªses, dada su proximidad a Turqu¨ªa.
Los vecinos de Lesbos y los turistas que tambi¨¦n contin¨²an llegando a la isla atra¨ªdos por su paisaje y su mar (tambi¨¦n algunos por su leyenda) asisten estos d¨ªas, adem¨¢s, a las de la deportaci¨®n de esos refugiados, que las autoridades europeas y griegas han ordenado tras llegar a un acuerdo con la vecina Turqu¨ªa, que ha aceptado volver a recibirlos a cambio de miles de millones y de la aceleraci¨®n de su entrada en la Uni¨®n Europea. Todo tiene su precio, tambi¨¦n la soluci¨®n a la desgracia de las personas.
Viendo a esos miles de refugiados que, despu¨¦s de haber cruzado el mar jug¨¢ndose la vida (y viendo c¨®mo otros la perd¨ªan, muchos de ellos ni?os a¨²n), son obligados de nuevo a cruzarlo contra su voluntad, uno se pone en su lugar y trata de imaginar lo que sentir¨¢n sabi¨¦ndose rechazados por los Gobiernos de unos pa¨ªses que presumen de acogedores y democr¨¢ticos, pero que se comportan como si no lo fueran. ?C¨®mo nos recordar¨¢n cuando pase el tiempo a los europeos, da igual griegos que alemanes que espa?oles? ?Qu¨¦ sentimientos albergar¨¢n hacia nosotros despu¨¦s de haber visto c¨®mo los expuls¨¢bamos contradiciendo nuestras propias leyes? ?Pensar¨¢n que todos participamos en su expulsi¨®n o distinguir¨¢n entre unos y otros?
Quiz¨¢ nunca lo sabremos. Pero de lo que estoy seguro es de que muchos de esos refugiados, en estos d¨ªas, mientras los barcos que los llevan nuevamente a Turqu¨ªa cruzan el mar, mirar¨¢n hacia el cielo y pensar¨¢n lo mismo que Elytis cuando, todav¨ªa vivo, hac¨ªa lo propio desde el jard¨ªn de su casa en Lesbos: ¡°No conozco ya los nombres de un mundo que me niega. / N¨ªtidamente leo las conchas, las hojas, las estrellas. / El rencor me es superfluo en las sendas del cielo. / Salvo que sea el sue?o, que me vuelve a mirar / cruzar con l¨¢grimas el mar de la inmortalidad¡±.
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