?Hacia una izquierda reaccionaria?
Son muchos los herederos ideol¨®gicos de Marx que se han vuelto comprensivos con la sinraz¨®n religiosa, simpatizan con quienes levantan comunidades pol¨ªticas identitarias y muestran antipat¨ªa contra el proceso globalizador
Adem¨¢s de alg¨²n libro de matem¨¢ticas, una vez al a?o conviene releer el Manifiesto Comunista.Tambi¨¦n conviene, en esa hora, tener a mano alguna sustancia estimulante. Porque cada a?o el des¨¢nimo es mayor. Sobre todo, cuando, no ya cada a?o sino cada mes, aparece alguien recomendando la refundaci¨®n de la izquierda. Una refundaci¨®n que, por lo visto, consiste en defender exactamente lo contrario de lo que defend¨ªa aquel magn¨ªfico panfleto.
Recordemos lo sabido y al parecer olvidado.?Con todos los matices que se quieran, bien pocos, el socialismo supuso la cristalizaci¨®n m¨¢s consecuente del ideal ilustrado que encontr¨® su m¨¢s temprana manifestaci¨®n en la Revoluci¨®n Francesa. Como recoger¨¢ el verso de La Internacional, el movimiento socialista se entender¨¢ as¨ª mismo como ¡°la raz¨®n en marcha¡±.?Esa vocaci¨®n racionalista se mostraba, para empezar, en una tremenda confianza en el conocimiento cient¨ªfico como instrumento emancipador y en un progreso material, circunstancialmente encarnado por el capitalismo, que establec¨ªa las bases materiales de esa emancipaci¨®n. En los mismos d¨ªas que facturaba el Manifiesto, en un discurso ante la Sociedad Democr¨¢tica de Bruselas, Marx remataba sus palabras con lo que muy bien era un resumen de su convicci¨®n en que el desarrollo de las fuerzas productivas arrasar¨ªa con ese pasado ¡°del que hay que hacer a?icos¡±, para citar de nuevo al famoso himno: ¡°El sistema proteccionista es en nuestros d¨ªas conservador, mientras que el sistema del libre cambio es destructor. Corroe las viejas nacionalidades y lleva al extremo el antagonismo entre la burgues¨ªa y el proletariado¡±. Sencillamente, el capitalismo contribu¨ªa a reforzar, en la mejor direcci¨®n, varias l¨ªneas program¨¢ticas irrenunciables para los socialistas.
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La primera, una confianza en el crecimiento de las fuerzas productivas como motor de la emancipaci¨®n social. Marx conjetur¨® distintos mecanismos causales acerca de c¨®mo el desarrollo del capitalismo conllevaba un germen de autodestrucci¨®n creadora. Tales teor¨ªas han mostrado muchos problemas conceptuales o anal¨ªticos, pero, en todo caso, se trataba de genuinas teor¨ªas, de esas que no cabe despachar con la famosa frase de aquel genial Nobel de F¨ªsica, Pauli, que tantas veces desarma a los cient¨ªficos sociales: ¡°Ni siquiera es falso¡±. En todo caso, en la pr¨¢ctica, una de las implicaciones de esa perspectiva era una apuesta confiada por la expansi¨®n del comercio y, hasta si se quiere, por el imperialismo.
La segunda implicaci¨®n era un profundo desprecio por el nacionalismo costumbrista, identitario. En perfecta consonancia con los revolucionarios franceses, quienes, en palabras de Tocqueville, ¡°nada omitieron con tal de hacerse irreconocibles¡±, los socialistas, con toda la antipat¨ªa, y era mucha, que sent¨ªan hacia el reaccionario Bismarck, no dejaron de apoyar su apuesta por la unificaci¨®n alemana, que, seg¨²n escrib¨ªa Engels a Marx en una carta de 1866, ¡°dejar¨¢ a un lado las reyertas entre las capitales insignificantes¡±, a la espera de que ¡°todos los Estados min¨²sculos ser¨¢n arrastrados al movimiento, cesar¨¢n las peores influencias localistas y los partidos terminar¨¢n por volverse realmente nacionales, en lugar de ser meramente locales¡±. Su modelo, tanto para Alemania como para una Italia todav¨ªa m¨¢s atomizada en mil Estados y lenguas, era el mismo: ¡°Una rep¨²blica ¨²nica e indivisible¡±.
