La palabra viral
PALABRAS hay que se delatan, cual si de lata fueran fingi¨¦ndose de plata¡±, escribi¨® aquel maestro, pero no deb¨ªa pensar en la que yo ahora pienso. Porque esa palabra, entonces, no exist¨ªa.
La palabra, a veces, es anterior a la cosa. Decimos felicidad y esperamos sentirla alguna vez; decimos muerte y seguimos lo bastante vivos. La palabra virus?tiene varios siglos: existi¨® mucho antes de que descubri¨¦ramos esos bichitos que intentan destruirnos. Cient¨ªficos los dedujeron a fines del siglo XIX; reci¨¦n en pleno XX pudieron verlos con brutos microscopios. La palabra virus, antes que eso, significaba ¡°veneno, podredumbre¡± ¨Cy no exist¨ªa la palabra viral.
Viral apareci¨® cuando los virus se hicieron protagonistas de las enfermedades: los sustantivos que importan no tardan en producir sus adjetivos. Faltaban unos a?os, todav¨ªa, para que los ordenadores empezaran a rapi?ar palabras: eran tiempos en que rat¨®n, programa, virtual, salvar, ventana quer¨ªan decir otras cosas. A virus le pas¨® lo mismo: era una enfermedad que atacaba a los cuerpos vivos y pas¨® a ser una con que algunos vivos atacaban a los ordenadores ¨Cy de all¨ª a viral, eso que te interesa pero no te interesa pero te interesa.
Viral?es una palabra inglesa que tiene la ventaja de ser igual en varias lenguas. No s¨®lo por eso se ha vuelto viral y tantos se revuelcan en ella con denuedo. Viral?lo es porque describe un fen¨®meno tan contempor¨¢neo: la ¡°propagaci¨®n veloz de informaci¨®n¡±, seg¨²n el Oxford Dictionnary. Dec¨ªamos que el nombre de la cosa la delata: ?no es curioso que hablar de enfermedad y contagio sea un elogio?
Alguien dir¨ªa que, ah¨ª detr¨¢s, el sentido sigue agazapado: que llamar virales?¨Cinfecciosos¨C a esos contenidos que los medios actuales buscan por su capacidad de difusi¨®n parece un intento de (des)calificarlos. Pero viral?no se fija en esas peque?eces: no le importan los contenidos; le importan sus efectos. La viralidad?¨Ctan cercana a la virilidad¨C, que fue primero una medida del inter¨¦s de un contenido, se transform¨® en un fin en s¨ª mismo, para el que todo vale: mientras consiga clics, da igual analizar la guerra yihadista o mostrar morisquetas de tu perro o la teta izquierda de la buenorra del momento o una lista de ¨¦sas siempre listas. S¨®lo que la yihad ser¨¢ menos viral, casi seguro, y la batalla entre el perro y la teta ser¨¢ ¨¦pica.
El gur¨² de estas infecciones es un se?or de 27 a?os llamado Emerson Spartz, creador de docenas de sitios web, que el New Yorker?llam¨® ¡°el Vir¨®logo¡±; Spartz proclama que la meta de sus medios es acumular cualquier contenido que ¡°se viralice¡± ¨Cy que no importa lo que sea. ¡°Est¨¢ claro cu¨¢l es el bar¨®metro definitivo de la calidad: si algo es compartido en las redes, es bueno¡±, dice. Spartz parece un caso extremo pero es s¨®lo el m¨¢s sincero: muchos medios serios se dedican muy seriamente a seguir sus recetas. No importa comunicar, contar, analizar, hacer preguntas; importa el tr¨¢fico?¨Cotra palabra delatora. Spartz explica, por ejemplo, que cada vez que publica un art¨ªculo le pone una docena de t¨ªtulos distintos; un programa registra cu¨¢l atrae m¨¢s visitas ¨Ccu¨¢l es m¨¢s viral¨C para pon¨¦rselo a todos. No hay convicci¨®n, hay encuesta incesante; en el mundo viral los ¡°productos¡± no son opinables sino mensurables. Computar, no pensar, es la consigna ¨Cy mil millones de moscas, se sabe, son la viralidad casi perfecta.
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