Los ba?istas
Cuando alguien insiste en ponerse en la piel de otro, todo termina en una gigantesca parodia
Una ministra noruega ha querido sentir lo que siente un refugiado. Dicho y hecho se llev¨® a Lesbos un traje de buzo de doble revestimiento y una lancha salvavidas; se ech¨® sobre las olas, dej¨¢ndose llevar unos metros, y se subi¨® a la lancha con una sonrisa: ¡°Ha sido una experiencia muy especial¡±. Debi¨® de serla: empieza a pegar el calor en Madrid y daba envidia la se?ora, mecida por el mar. Por un momento, vi¨¦ndola, daban ganas de ser refugiado. Que es exactamente lo que ocurre cuando alguien insiste en ponerse en la piel de otro: que todo termina en una gigantesca parodia.
En la pol¨ªtica, en el periodismo y en la vida querer sentir lo que siente un tercero es una tentaci¨®n habitual. Suele perseguir un grado de empat¨ªa, una forma de aproximarse con el fin de gobernar o escribir mejor. La ministra noruega defiende una pol¨ªtica dura de control de las fronteras y entendi¨® que quiz¨¢s hacer el muerto un rato al sol en el Mediterr¨¢neo le procurar¨ªa sensaciones in¨¦ditas con las que gobernar mejor. Ahora podr¨¢ hacerlo: gobernar mejor a Briatore en Cannes, recomend¨¢ndole m¨¢s protecci¨®n solar.
¡°Hay que ponerse en el lugar del otro¡±, se aconseja. Y el consejo se entiende al rev¨¦s: o sea poni¨¦ndose literalmente. Ese patetismo de la imagen de la ministra revela vicios m¨¢s crudos, m¨¢s sutiles, en los que solemos caer con facilidad. Ni siquiera sin el traje de buzo, y sin lancha salvavidas, y en la peor de las tormentas, la ministra noruega podr¨¢ nunca sentir lo que siente un refugiado. Para ello tendr¨ªa que serlo de verdad: tener el contexto y la profundidad, salir de un pueblo bombardeado y perseguido, dejarse a tres hijos en su ¡°experiencia especial¡± y ser consciente de que lo que se va a encontrar al llegar a Europa es a gente como ella; ministros que les cierran las puertas, que los persiguen con linterna como a ratas y que los confinan antes de expulsarlos.
La ¨²nica manera de que un ciudadano del primer mundo sienta lo que siente un refugiado es tirarse, con todo el neopreno del mundo, a una charca de tiburones. Hay otro ejercicio, m¨¢s introspectivo, m¨¢s Stanislavski, que es el de sentir lo que siente un ministro de Inmigraci¨®n partidario del cierre de fronteras. Se necesita m¨¢s empat¨ªa, pero la experiencia especial de participar en una cat¨¢strofe humanitaria es algo que quiz¨¢s ayude a comprender la fatiga moral de quienes anteponen la pol¨ªtica peque?a y local, condicionada por intereses electorales, al sacrificio que exige de verdad ponerse en el lugar de otro: dejarlo entrar en casa para poder hacerlo, no tener que tirarse al mar.
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