Para los socialistas de siempre, la lucha por la emancipaci¨®n era la lucha de la raz¨®n
La tercera viene a ser una variante de la anterior: la cr¨ªtica a las religiones, viveros de irracionalidad, trampantojos de la injusticia y placebos del dolor humano. Tambi¨¦n ah¨ª, los socialistas, seg¨²n proclamaba el Manifiesto, confiaban en el buen curso de la historia de la mano de una ¡°burgues¨ªa (que) ha desempe?ado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario¡±, cuyo r¨¦gimen, desde ¡°que se instaur¨®, ech¨® por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e id¨ªlicas (¡) Ech¨® por encima del santo temor de Dios, de la devoci¨®n m¨ªstica y piadosa, del ardor caballeresco y la t¨ªmida melancol¨ªa del buen burgu¨¦s, el jarro de agua helada de sus c¨¢lculos ego¨ªstas¡±. Un argumento, por cierto, que desarrollar¨¢ magistralmente un siglo y medio m¨¢s tarde Albert Hirschman en De las pasiones a los intereses.
Para los socialistas de siempre la lucha por la emancipaci¨®n, que era la lucha de la raz¨®n, pasaba por la desaparici¨®n de la superstici¨®n religiosa, la ruina de las comunidades sostenidas en la identidad y la tradici¨®n y la expansi¨®n sin tregua de unos mercados que extend¨ªan la productividad. El capitalismo hab¨ªa comenzado la tarea pero se mostraba incapaz de rematarla. Por supuesto, siempre es posible encontrar matices y reservas parciales, como los que se muestran en la correspondencia entre el anciano Marx y la escritora rusa Vera Zas¨²lich, pero eran eso, dudas, descosidas de las tesis fundamentales.
Si por un instante a aquellos socialistas les estuviera concedida la oportunidad de pasearse por nuestro mundo y de echar un par de tardes revisando en serio, con estad¨ªsticas fiables, sus preocupaciones de entonces, seguramente pensar¨ªan que, aunque queda mucho por hacer, nuestro mundo es bastante mejor que el suyo.
Las tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n obligan a tener puntos de vista antes de pararse a pensar
Su drama comenzar¨ªa un instante m¨¢s tarde, cuando, al salir a la calle a buscar a sus herederos para celebrarlo, se los encontrasen defendiendo muchas veces lo contrario de aquello por lo que ellos hab¨ªan peleado.
Porque hoy una parte de la izquierda, muy representada entre nosotros, se ha vuelto comprensiva con la sinraz¨®n religiosa, simpatiza con quienes quieren levantar comunidades pol¨ªticas sostenidas en la identidad y manifiesta una antipat¨ªa sin matices contra el proceso globalizador. Incluso se muestra dubitativa de la peor manera a la hora de valorar la ciencia y el progreso cient¨ªfico. Y eso que, precisamente porque su defensa de la ciencia hab¨ªa encontrado su justificaci¨®n ¨²ltima en la racionalidad pr¨¢ctica, porque se hab¨ªa mostrado capaz de reconocer que la ciencia es tan solo una de las posibilidades de ejercer la racionalidad, el socialismo dispon¨ªa del mejor guion para abordar los tiempos por venir: la ciencia, tambi¨¦n la b¨¢sica, puede ser tasada por la raz¨®n, incluso frenada en determinadas l¨ªneas de investigaci¨®n potencialmente devastadoras en sus aplicaciones.
Sin duda, nuestro mundo, ¡°que es ajeno y confuso de por s¨ª, resulta todav¨ªa m¨¢s confuso¡±, con el permiso del poeta, est¨¢ plagado de incertidumbres ante las cuales la perplejidad y el ¡°todav¨ªa no s¨¦ qu¨¦ pensar¡±, quiz¨¢ sean las respuestas pol¨ªticas m¨¢s decentes. Est¨¢ plagado de incertidumbres ante las cuales la perplejidad y el ¡°todav¨ªa no s¨¦ qu¨¦ pensar¡±, quiz¨¢ sean las respuestas pol¨ªticas m¨¢s decentes. Desgraciadamente, patolog¨ªas bien conocidas de nuestras democracias, amplificadas por las nuevas tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n, que desprecia la humildad epist¨¦mica, parecen obligar a tener puntos de vista antes de pararse a pensar. En esa situaci¨®n, la izquierda, entre las muchas heur¨ªsticas disponibles, parece haber optado por la m¨¢s idiota: la reactiva, el ¡°de qu¨¦ hablan esos, que me apunto a lo contrario¡±. Lo peor de lo peor: tenerlo claro a la contra. Una izquierda reactiva que se acerca inquietantemente a una izquierda reaccionaria.
F¨¦lix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona.
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